_
_
_
_
Reportaje:Relevo en Cuba

La última batalla de Castro / 1

A media tarde de un viernes de marzo, se concentró una muchedumbre en el centro de La Habana para manifestarse en contra de un incidente ocurrido la noche anterior en San Juan de Puerto Rico. Durante un partido entre Cuba y Holanda dentro del primer torneo internacional Clásico de Béisbol, un espectador alzó un cartel hacia las cámaras de televisión en el que se leía "Abajo Fidel" y gritó palabras similares a los cubanos que se encontraban en el terreno de juego. Entre ellos estaba Antonio Castro, un cirujano ortopédico que es el médico de la selección cubana e hijo de Fidel Castro. Un funcionario cubano se enfrentó, indignado, al espectador, y la policía portorriqueña le detuvo. Quedó en libertad después de recibir un discurso sobre la libertad de expresión. Cuba ganó 11 a 2, pero, al día siguiente, en tono muy ofendido, el periódico oficial del Partido Comunista Cubano, Granma, lamentó las "cínicas provocaciones contrarrevolucionarias" de los funcionarios estadounidenses y Puerto Rico.

"Castro estaba angustiado por la idea de que el socialismo podría no sobrevivirle"
La caída de la URSS precipitó el final de los subsidios a Cuba y la economía se derrumbó
Funcionarios cubanos y estadounidenses temen disturbios cuando muera Castro
Si Castro muere, Raúl compartirá el poder con Pérez Roque, Alarcón y Carlos Lage
Dadas las carencias en la isla, todo el mundo tiene algún contacto en el mercado negro
Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO
Más información
Castro decreta su salud "secreto de Estado"

La concentración se celebró, como casi todos los acontecimientos de este tipo últimamente en La Habana, ante la Sección de Intereses de EE UU, un moderno edificio de siete pisos en una curva del paseo marítimo de la ciudad, el Malecón. Dado que no hay relaciones diplomáticas entre EE UU y Cuba, la Sección de Intereses sirve de Embajada de facto (en realidad, el edificio forma parte de la Embajada suiza). Hace seis años, durante la batalla por la custodia de Elián González, el niño de cinco años rescatado después de que su madre y otras personas se ahogaran mientras trataban de llegar a Florida en una lancha motora, Castro ordenó la construcción de un foro de protesta permanente en una isla de tráfico situada frente a la Sección. Hoy, el Tribunal anti-imperialista (nombre que recibe el lugar) está formado por un estrado elevado, lleno de focos, sobre un centro de mando que es una especie de búnquer. Una gran pancarta muestra un montaje fotográfico de hombres armados, casas incendiadas, gente que llora y un torvo veredicto: "Vosotros hicisteis esto".

La concentración no estaba abierta al público en general. En las barricadas que protegían los accesos montaban guardia varias docenas de policías. Unos centenares de personas, sobre todo funcionarios deportivos, deportistas y familiares suyos, escuchaban mientras un jugador de béisbol decía a la multitud: "¡Pese al desvergonzado robo de nuestros jugadores, y los constantes ataques contra nuestra gente, todavía no han podido disminuir la calidad de nuestro equipo!". Un anciano negro subió al escenario para contar que, en su juventud, había jugado al béisbol en EE UU. "Conocí el racismo de aquel país personalmente, cuando me obligaban a sentarme en la parte trasera de los autobuses y a comer en la cocina". Tras él llegó la madre de uno de los jugadores. Después de denunciar la "provocación" de Puerto Rico, se despidió con un "¡Viva Fidel!".

