El Papa llega para apuntalar la familia católica
Benedicto XVI, que inicia hoy su visita a Valencia, considera amenazadas las bases de la civilización
Benedicto XVI llega a España en un momento peculiar. Las relaciones del Gobierno socialista con el Vaticano y, hasta cierto punto, con la Conferencia Episcopal, ya no crujen tan ruidosamente como en la primavera de 2004. Pero por debajo de esa relativa normalidad institucional ruge un conflicto profundo que desborda los ámbitos de la política y la religión. El conflicto, perceptible esta semana en los duros discursos de los obispos españoles, se centra en el modelo de sociedad. Para el Papa y para la gran mayoría de los católicos, la familia tradicional es un bastión irrenunciable, el fundamento de una civilización amenazada por el relativismo y la indiferencia colectiva.
Los viajes papales funcionan a varios niveles. El primero, obviamente, es el religioso. La visita de Benedicto XVI a Valencia es de tipo pastoral y se justifica de forma exclusiva por el Encuentro Mundial de las Familias, aunque responda a una invitación del rey Juan Carlos. En ese sentido, los discursos del Pontífice deben interpretarse en clave de moral católica. Pero Benedicto XVI es también el jefe del Estado de un país minúsculo y muy influyente y, por tanto, sus desplazamientos tienen contenido político. En este caso, el plano político adquiere especial relevancia por las desavenencias entre el Gobierno y los obispos y por la importancia que el Vaticano atribuye a España como correa de engranaje cultural entre Europa y Latinoamérica.
Quizá lo más sustancial, desde el punto de vista político, sea el encuentro del Papa con la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega. Se trata de una audiencia sugerida desde Roma con el fin de "bendecir" el papel de la vicepresidenta como representante del Gobierno en las relaciones de alto nivel con la iglesia católica. Fueron el arzobispo de Toledo, cardenal Antonio Cañizares, y el secretario de Estado del Vaticano, cardenal Angelo Sodano, quienes el pasado 25 de marzo, en la Embajada de España ante la Santa Sede, reconocieron de forma simbólica a Fernández de la Vega como principal interlocutora. Benedicto XVI, por lo visto, quería conocerla personalmente y dar formalmente su beneplácito a un mecanismo de coordinación destinado a mejorar las relaciones institucionales.
"Las actuales relaciones se basan en un absoluto respeto mutuo y son magníficas", declaró el jueves María Teresa Fernández de la Vega. El cardenal Cañizares, hombre fuerte de la Conferencia Episcopal, ha contribuido a sosegar una crisis que estalló el 18 de junio de 2004, cuando el anterior Papa, Juan Pablo II, acogió al embajador español Jorge Dezcallar con un durísimo discurso contra las anunciadas reformas del Gobierno de Zapatero en materia de matrimonio y homosexualidad, y se plasmó en la participación episcopal en manifestaciones antigubernamentales.
En el Vaticano no causó entusiasmo la aparente alianza entre los obispos y un partido político, el Partido Popular: el experimento de la Democracia Cristiana italiana como "partido del Papa" no concluyó bien. Desde Roma no se alientan, más bien al contrario, nuevas protestas callejeras. Se prefiere el diálogo discreto, y entre la vicepresidenta y Cañizares ha habido en los últimos meses más encuentros de los que registran las agendas oficiales de ambos. Eso no afecta, sin embargo, al fondo de la cuestión. En sus discursos, de cuyas líneas generales el Gobierno ha sido ya informado, Benedicto XVI alentará a los obispos y los fieles de España y de todo el mundo a mantener el combate por la familia y por una serie de valores considerados naturales y de mayor rango que los deseos de cualquier mayoría electoral: el respeto absoluto a la vida, la protección de la familia tradicional y el derecho a la libertad religiosa (que incluye un modelo educativo determinado).
Benedicto XVI considera que su batalla en favor de esos valores excede el ámbito de la religión. Por eso habla con frecuencia de la "crisis de identidad europea" o del "odio patológico de Occidente contra sí mismo", acepta debates con filósofos no católicos como Jurgen Habermas y alerta a los creyentes contra la "agresividad ideológica" del "relativismo", que relaciona con la indiferencia moral. En esa misma línea habló el presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Ricardo Blázquez, a la revista Famiglia Cristiana: cuando acusó a la sociedad española de estar "moribunda" no hizo un juicio religioso, ni culpó de ello al Gobierno socialista. Esas palabras fueron a la vez constatación amarga, reconocimiento de impotencia y grito de alarma.
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