Historia de unas botas
Éstas son las andanzas del calzado del 'crack' brasileño desde que se diseña en el laboratorio tecnológico de Nike, en Beaverton, Oregón, hasta que pisa el césped. Contadas en primera persona por la propia bota. Su nombre, Tiempo Air Legend
03 Mundial de fútbol: a los pies de Ronaldinho
Historia de unas botas
Éstas son las andanzas del calzado del 'crack' brasileño desde que se diseña en el laboratorio tecnológico de Nike, en Beaverton, Oregón, hasta que pisa el césped. Contadas en primera persona por la propia bota. Su nombre, Tiempo Air Legend. Por Joseba Elola. Fotografía de Guillermo Pascual.
A él le gusta el cuero, por eso me eligió La sensación de placer que le otorgo es instantánea, en cuanto me agarra Y yo, a sus pies, dispuesta, con mi lengüeta Sensibilidad, tracción y suavidad, potencia y tacto, eso es lo que le ofrezco Pero sobre todo, toque El tipo de toque que le dibuja esa sonrisa que tiene Perdón; antes de nada, será mejor que me presente: me llamo Tiempo Air Legend y soy una bota. Y cuando hablo de él, me refiero a mi amo, Ronaldinho.
Le gusto porque soy de la vieja escuela. Hay otras mucho más modernas que yo en el mercado, más futuristas, de fibra de carbono, más afiladas, con más colorines. Pero él me prefiere a mí. Soy lo más parecido que hay a esas botas clásicas de color marrón, con cordones gruesos, cosidas a mano. Al ser de piel de canguro, mucho más flexible que el cuero de antaño, le ofrezco más sensibilidad que las demás, lo perfecto para un jugador fino, para un conductor del juego amante de los matices. Nací en 1994 y peso 330 gramos. Yo atesoro su magia.
Ronaldinho dice que cuando le hablo, sólo pronuncio tres palabras: "Trátame bien, cara". O sea, trátame bien, tío. A él le gusta pensar que hablamos en brasileño.
Llegará el Mundial y saldré en la portada de los periódicos, pero nadie se fijará en mí. La gente no repara demasiado en nosotras cuando mira las fotos, solemos pasar inadvertidas, poco importa. Así es mi vida, estoy acostumbrada a que me pisen, a que me pisoteen. Y a pesar de todos los pesares, vivo rendida a los pies de mi amo. Yo los arropo. Yo los protejo. Unos pies del 43, un pelín más anchos que la media de los que usan el 43, ? de centímetro más, según dice Erez Morag, el jefe del laboratorio de investigación de Nike, en Beaverton. Hasta este pueblecito de Oregón viajó mi amo hace dos años cuando se abordó mi último rediseño. Les contaré la historia de mi gestación.
Beaverton es uno de esos clásicos mares de urbanizaciones que rodean a las grandes capitales estadounidenses; en este caso, Portland. Y aquí se ubica la sede central de Nike en el mundo, un campus inusual y gigantesco, tranquilo y verde, mezcla de high tech y naturaleza, un espacio de atmósfera casi zen que se extiende a lo largo de 125 acres, o sea, 70 campos de fútbol juntos. Que te conciban aquí, con esta paz, la verdad, da buen rollo.
A las diez de la mañana te puedes encontrar a mamá pata y a sus ocho patitos cruzando por delante del edificio John McEnroe, de donde sale el ejecutivo de cuentas enfundado en su chándal a trotar por la pista de jogging que, entre árboles de todas las especies, rodea las instalaciones. Hay nutrias, halcones, tortugas, ciervos. En el agua en calma del inmenso lago, tan grande como dos campos de fútbol, se reflejan los edificios, bautizados con nombres de deportistas de élite: en el Tiger Woods se celebran conferencias; al Lance Armstrong se va a nadar; el Pete Sampras y el Michael Jordan albergan oficinas; la pista para ir a esprintar recibe el nombre de Michael Johnson: cinco calles de 400 metros hechas con 50.000 pares de zapatillas recicladas.
Pero fue en los Ronaldo Fields, los dos campos de fútbol situados junto al apacible jardín japonés, donde grabaron a mi amo. Sí, porque la gestación de una bota parte de una filmación ultralenta de los movimientos del jugador, con una cámara que ofrece mil imágenes por segundo, lo que permite determinar cómo apoya, cómo se mueve, qué zonas de la zapatilla usa más. En la grabación que le hicieron a mi amo, se le puede ver haciendo sus fintas al ritmo lento de un astronauta mientras un intruso pajarillo se cuela en la imagen.