Fidel no estaba presente, pese a que, como la mayoría de los cubanos, se toma el béisbol muy en serio (durante años, se corrió el mito de que, cuando era estudiante, un equipo de la liga profesional estadounidense se había interesado por él). Castro, que cumplirá 80 años el 13 de agosto, aparece cada vez con menos frecuencia en público, y muy pocas veces en actos en los que hay extranjeros. Durante varios decenios, su legendaria energía le fue muy útil. Tenía 32 años cuando derrocó al dictador cubano Fulgencio Batista en 1959, con una guerrilla de barbudos entre los que estaba Ernesto Che Guevara. Castro se presentó como un nacionalista decidido a erradicar de Cuba la cultura de casinos dirigidos por gángsteres y poner fin a su reputación de ser "el burdel del Caribe". Una vez en el poder, dio un rápido giro hacia la izquierda, nacionalizó las grandes plantaciones (entre ellas, la de su madre) y empresas de propiedad extranjera, y se acercó a la URSS. En 1961, la CIA., con ayuda de exiliados cubanos, organizó la invasión de Bahía de Cochinos para apartar a Castro del poder. Sufrieron una derrota ignominiosa y, desde entonces, pese al embargo comercial aplicado por EE UU y numerosos intentos de asesinato, Fidel Castro ha sobrevivido a nueve presidentes estadounidenses. Es el gobernante más antiguo del mundo.

En junio de 2001, Castro se desmayó debido al calor mientras se dirigía a una muchedumbre, y en 2004, después de pronunciar un discurso, tropezó y se cayó, con el resultado de la rótula izquierda hecha pedazos y el brazo derecho roto. Aunque sigue pronunciando las largas peroratas por las que es famoso, a veces le tiembla la mano y anda de forma inestable; en ocasiones se le ve olvidadizo e incoherente; y de vez en cuando se duerme en público. En un informe presentado al Congreso en 2005, la CIA notificó que Castro sufría la enfermedad de Parkinson. Castro se burló del documento, dijo que, aunque fuera cierto, era capaz de permanecer en el cargo, y citó al papa Juan Pablo II como modelo.

Esta primavera, un amigo de Castro y veterano miembro del Partido me dijo que el líder cubano estaba angustiado por hacerse viejo y obsesionado por la idea de que el socialismo podría no sobrevivirle. Por eso, Castro ha lanzado su última gran lucha, la que denomina la Batalla de las Ideas.

Su objetivo es lograr que los cubanos vuelvan a comprometerse con los ideales de la revolución, sobre todo los jóvenes que alcanzaron la mayoría de edad durante el llamado Periodo Especial. En los primeros años noventa, la caída de la Unión Soviética precipitó el final de los subsidios a Cuba, y la economía se derrumbó. La crisis obligó a Castro a autorizar más apertura en la vida económica y civil de la isla, pero ahora parece empeñado en invertir esa tendencia. En un discurso pronunciado el pasado mes de noviembre, declaró: "Este país puede autodestruirse, esta revolución puede acabar consigo misma". Se refirió a Estados Unidos para decir: "No pueden destruirla, pero nosotros sí. Podemos destruirla, y sería culpa nuestra". Y en mayo, durante un airado debate televisivo de siete horas que convocó para protestar por su inclusión en la lista de los dirigentes más ricos del mundo según Forbes (la revista valoraba su fortuna en 900 millones de dólares), dijo: "Debemos seguir pulverizando las mentiras que se dicen en nuestra contra... Ésta es la batalla ideológica, todo es la Batalla de las Ideas".

Castro ha abordado la campaña como un mariscal de campo, con un Mando Central de leales ideólogos sacados de la Unión de Juventudes Comunistas, la U. J. C. Algunos cubanos les llaman, sarcásticamente, los talibanes. Quizá sería más apropiado compararles con la Guardia Roja: en cierto sentido, la Batalla de las Ideas ha pasado a ser la Revolución Cultural de Cuba, aunque sin la violenta intensidad de aquella. El Mando Central de Castro organiza manifestaciones y envía "batallones" especialmente reclutados de Trabajadores Sociales, que intervienen en casi todas las áreas de la vida diaria. A principios de este año, cuando Castro anunció que los cubanos debían empezar a usar más bombillas de ahorro, los batallones fueron de casa en casa por todo el país para repartir las bombillas y asegurarse de que las instalaban.

