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Guerra en Oriente Próximo

El Gobierno libanés y Hezbolá aceptan la resolución del Consejo de Seguridad

El jeque Nasralá asegura que respetará el alto el fuego, pero que responderá a las agresiones

Guillermo Altares

Las ruinas aún humeantes del último bombardeo israelí sobre la zona cero de Beirut -los barrios chiíes del sur- explican el escepticismo de muchos libaneses ante la resolución 1.701, que ayer fue aceptada por el Gobierno de Fuad Siniora y por el líder de Hezbolá, Hasan Nasralá. La intensificación de la ofensiva en el sur y los bombardeos de madrugada en el norte y el centro, y contra una columna de vehículos, no hacían más que aumentar la sensación de que el alto el fuego previsto para mañana era todavía una esperanza, no una realidad.

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"Una vez alcanzado un acuerdo para detener las llamadas operaciones militares o agresiones, la resistencia lo aceptará sin dudarlo", aseguró en una intervención televisada Hasan Nasralá, líder de Hezbolá, que habló antes de que el Gobierno -del que su movimiento forma parte- se pronunciase oficialmente. "Ya hemos dicho que aceptamos el despliegue del Ejército libanés con el apoyo de las fuerzas de Naciones Unidas. Recibirán la cooperación total por parte de la resistencia", agregó el jeque en un momento en que las dos partes tienen que vender la tregua como una victoria. Por eso aseguró que responderán a cualquier agresión y precisó que los dos ministros de su grupo presentarían "algunas reticencias" sobre la resolución. Horas después, tras una larga reunión del Ejecutivo, el primer ministro Fuad Siniora anunció que su Gobierno aceptaba la resolución del Consejo de Seguridad.

Tras resistir la ofensiva del Ejército israelí durante un mes, Hezbolá ha reforzado extraordinariamente su imagen en el mundo árabe y entre los chiíes de Líbano, pero muchos analistas creen que, ahora que puede acercarse el momento de reconstruir otra vez el país, la sociedad libanesa -extraordinariamente fragmentada por confesiones y opciones políticas (sobre todo pro y anti sirios)- puede pasarle factura al Partido de Dios, que desencadenó la guerra tras la captura de dos soldados israelíes.

El Gobierno libanés tampoco se enfrenta a un panorama sencillo: tiene que lograr que la tregua se respete, debe conseguir mantenerse unido, tiene que relanzar la reconstrucción del país y facilitar el regreso de los refugiados y desplazados (un millón de personas en un país de cuatro millones de habitantes) y, ante todo, debe conseguir que, sobre los escombros, una vez pasado el momento de unidad nacional ante una agresión exterior, no vuelvan a desatarse las fracturas sociales y sectarias que sumergieron a este país en una guerra civil que se prolongó durante 15 años.

Despliegue del Ejército

El despliegue del Ejército libanés en todo el territorio (15.000 soldados irán al sur junto a los cascos azules) también puede tener un aspecto muy positivo para el futuro de Líbano. "Se abre una oportunidad real para cerrar de una vez por todas el doloroso tema del sur del país, que las potencias regionales han convertido en el terreno de enfrentamiento de sus propias impotencias. Pero esta oportunidad puede ser la última", escribe en su editorial el principal diario francófono del país, L'Orient. Le Jour.

Con una guerra intermitente que no parece terminar nunca desde casi medio siglo, el pesimismo de los libaneses es comprensible. Cuando se preparaban para lo que consideraban el mejor verano de su historia, por el número de turistas y la sensación de que la paz podía ser posible, se despertaron una mañana bajo las bombas. Más de mil muertos después, la mayoría civiles, y con unas pérdidas que el Gobierno estima en 2.500 millones de euros y una marea negra en las costas del norte, tienen que pensar en volver a reconstruir, mientras la violencia sigue.

En la franja al sur del río Litani, Líbano padece una ofensiva israelí más intensa que nunca, en el centro y el norte, cerca de la frontera con Siria, las bombas han vuelto a caer. Un convoy formado por cientos de vehículos con personas que huían de la ciudad de Marjayun fue bombardeado en la madrugada del viernes al sábado: murieron al menos siete civiles y 36 resultaron heridos. El Ejército israelí dice que no habían recibido permiso. La ONU asegura que sí. Los suburbios chiíes del sur de Beirut seguían ayer por la mañana desiertos y arrasados, patrullados por los motoristas de Hezbolá. Con y sin resolución, sus habitantes ni siquiera se acercaban para comprobar lo que podía quedar de sus casas. Los aviones podían volver en cualquier momento.

Escombros humeantes de un edificio destruido por un bombardeo israelí en Beirut.
Escombros humeantes de un edificio destruido por un bombardeo israelí en Beirut.EFE

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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