El Mar Menor como probeta

La anunciada explosión en la población de medusas del Mediterráneo ya ha tenido antecedentes significativos. Como si de un ensayo de economía de escala se tratara, desde 1996 el Mar Menor sufre una permanente invasión -con altibajos debidos a su ciclo reproductivo- de estos animales.

Esta laguna salada costera, de 130 kilómetros cuadrados, puede considerarse un modelo a pequeña escala de todo el Mediterráneo (2,9 millones de kilómetros cuadrados): apenas una entrada de agua marina, un litoral fuertemente urbanizado, abundante aportación de nutrientes (los fertilizantes usados en la próspera agricultura del Campo de Cartagena), escasez de grandes peces y una cálida temperatura han hecho que las medusas se instalen en sus aguas de manera permanente desde hace 10 años.

Los dos momentos de más aglomeración de medusas coinciden con abril y septiembre, explica el director del centro del Instituto Español de Oceanografía (IEO) en el Mar Menor, Julio Mas. La especie más frecuente es la Cotylhoriza tubercalata (conocida por los habitantes de la zona como huevo frito). La Cotylhoriza tiene una ventaja: que no pica (caza sin necesidad de inocular toxinas a sus víctimas porque lo hace filtrando el agua). Esta medusa mide entre 20 y 40 centímetros. Se puede ver en todo el litoral, cerca de la costa. Nada contracorriente.

Pero si se produce la temida explosión, la situación no va a ser tan halagüeña. Otras medusas autóctonas del Mediterráneo y que serán, previsiblemente, las que tiendan a expandirse son: Pelagia noctiluca, la Rhyzostoma pulmo (conocida como aguamala), la Velella velella o medusa velero y la Aurelia aurita (sombrilla).

Cada especie tiene unas características especiales, que hace impredecible adivinar cuál va a ser la dominante. Sólo un reequilibrio del ecosistema marino podría parar su expansión. Eso, o que el ser humano le encuentre alguna utilidad comercial, y la pesque. Si esto ocurriera, no se sabe es qué especie aprovecharía para ocupar su lugar.