En privado, muchos cubanos consideran la Batalla de las Ideas como un espectáculo que tienen que tolerar pero que no cuenta nada en su vida. Pocos ganan suficiente para comer bien ni mucho menos vivir con desahogo. Como consecuencia de las carencias endémicas de la isla, casi todo el mundo tiene algún contacto con el mercado negro. La tensión entre la Cuba pública de concentraciones y tribunales y esta otra oculta es cada vez mayor, y varios funcionarios cubanos y estadounidenses con los que he hablado temen que el caos contenido hasta ahora estalle en claros disturbios cuando muera Castro: saqueos, motines y asesinatos por represalias. El senador Mel Martínez, de Florida, que salió de Cuba cuando tenía 15 años, en 1962, dice: "Mi esperanza es que haya una de esas maravillosas revoluciones europeas, como la Revolución de Terciopelo

[la separación pacífica de la República Checa y Eslovaquia], sin violencia, pero, con todo lo que ha ocurrido -la represión y la mano de hierro de quienes llevan tanto tiempo en el poder-, podría crearse un vacío, y eso favorece la posibilidad de violencia". A los cubanos les preocupa la reacción que puedan tener EE UU y el exilio de Miami, que lleva decenios preparada para la desaparición de Castro. Tanto para ellos como para los posibles sucesores de Castro, éstos son tiempos de enorme ansiedad.

Hubo un tiempo en el que los chistes sobre la supuesta inmortalidad de Fidel Castro constituían un canon en La Habana. En uno, le regalaban una tortuga, pero él la rechazaba cuando se enteraba de que podía vivir más de 100 años. "Eso es lo malo de los animales", decía Castro. "Uno les toma cariño, y luego se mueren". Ahora, casi todos los chistes se basan en la situación contraria. Por ejemplo: Castro se ha muerto y su cuerpo está en exposición. Los visitantes hacen cola para presentarle sus respetos. Encabeza la fila Felipe Pérez Roque, el ministro cubano de Exteriores, de 41 años, al que suelen llamar Felipito (también le llaman "talibán", a sus espaldas). Pérez Roque se detiene ante el ataúd de Castro e inclina la cabeza, mientras Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional cubana, aguarda su turno. Pasan los minutos; Alarcón se impacienta, da un toque en el hombro a Pérez Roque y murmura: "Felipito, ¿a qué esperas? Está muerto, lo sabes, ¿no?" Pérez Roque responde, también en un susurro: "Yo sé que está muerto; sólo que todavía no sé cómo voy a decírselo a él".

Son muy pocos los cubanos dispuestos a hablar abiertamente sobre "la sucesión". Hace poco, Castro confirmó que, tal como creían muchos, tiene previsto que su hermano Raúl, ministro de Defensa, herede la dirección del partido Comunista Cubano. En una entrevista concedida a un periodista europeo, dijo que no tenía "ninguna duda" de que, si muere, la Asamblea Nacional elegirá a Raúl. Ahora bien, dada la edad de Raúl -tiene 75 años-, lo que se piensa en La Habana es que compartirá el poder con un triunvirato civil compuesto por Pérez Roque, Alarcón, que tiene 69, y Carlos Lage, el zar económico del país, que tiene 54 años. Aurelio Alonso, sociólogo, editor y miembro del Partido Comunista, me explicó: "Éste solía ser un tema tabú, pero últimamente Fidel ha empezado a hablar de él. En cualquier caso, la salida de Fidel no me preocupa por quién le sucederá; ya se sabe que existe un equipo de recambio preparado", y mencionó a Alarcón, Pérez Roque y Lage. "Eso no significa que no haya problemas. Los habrá".

Una tarde de abril, me entrevisté con Alarcón en el barroco Salón Presidencial del venerable Hotel Nacional. El Nacional, cuyas habitaciones dan al Malecón, se construyó en 1930, y en su apogeo anterior a Castro era la residencia en La Habana de gángsteres como Meyer Lansky. Hoy es el hotel preferido de visitantes como Leonardo DiCaprio, Muhammad Alí y Naomi Campbell. Mientras examinábamos nuestros menús, el gerente me informó de que, en una ocasión, Al Capone había cenado en esa misma sala.

