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La primera visita de Benedicto XVI a España

El Vaticano afloja el pulso con el Gobierno

El Papa loa la familia cristiana, pero concluye su visita a España sin reproches al Ejecutivo

Benedicto XVI regresó ayer a Roma y dejó en España un mensaje conciliador. Su viaje a Valencia sirvió para subrayar la inmensa importancia que la Iglesia atribuye a la familia, pero también para demostrar que es posible defender la fe y el modelo de sociedad católicos sin desafíos ni amenazas apocalípticas. Su actitud positiva logró enlazar dos objetivos que parecían incompatibles: ofreció cooperación al Gobierno español, pese a todas las divergencias, y a la vez animó a los obispos (con más discreción de lo que algunos deseaban) a seguir proclamando "al Dios vivo, garante de nuestra libertad y de la verdad".

El papa Joseph Ratzinger sorprendió quizá a los católicos que esperaban de él un vapuleo al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, y a la vez a otros católicos y a muchos no creyentes que tenían de él una imagen teñida de intransigencia y sectarismo. Supo ser teólogo en el momento adecuado, como en la misa oficiada ayer ante una multitud en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, y supo derrochar habilidad diplomática en las breves pero significativas entrevistas mantenidas el sábado con la cúpula gubernamental. Casi todo el mundo quedó más o menos satisfecho, y en esos casos suele hablarse de éxito.

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Hubo política con el presidente Rodríguez Zapatero y la vicepresidenta, María Teresa Fernández de la Vega, hubo cordialidad diplomática con los Reyes, hubo ternura en su encuentro con las familias de las víctimas del metro, hubo simpatía cuando conectó con la gente que le esperaba en las calles. El Pontífice, en cualquier caso, viajó a Valencia con un programa básicamente pastoral, centrado en el Encuentro Mundial de las Familias y, por tanto, con un alcance internacional. El objetivo primordial era proclamar la inviolabilidad de la institución familiar basada en el matrimonio de hombre y mujer, y lo hizo a conciencia, con el mismo tono y las mismas palabras con que lo habría hecho en cualquier otra ciudad del mundo.

En la homilía de la misa de clausura habló de "la maravillosa realidad del matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer". "Por eso", subrayó ante centenares de miles de fieles, "reconocer y ayudar a esta institución es uno de los mayores servicios que se pueden prestar hoy día al bien común y al verdadero desarrollo de los hombres y las sociedades". De nuevo un mensaje positivo, exaltando las creencias propias sin denigrar las ajenas. Y de nuevo, para quienes esperaban guerra, ausencia de toda mención directa al divorcio, al matrimonio homosexual o a la manipulación genética, tres cuestiones a las que el Vaticano se opone radicalmente.

La homilía fue típica de Benedicto XVI, un Papa teólogo con vocación de catequista. El mensaje pudo parecer denso, monótono o excesivamente didáctico a un público acostumbrado a vibrar con el trazo grueso de algunos miembros del episcopado español. El Pontífice, que habló siempre en español, se extendió sobre la importancia de la familia en la formación de la persona y en la transmisión de la fe católica, tema central del V Encuentro Mundial. Y colocó en los padres, pero también en los abuelos ("la familia se nos muestra así como una comunidad de generaciones y garante de un patrimonio de tradiciones", dijo) la responsabilidad de transmitir los valores y la fe cristiana.

Arropado por 50 cardenales, 450 obispos y 3.000 sacerdotes en el escenario central, Benedicto XVI proclamó que los padres tenían el derecho y el deber de educar a los hijos "en la búsqueda de la propia identidad", sin olvidar que se encontraban dentro de un mecanismo trascendente: "En el origen de todo hombre y, por tanto, en toda paternidad y maternidad humana está presente Dios Creador; por eso los esposos deben acoger al hijo que les nace no sólo como hijo suyo, sino también de Dios, que lo ama por sí mismo y lo llama a la filiación divina. Más aún: toda generación, toda paternidad y maternidad, toda familia tiene su principio en Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo".

Benedicto XVI se despide desde el <i>papamóvil</i> de los peregrinos concentrados en Valencia.
Benedicto XVI se despide desde el papamóvil de los peregrinos concentrados en Valencia.JOSÉ JORDÁN

Un adiós antes de hora

Cumplir escrupulosamente los horarios del programa de actos es una de las obsesiones de los organizadores de los viajes papales. Que todo case, que todas las citas se cumplan, es fundamental. Pero no siempre posible. Menos aún cuando es el propio Papa el que decide introducir cambios, que pueden ser fatales. Le ocurrió ayer a Benedicto XVI, que recorrió calles desiertas a bordo del papamóvil camino del aeropuerto de Manises donde le esperaba el avión de Iberia que le devolvió a Roma. Después de un recibimiento brillante y caluroso, resultaba sorprendente ver la soledad del Papa, sentado en su vehículo panorámico y cubiertos los ojos tras unas gafas de sol. En realidad, la culpa no era de la gente. Sin apenas previo aviso, el Pontífice decidió sustituir el coche cubierto por su vehículo panorámico para tener la oportunidad de despedirse de los valencianos, pero para poder cumplir el horario de la partida se calculó que debía contar con media hora más.

Por eso, se limitó a recibir en la audiencia prevista al líder de la oposición, Mariano Rajoy, que se presentó acompañado de su esposa y su hijo, y salió apresuradamente rumbo al aeropuerto. Lo malo es que los peregrinos no llegaron a tiempo de colocarse detrás de las vallas y, a la vista de la escasez de público, el papamóvil fue más ligero, con lo que llegó también anticipadamente al aeropuerto, sin dar tiempo a que se concentrara un grupo apreciable de feligreses para arroparle.

Los reyes de España y las autoridades autonómicas y del Gobierno central sí llegaron a tiempo para despedirle adecuadamente. Tras la breve ceremonia oficial, Benedicto XVI abordó el Airbus de Iberia, que despegó, aun así, unos 20 minutos antes de la hora prevista.

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