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Reportaje:EXCELENTES | Emilio Rojo Bangueses - Productor de Ribeiro

El vinicultor minimalista

Posiblemente sea el más famoso de los bodegueros gallegos. Por su personalidad y por la de su vino, que se llama como él. Emilio Rojo (el vinicultor) es un ingeniero que abandonó su carrera en una multinacional tecnológica por los lentos ciclos naturales de las viñas. El otro Emilio Rojo (el vino) es un ribeiro blanco tan exclusivo que roza lo mítico, en sentido estricto: se da por hecho que existe, aunque muy pocos lo han probado.

"Es un vino complejo y delicado que se puede encontrar en las cartas de algunos de los mejores restaurantes de España, incluyendo los tres estrellas de Michelin, El Bulli, Arzak y Can Fabes", describía Bruce Schoenfeld en Wine Spectator (noviembre de 2004). El crítico de la biblia gourmet de EE UU no se resistía a describir también al productor, alejado de la habitual imagen del cosechero entre la aristocracia rural de raigambre y el dinámico empresario del sector de las delicatessen: "El peculiar Emilio Rojo con su bigote erizado y una gorra de béisbol negra, es reconocido al instante en los círculos de vino, aparece en magazines y acude a simposios".

Yo soy un minifundista. Puedo hacer el vino en un garaje o en una furgoneta, pero tiene que ser muy bueno
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EL ARTE DE HACER BUEN VINO

Hoy, Emilio Rojo Bangueses (Arnoia, Ourense, 1952) sigue gastando mostacho y la misma gorra (u otra igual), aunque probablemente no la haya llevado a una reciente cena en Ourense de personalidades empresariales con el Rey ("creo que fui en calidad de pobre").

Pobre, o al menos humilde, lo era su familia, molineros y viticultores de las riberas del Avia. Gracias a las becas, estudió y se encarriló hacia la ingeniería (nada de agrónomos o forestales: telecomunicaciones). Renunció a la ingeniería, y a un sueldo mensual de 600.000 pesetas, para volver al ribeiro. "Mi padre, como cualquier otro agricultor que había dejado su vida en las viñas sin salir de pobre, obviamente no lo entendía".

Trabajó dos pequeñas viñas que heredó su mujer, Julia, y en 1987 sacó al mercado su primera cosecha. Emilio Rojo embotelló 5.000 unidades. "En cuanto me cogieron la primera en un restaurante, llamé entusiasmado a casa. Me recordaron que quedaban por vender 5.000 menos una". Ese año y los cinco siguientes, obtuvo el premio al mejor ribeiro en el Salón de Vinos de Galicia.

Ahora vende todo lo que embotella, y hay cupos. De las 780 cajas (de 12 botellas) que produjo este año, a EE UU (donde cada botella cuesta 150 dólares) le corresponden 50 cajas, las mismas que a Alemania (100 euros botella). Se siente un tanto incómodo describiendo los hitos de su negocio, y lo salva una llamada al móvil. "Perdón... ¡Hola, André! ¿qué tal llegó el vino?...".

La llegada del éxito

André es André Tamers, un franconorteamericano que creó hace 10 años De Maison Selections, una empresa con sede en Carolina del Norte dedicada a la importación de vinos españoles y franceses de alta calidad. "La verdad es que en 2000 di un salto porque tuve la suerte de conocer a André", retoma el hilo Rojo. "Él fue el que me introdujo en los mercados internacionales".

En esta situación, sería interesante aumentar la producción, ampliando la hectárea y media de viñedos con las que empezó y todavía sigue, o comprando uva. "No valdría cualquier uva. Nuestros bancales son los únicos del Avia orientados al naciente, no al poniente, y la maduración es más lenta. Y además, no se trata de aumentar, sino de disminuir. Dejar como máximo cuatro kilos por cepa, seis o siete racimos de los 40 que pueden llegar a tener, para que el vino sea más expresivo".

Además de ejercer ese control maltusiano de la uva, Julia y Emilio se encargan de la mayoría de las labores, incluidas las de embotellar y etiquetar (a mano). ¿Se arrepiente de aquella decisión que tomó hace veinte y pico años? No, como era de prever, "aunque yo soy muy ciclotímico, y a veces también tengo estrés. Nos pasamos nueve meses esperando, como unos padres, y acongojados por la meteorología. Ésta, por ejemplo, es una época de mucho trabajo, pero por las mañanas puedo darme un baño en el río". ¿Y después? "En septiembre, en el momento de la verdad, mi padre dirá como siempre que este año las uvas no valen nada. Después, dormimos casi todo octubre en el pajar, controlando las cubas", desgrana Rojo, arruinando lo que podría quedar de su imagen de empresario de la vitivinicultura.

"Al vino no hay que hacerle nada, es fermentar unas buenas uvas. Yo soy un minifundista, puedo hacer el vino en un garaje o en una furgoneta, pero tiene que ser muy bueno. Si no, nadie pagaría 20 euros por una botella".

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