Al oírlo, Alarcón sonrió con cierto embarazo. Es un hombre delgado y hablador, de rostro juvenil y frente amplia, que llevaba, como siempre, una guayabera blanca. Empezó a hablar sobre la larga y complicada relación con Washington. "Cincuenta años de la misma política, que -hay que decirlo- ha fracasado", afirmó. "Por supuesto, ahora esperan a la próxima generación, convencidos de que este Gobierno está acabado. Pues bien, si es así, supongo que yo también estoy acabado, porque soy miembro de la generación saliente". Aquí, Alarcón hizo una pausa. "En Francia transcurrió medio siglo desde la época de la monarquía de Luis XVI, la gran revolución, la guillotina, toda la contrarrevolución posterior, el bonapartismo, la república burguesa de la década de 1830. Todos los giros y transformaciones que sufrió Francia se produjeron en el mismo plazo de tiempo durante el que hemos conseguido mantener la revolución cubana en el poder. Ni siquiera Robespierre pudo decir algo así; ni pudo decirlo Napoleón. ¡Hemos hecho mucho!".

Alarcón lleva muchos años tratando con los estadounidenses. Salió de la Universidad de La Habana para dirigir la oficina de EE UU del Ministerio de Exteriores en 1962, cuando tenía sólo 25 años, y fue nombrado embajador de Cuba ante la ONU en 1966. En 1992, Castro le designó ministro de Exteriores pero, menos de un año después, le trasladó al cargo relativamente discreto de presidente de la Asamblea Nacional. En su momento, se consideró un descenso, pero le proporcionó experiencia en política interior por primera vez desde su juventud. Además de eso, ha seguido siendo el principal asesor de Castro sobre EE UU (interrumpió nuestra cena en el Hotel Nacional para atender una llamada de Castro en su teléfono móvil). Alarcón estuvo estrechamente relacionado con el caso de Elián González y fue el principal consejero del padre del niño, Juan Miguel González, que viajó a EE UU para disputar a los familiares la custodia de su hijo. Dos meses y medio después, cuando Elián volvió finalmente a casa, Alarcón le recibió en el aeropuerto. Para Castro, el regreso de Elián fue una gran victoria simbólica sobre sus adversarios de la comunidad en el exilio.

La última causa de Alarcón está relacionada con los Cinco Héroes, como se les conoce en Cuba, cinco espías cubanos que cumplen condenas en EE UU. En enero de 1996, Alarcón, en plenas negociaciones secretas con la Administración de Clinton para mejorar las relaciones, notificó a los estadounidenses que Cuba había recibido informaciones de que Hermanos al Rescate, un grupo de exiliados de Miami, estaba preparando vuelos ilegales para lanzar panfletos sobre La Habana. Ya habían realizado vuelos de ese tipo, y la administración se había ofrecido a hacer todo lo posible para detenerlos. La Casa Blanca transmitió los datos de Alarcón al cuartel general del FBI en Florida, pero no se hizo nada para impedir que los aviones despegaran. La Fuerza Aérea Cubana derribó dos de ellos y mató a cuatro estadounidenses de origen cubano. Como represalia, el presidente Clinton firmó la Ley Helms-Burton, que reforzaba el embargo contra Cuba. Asimismo, el FBI intensificó la búsqueda de las fuentes cubanas y, en 1998, detuvo a los Cinco. En 2001, un jurado de Miami les declaró culpables de varios cargos, entre ellos "conspiración para el espionaje", y a uno de ellos, del asesinato de los pilotos de Hermanos al Rescate. Les condenaron a penas entre 15 años y dos cadenas perpetuas consecutivas. (En agosto del año pasado, un tribunal de apelaciones ordenó un nuevo proceso y declaró que los hombres no había tenido un juicio justo debido a los "prejuicios generalizados en la comunidad").