Después llega el momento de desnudar pinreles para su consiguiente escaneado. Con 10 sensores colocados sobre la piel, el crack introduce la peana en una minicabina que tiene cuatro láseres y ocho cámaras que toman imágenes de cada medio milímetro de pie. La impresión en tres dimensiones resultante permite obtener un molde. El molde en el que se basaron para fabricarme. La información se cruza con la de una docena de profesionales y la de más de 200 jugadores amateurs. En total, nuestro proceso de gestación dura tres años.
"Mis botas están orgullosas de jugar con un equipo como el Barça y se ponen contentas cuando marco goles", dice mi amo.
Hay 30 señores en Beaverton dedicados a determinar cuestiones tales como la sudoración de la piel a 35 grados y los tejidos más adecuados para cada situación. Un esqueleto con camiseta y gorra preside este laboratorio del doctor Frankenstein, versión high tech: válvulas, volúmetros, paneles con recortes de prensa deportivos, ordenadores customizados con pegatinas freakies, muñecotes Erez Morag, científico que comanda el equipo, empuña dos pies de plástico: el molde de mi amo y el de Ronaldo. "Hasta 2002, la parte interior de las botas de fútbol era plana", dice, orgulloso, "hasta que descubrimos que la clave era que había que poner un cojín y arropar todo el contorno del pie". Lo que supuso todo un cambio en el proceso de manufactura de zapatillas. Pero la mejora de las prestaciones, dice, es sensible. En el caso de la Mercurial, mi hermana, la bota que utiliza Ronaldo, se consigue una mejora de 30 centímetros en una aceleración de 100 metros. Mercurial es más futurista que yo, pero mucho más dura. Persigue un objetivo distinto, la velocidad. Yo proporciono toque.
Un jugador corre entre 10 y 14 kilómetros por partido.
Mi look se gestó a muchos kilómetros de distancia de Beaverton. Concretamente, en Barcelona, en casa de mi amo, que vive con su madre, doña Miguelinha, y toda la familia. Hasta allí viajó Peter Hudson, mi diseñador, para inspirarse. "Me fijé mucho en las fotografías de su casa", cuenta este británico de 37 años que lleva 10 años como director creativo de Nike. "Se nota que los muebles los compra la madre, es un ambiente casi rococó: hay espejos de marco muy recargado; candelabros; un rollo muy francés, limpio y brillante. Me pareció un ambiente muy familiar. Destilaba orgullo, honor y humildad".
Hudson se fijó mucho en mi amo. En su personalidad. En esas cadenas que le cuelgan del pecho y tintinean. "Ronaldinho es más conservador que otros jugadores en el look", cuenta Hudson, hijo de carpintero, con su crestita fina y su ropa fashion. "Le gustan las cosas sobrias, no es de los que van alardeando por ahí". Todo ello le condujo a un diseño muy vieja escuela en la parte superior, y muy alta tecnología en la suela. En blanco y dorado. Y con dos lengüetas distintas (¡cómo le gustan a mi amo las lengüetas!).
"La parte que más me gusta de la bota es la lengüeta, porque aparece la R y el 10, y el empeine, porque es lo que veo cuando chuto". Qué cosas tiene mi amo.
Mi diseñador dice que mi personalidad es como la de una madre. "Te inspira plena confianza, y cuando te haces mayor es cuando te das cuenta de lo que suponía para ti". Dice que la Mercurial, la de Ronaldo, es como un niño, un niño que cree que todo es posible, que sueña sin las barreras mentales de los adultos. Y que la Total 90, la que lleva Rooney, es como el hermano adolescente un poco chuletilla al que le gusta la ropa cool, el que rompe corazoncitos. El 45% de las ventas de Nike en el mundo se las damos nosotras, las Tiempo. Las Total 90, un 35%. La Mercurial de Ronaldo, el 20%. Je, je, je.
Donde más arrasamos es en Latinoamérica. En España, sin embargo, la que más se vende es la Total 90. Claro, como la lleva Torres Según la web Publicidad y mercadeo, somos líderes en el mundo desde finales de los ochenta y copamos el 33% del mercado de zapatillas.
El jugador bandera de cada bota recibe cuatro o cinco visitas a lo largo del año de enviados de Beaverton que le llevan los primeros prototipos. El crack se los prueba y aporta comentarios. "Ronaldinho insistió mucho en que quería que el empeine estuviera más limpio y que la parte delantera le aportara más flexibilidad", cuenta Lee Walker, jefe de producto de Nike. También pidió que se trabajara la tracción y el apoyo del tacón, para que no resbalara el pie. Le hicieron caso. Nos colocaron tacos más anchos.
