Afganistán, democracia artificial
El desinterés de la comunidad internacional y la fragilidad del Gobierno dan alas a los talibanes
"Para quienes carecen de medios, la vida es más difícil ahora que bajo los talibanes", asegura Ruhollah Amin, quien no es precisamente un admirador de los radicales islamistas. A sus 29 años, se reconoce un privilegiado porque cobra un buen salario en una ONG estadounidense y ha reanudado sus estudios de Medicina. A pesar de ello, comparte la creciente frustración de muchos afganos ante las promesas incumplidas de su Gobierno y de la comunidad internacional.
"Con la conferencia de Bonn todos nos llenamos de ilusiones, pero el proceso político que ha venido detrás nos ha defraudado. Para resumirlo en dos palabras: sólo han gastado dinero para conseguir un titular en los medios de comunicación", añade Amin antes de enumerar intimidaciones e irregularidades que, según él, invalidan los supuestos logros democráticos.
En cualquier caso, resta trascendencia a los sucesivos mojones políticos coronados desde entonces (referéndum constitucional, elecciones presidenciales y legislativa). "A la gente le da igual el proceso político, lo que espera son resultados. [Los afganos] Están exhaustos; necesitan un país sin violencia. No quieren grandes viviendas y automóviles último modelo, sino comida para mantener a su familia. Y ni siquiera eso ha sido capaz de darles este Gobierno", añade Amin.
Senlis, una fundación europea que defiende para Afganistán la producción legal de opio con una licencia internacional, comparte esa percepción de que se han confundido las prioridades. "Se ha antepuesto la creación de instituciones democráticas a las verdaderas necesidades de los afganos", denuncia en su informe titulado Afganistán cinco años después: el regreso de los talibanes, para cuyos autores la principal necesidad del país es la lucha contra la pobreza.
"Se está llevando a cabo una reconstrucción artificial, donde se crean instituciones que la mayoría de los afganos no tienen claro para qué sirven y cuál es su poder", asegura Guillaume Fournier, uno de los responsables del informe. "El Parlamento no tiene verdadero control sobre el presupuesto o las leyes. Es como un mundo de fantasía: aprueba leyes que nadie aplica", declara convencido de que se trata de un despilfarro de dinero y de credibilidad.
Shukria Kazimi, directora del Afghan Women's Network, comparte buena parte de esas críticas. "Sí, las mujeres hemos conseguido nuestros derechos constitucionales, pero son papel mojado. En la práctica no ha habido cambio alguno porque la tradición está por encima de las leyes", denuncia. Kazimi pone como ejemplo la violencia doméstica, una de las lacras que su ONG trata de combatir.
"Cuando una mujer acude a la policía porque tiene un problema en casa, le dicen que vuelva con el cabeza de familia que suele ser el causante de ese problema. Hay leyes, pero nadie las pone en práctica".
Como a la mayoría de los kabulíes consultados, lo que más le preocupa a Amin es la falta de seguridad. En parte por el aumento de los atentados, pero también por la impunidad que perciben en los agentes de policía y la sensación de que si alguien con poder tuviera algo contra él, la ley no le protegería. "Me indignan los anuncios de televisión diciendo que la policía sirve al pueblo. No me siento seguro ni cuando vengo al trabajo. Desde los atentados suicidas, mi mujer y yo nos telefoneamos cinco y seis veces al día".
No es paranoia. Según un estudio del Center for Conflict and Peace Studies (CAPS), de los 21 ataques suicidas que se produjeron en 2005 se ha pasado a 47 en lo que va de 2006.
Kazimi coincide con Amin en que la inseguridad es la primera preocupación de todos, "en especial para las mujeres". "Es un obstáculo que se añade a nuestro trabajo fuera de casa, como si no tuviéramos suficiente con tener que ir acompañadas de un familiar varón y aguantar las críticas de los más conservadores", explica. Sin embargo, esta activista valora los pasos dados hasta ahora.
"Tras 25 años de guerra, tampoco podíamos esperar una paz completa de la noche a la mañana". Kazimi vincula "la debilidad del Gobierno" de Hamid Karzai con el resurgir de la milicia talibán. "No ha cumplido sus promesas y los talibanes lo han explotado, por eso hay gente que dice que estaban mejor en el régimen anterior".
Tampoco libra de sus críticas a la comunidad internacional. "Si quiere de verdad traer paz a Afganistán, lo primero que tiene que traer es electricidad", recomienda. Su queja está respalda por las cifras que estos días manejan muchos de los llamados expertos: Afganistán es uno de los países que menor ayuda al desarrollo per cápita ha recibido. Apenas 50 dólares anuales frente a cifras cuatro y cinco veces superiores empleadas en otros lugares como Bosnia-Herzegovina o Kosovo.
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