Alarcón reconoce que los Cinco eran espías, pero afirma que no pretendía causar perjuicio a EE UU, y que su propósito era prevenir el terrorismo. "Mire, eran cinco personas que llevaban a cabo una misión. Igual que EE UU cree que debe tener más capacidad de saber y predecir, Cuba tiene desde hace mucho tiempo la necesidad de defenderse, con la diferencia de que el terrorismo contra Cuba lo ha patrocinado Estados Unidos".

Alarcón se ha propuesto llevar a los Cinco a casa como cruzada personal; cualquier conversación con él acaba hablando de ellos. Le pregunté si no había algo de conciencia culpable. ¿No había traicionado Cuba, indirectamente, la presencia de los cinco hombres en Miami? Alarcón respondió: "No piense ni por un instante que Cuba cometió el error de dar una información que ofreció pistas a los americanos para encontrarlos. Puede que seamos aficionados en el béisbol, pero en este asunto somos verdaderos profesionales".

Como la mayoría de los más estrechos colaboradores de Castro, Alarcón es decididamente discreto en público y nunca contradice a su jefe, pero su carácter afable y su larga experiencia con los estadounidenses -a los que, en general, cae bien- hacen que casi todos los cubanos le consideren un moderado. Representa una figura conocida y tranquilizadora para los extranjeros que visitan Cuba; durante mi estancia en La Habana, recibió a una delegación de Vietnam y a Louis Farrakhan. Alarcón es, desde hace mucho tiempo, uno de los principales candidatos al puesto de primer ministro en un gobierno de transición. Pero no hay nada seguro; Castro tiene la costumbre de cambiar a la gente de repente de un puesto a otro. Alarcón puede tener seria competencia por parte de Pérez Roque, al que se considera portavoz fundamental de la Batalla de las Ideas de Castro.

Pérez Roque es un hombre bajo y fornido, con un aspecto semejante al de un bull terrier. Fue secretario personal de Castro a los 21 años, y permaneció en el puesto otros siete. Nadie duda de que está dedicado en cuerpo y alma a Castro, cuyas opiniones y políticas adopta con un fervor que no tiene equivalente, ni siquiera en Cuba. En 1999, Castro le nombró ministro de Exteriores. Pérez Roque tenía sólo 34 años, y parecía torpe y poco preparado; le apodaron Fax, en el sentido de que era un mero transmisor de las opiniones de Castro. Desde entonces ha madurado y se ha ganado cierto respeto, aunque no popularidad. El viejo fiel al Partido me decía que, desde luego, Castro ha "escogido" a Pérez Roque para encabezar el equipo de sucesión bajo la supervisión temporal de Raúl, pero que Pérez Roque es "demasiado estrecho de miras" para la siguiente generación de cubanos. Otros con los que hablé estaban de acuerdo. Todos recuerdan que, cuando Castro se desmayó en 2001, fue Pérez Roque quien se acercó al micrófono y, en una muestra de celo, animó a la multitud con gritos de "¡Viva Fidel! ¡Viva Raúl!".

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

Dos cubanos reparan su coche en una calle de La Habana Vieja.
Dos cubanos reparan su coche en una calle de La Habana Vieja.GORKA LEJARCEGI
De izquierda a derecha, Raúl Castro, hermano de Fidel; Carlos Lage, vicepresidente cubano, y Felipe Pérez Roque, ministro de Asuntos Exteriores.
De izquierda a derecha, Raúl Castro, hermano de Fidel; Carlos Lage, vicepresidente cubano, y Felipe Pérez Roque, ministro de Asuntos Exteriores.
De izquierda a derecha, Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional cubana; Mel Martínez, senador republicano por el Estado de Florida, y Juan Miguel González, el padre de Elián, el niño balsero.
De izquierda a derecha, Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional cubana; Mel Martínez, senador republicano por el Estado de Florida, y Juan Miguel González, el padre de Elián, el niño balsero.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_