Terminado el rediseño, la bota viaja a la fábrica, la parte del proceso que históricamente ha recibido más críticas. En Nike aseguran que desde 1991 implementaron un código de conducta obligatoria para las más de 700 fábricas subcontratadas que implica que nadie por debajo de los 16 años trabaja en la rama textil y nadie por debajo de los 18 en calzado. Que 200 personas internas hacen controles y auditorías anuales para que se cumpla. Y que hay acuerdos de inspección con Global Impact (que depende de la ONU) y con la Fair Labour Association (Asociación por el Trabajo Justo) que hacen auditorías externas. "Nos lo tomamos muy en serio y lo estamos controlando", asegura Teresa Rioné, responsable de comunicación en España. Son 650.000 las personas que trabajan en fábricas subcontratadas a lo largo y ancho del globo. Curiosamente, a nosotras, las botas de fútbol, no nos fabrican ni en China ni en Vietnam, sino en Montebelluna, Italia.
La bota que llega a las tiendas es al 99% la misma que calza cada jugador. Pero a los cracks les dejan hacer pequeñas adaptaciones personalizadas. Para la final de la Champions, hicieron un modelo especial para mi amo con datos del partido y de su familia. Por no hablar del día en que me estrenó: yo, en blanco y oro, con 24 quilates repartidos entre la lengüeta, el talón y el logo. Fue el 2 de octubre de 2005, en partido contra el Zaragoza. Antes de mí, Ronaldinho no estaba comprometido con ninguna otra bota. Tiraba un día de una, un día de otra. Hasta que llegué yo. Está bien vivir a sus pies. En cuanto tocamos bola, se le dibuja la sonrisa.
Cada vez que nos presentan en sociedad montan una gorda. Como la que liaron en Berlín, el 13 de febrero, que más parecía un concierto de rock que una presentación de material deportivo. Además de exhibirnos a nosotras, presentaban los uniformes del Mundial. Escenario megailuminado, nueve técnicos de sonido y luces haciendo diabluras, retroproyecciones, hip-hop. Y en escena, Figo, flanqueado por Van Nistelroy, con la música a todo trapo, en plan vaquero, con pose chulesca, creyéndose totalmente el spot, piernas abiertas, marcando pectorales. Luego, a los pobres jugadores les hicieron bajar al gélido césped del Estadio Olímpico de Berlín para una sesión de fotos con 275 periodistas acreditados, procedentes de 50 países. Y los jugadores posando bajo cero en esa catedral ovalada que vivirá momentos de gloria en los próximos días.
El volumen de negocio de Nike en 1994 era de 51,2 millones de euros. Hoy es de cerca de 1.500 millones. Parece mentira que todo esto empezara con una idea de bombero. La que tuvo Bill Bowerman, uno de los fundadores de la empresa, al ver la plancha de hacer gofres de su mujer: aquí meto yo caucho y hago unas zapas muy aerodinámicas. Eureka. En el campus tenemos expuesta la plancha de la señora Bowerman. Porque la verdad, esto es como un museo. Están la rueda de bici de Abraham Olano, el tigre de peluche de Tiger Woods e incluso los primeros bocetos del swoosh, el célebre logo que en 1971 hizo Carolyn Davies y que yo llevo tatuado en mi piel. Le pagaron 35 dólares. Más tarde, cuentan, le regalaron unas participaciones que supusieron que no haya tenido que volver a preocuparse por trabajar.
Empezaron siendo 20 personas. Hoy, a Beaverton acuden cada día 4.511 trabajadores. En todo el mundo suman 26.000.
Lo más sangrante de todo es que a veces nos echan la culpa a nosotras de lo que les pasa a los jugadores. Es lo último. Alec Fergusson cargó hace unas semanas contra las Total 90 por la lesión de Rooney. "Hacen botas para los chavales pero debe haber un límite entre el marketing y lo que es razonable", soltó al ver que podía perder a su estrella. "Su lesión no tuvo nada que ver con la bota", se defiende Hudson, el diseñador. "Hacemos muchas pruebas hasta que llegamos al producto final. Fabricamos productos para los profesionales, y, si funcionan para ellos, funcionan para todo el mundo".
El tiempo de vida estimado de cada par de botas es de una temporada. Pero mi amo las cambia cada tres partidos. La vida sí que es dura para los pares concretos de botas. Hay 1.300.000 Tiempo Air Legend deambulando por Europa. Yo, como soy la bota madre, el concepto, no sufro. Pero a ellas les pasa como a tantas otras. Que viven pensando que son lo más para él, y luego ellos les dan puerta. Ya lo dijo mi amo en la última entrevista que concedió a EPS. "Mi novia es la pelota". ¡Qué triste destino el de cada par, ser al fin y al cabo como un condón para el pie!
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