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Columna
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Argentina, sin proyecto

Andrés Ortega

Néstor Kirchner, presidente de Argentina, llega el miércoles a Madrid, con una apretada agenda, (¿comprensiblemente?) supeditada al calendario del Mundial de fútbol. En su cartera traerá varias notas sobre cuestiones bilaterales -es todo un éxito suyo venir sin haber resuelto antes los contenciosos de algunas empresas españolas en Argentina- y multilaterales. Pero en esa cartera no hay un proyecto de Argentina. Ésa es quizá su mayor carencia. Entiéndase que no se trata de un modelo económico, ni de una hoja de ruta de un punto A a un punto B, sino de saber hacia dónde quiere y debe ir esa sociedad y cómo, pues la forma de navegar importa tanto como los puertos hacia el que se apunte.

Su política es la de ir tirando, salir del paso, cambiando de una semana a otra

Aunque no debe confiar en que sea de forma duradera, la economía argentina se ha ido recuperando. La sociedad vuelve a vibrar, más despierta en muchas cosas que esta vieja Europa. Algunos pensarán que es mejor carecer de proyecto que tener uno equivocado. Pero hay una sospecha más profunda: Kirchner no sólo no tiene ese proyecto, sino que no lo quiere tener. Su política es la de ir tirando, salir del paso, cambiando de una semana a otra las cuestiones en las que centrar la atención.

México, Chile, Brasil o Venezuela tienen sus proyectos de país. Lo que incluye sus relaciones exteriores, también con Estados Unidos cada uno a su manera, y con China. Piensan de forma estratégica. Una parte del problema es que los proyectos regionales en América Latina están haciendo agua, y a Argentina (como a España) no le va bien ir sola. No hay anclaje externo. Pero a Kirchner no parece preocuparle u ocuparle excesivamente la política exterior. Y, sin embargo, un buen eje engrasado Argentina-Brasil sería esencial para dar estabilidad y peso a la región.

También, y pese a su vena populista, Kirchner carece de modelo económico a seguir. El neoliberalismo no ha logrado los éxitos esperados; la revolución y los populismos tampoco. Quizá sea bueno evitar los paradigmas y las curas milagrosas. Javier Santiso, economista jefe de desarrollo de la OCDE, señala que América Latina está en la "economía política de lo posible", en un libro que lleva ese título, en que cree ver una acomodación del populismo al pragmatismo. Quizá porque, como señalara en su día Ricardo Lagos, "el populismo no puede sobrevivir sin superávit fiscal". Pero Santiso hace otra advertencia: la de que cuenta, y mucho, no sólo el contenido de las políticas económicas sino también su calidad.

La economía y la política de lo posible -con la renegociación de la deuda pareció lograr lo imposible- debería haber llevado a Kirchner a aprovechar el crecimiento para construir o afianzar lo que más le falta a Argentina: instituciones. Sus pasos con los militares y con la memoria histórica son positivos, pero le ha faltado reforzar la Justicia y el Estado de derecho, la seguridad jurídica (esencial para las inversiones extranjeras y nacionales), la separación de poderes, la transparencia en la Administración y la lucha contra la corrupción. En fin, todo aquello que se suele entender como el buen gobierno (ahora se dice gobernabilidad o gobernanza). Pero esto parece ajeno a un peronismo que ya no se sabe lo que es después de Menem, salvo un sistema de poder, que se parapeta demasiado a menudo en echar siempre las culpas de lo que pasa a otros, de dentro o de fuera. Kirchner podía haberse convertido en un referente de la izquierda, como Lula, Lagos y Bachelet, o, en otro estilo, Chávez o Morales. Tampoco parece haberle interesado.

Jorge Fernández Díaz, secretario de redacción de La Nación, tuvo el detalle de dedicarme su última y estupenda novela, Fernández, como una "historia de desencantados que quieren volver a creer". Eso es hoy, políticamente, Argentina. También (y no estamos hablando del Mundial) España que, desde otros presupuestos y coordenadas, tiene sus propios y numerosos Fernández.

aortega@elpais.es

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