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Columna
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Franco sigue en la ciudad

A Juan Urbano, que en su condición de aspirante a filósofo suele perder el tiempo en construir paradojas y buscarle rincones a las ideas, se le vino a la cabeza una frase de Woody Allen: "La última vez que estuve dentro de una mujer fue cuando visité la Estatua de la Libertad"; y rápidamente la llevó a su terreno para decirse: "La última vez que estuve fuera de la libertad fue cuando visité el Valle de los Caídos".

Es que justo estaba en San Lorenzo de El Escorial, en un curso de verano de la Universidad Complutense, y mientras subía al hotel Euroforum había visto una vez más, a lo lejos, aquella siniestra cruz que parecía hundirse en el horizonte como un puñal interminable. Se sintió tan mal, que tuvo que cerrar los ojos.

Juan consideraba el Valle de los Caídos una tachadura horrorosa en el paisaje de la sierra

Acababa de leer en el periódico, esa misma mañana, un resumen del anteproyecto de la Ley de Memoria Histórica, y le sorprendió que ya no se hablara en él de convertir ese monumento al horror en un centro de interpretación del franquismo; que sólo se anunciara que "en aquellos edificios y lugares de titularidad pública estatal dependientes del Gobierno se adoptarán medidas para la retirada de los escudos, insignias, placas o menciones conmemorativas de la guerra civil o la dictadura cuando exalten sólo a una de las partes contendientes en la guerra", y aún eso con la salvedad de que "si se considera improcedente por razones históricas, artísticas u otras de interés general, no se procederá a quitarlas"; y que, sobre el propio Valle de los Caídos, se estableciera que permanecerá como lugar de culto, pero "en ningún lugar del recinto se podrán llevar a cabo actos exaltadores de la guerra civil o la dictadura".

Y ni siquiera eso, porque sí se autoriza una misa anual, el 20 de noviembre, por el alma del Funeralísimo, como lo llamaba Rafael Alberti, con el único inconveniente para los reunidos de que se les impedirá cantar El Cara al Sol, himno falangista.

"O sea", se dijo Juan, parodiando un célebre aforismo según el cual se puede impedir a alguien que robe, pero no que sea un ladrón, "que se puede evitar que alguien cante el himno de la Falange, pero no que sea fascista". Qué raro, todo.

La verdad es que Juan no lo entendía. No era capaz de comprender por qué en nuestro país, tras 30 años de democracia, Federico García Lorca seguía en una fosa común y Franco seguía en una tumba gubernamental, honrado con todo un monumento.

Ni por qué había tantas personas que se oponían radicalmente a sacar de ahí a cualquiera de los dos, para darles a cada uno una sepultura digna de ellos.

No entendía que desandar los crímenes de un Estado totalitario que ejerció durante casi cuatro décadas una feroz represión sobre todos aquellos que consideraba sus enemigos, pudiera ser considerado por algunos una provocación o un regreso al clima de la Guerra Civil. "¿Cómo es que las mismas personas que aplauden al ejército de los Estados Unidos de América cuando derriba la estatua del presidente de Irak Sadam Hussein en Bagdad", se dijo, "silban a los policías españoles cuando quitan la de Francisco Franco de la plaza de San Juan de la Cruz?"

Juan consideraba el Valle de los Caídos una tachadura horrorosa en el paisaje de la sierra de Madrid, que él amaba más que ningún otro. Como hombre sencillo, sus argumentos en esa cuestión eran los de cualquiera: ¿Por qué sería impensable que existiese un monumento a Adolf Hitler o a sus generales en Alemania y no lo es que haya 1.000 a Franco y los suyos en España? ¿Por qué la exaltación del nazismo es un delito y no lo es la del franquismo?

Y así hasta el final.

"Bueno", se dijo, cuando el coche que lo llevaba se detenía en la puerta del hotel Euroforum, "debe ser que en nuestro país es aún demasiado pronto para algunas cosas".

Y con la impresión de que Madrid siempre sería un poco la capital del franquismo mientras los monumentos a Franco siguieran en su lugar, entró en la sala donde se impartía su curso.

"Las sombras de las cruces siempre son muy alargadas.", se dijo, antes de ponerse a escuchar.

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