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Reportaje:VINOS

Burdeos acaricia el sueño de una cosecha histórica

Las grandes etiquetas de la región francesa viven días de euforia mientras las pequeñas intentan salir de la crisis

Joseba Elola

Una conjunción astral perfecta. A esta metáfora recurre el enólogo Hervé Romat para explicar el fenómeno. ¿Por qué ha resultado tan buena la cosecha 2005 en Burdeos? ¿Por qué la emparentan con añadas míticas como las de 1949 y 1961? ¿Por qué algunos se aventuran incluso a decir que será la mejor de la historia? Pues resulta que todo se deriva de una alineación de planetas favorable. Hizo frío cuando tenía que hacer frío, calor cuando tenía que hacer calor. Año muy seco. Ergo, buena cosecha.

Daniel Llose, director técnico de la bodega Lynch Bages, expele de forma certera un chorrito de vino en perfecto ángulo de 45 grados con respecto a su nariz, directo al centro de la escupidera: "Sí, podría ser la mejor cosecha de la historia. Desde luego, va a ser la mejor de los últimos 30 años". Llose lleva 30 años como director técnico de esta bodega del Médoc, al norte de Burdeos. Es un hombre de acción. En el bolsillo de su camisa a cuadros ya no cabe ni un solo papel más, ni un solo boli más. Dice que la única cosecha que ha vivido y que le recuerde a ésta fue la del 89. "A mí no me gusta decir estas cosas alegremente, pero creo que hoy sabemos mejor cómo llevar las viñas, en qué momento recoger. Esta cosecha tiene el poder de ser como la de 1961, que fue la última gran cosecha". Empuña la botella de Lynch Bages 2005 y se sirve en el vaso. Su técnica de cata resulta sorprendente para el neófito: cuando sorbe el vino lo mantiene al borde de los labios, con la boca en forma de u, aspirándolo, creando un ruido de burbujeo mientras se dirige hacia la escupidera.

"Es como juzgar a un bebé que acaba de nacer. Uno puede decir que lo tiene todo para ser Einstein, pero eso lo dirá el tiempo", dice el bodeguero Delmas

En Burdeos, la última cosecha siempre es la mejor. Eso dicen los lugareños. De esto viven.

Jean-Phillipe Delmas lo tuvo claro desde finales de agosto. Las viñas jamás habían estado tan bonitas. Ninguna más alta que las demás, todas perfectamente alineadas, ni una sola podrida. La escasez de agua hizo que no crecieran, que se mantuvieran pequeñas, que no hubiese que podarlas más. La poca agua que llegaba a la planta iba directa a nutrir el fruto, no a la madera. Resultado: una uva pequeña, concentrada. Delmas dirige con modos señoriales una de las bodegas más antiguas de la zona, Château Haut-Brion, que produce un vino clasificado como premier grand cru, aristocracia vinícola. Su abuelo y su padre le precedieron en las labores de directores técnicos de este terruño. El propietario es el príncipe Robert de Luxemburgo, que sólo deja caer sus huesos en los lechos de este castillo de 1525 en periodos de vacaciones.

Buenas sensaciones

No llovió durante la vendimia. Cuando el vino entró en bodega, el aire se llenó de aromas de cereza, de grosella roja. Cuando se empezó a bombear, la espuma no era rosa ni blanca, era roja. Y entonces llegó el momento de hacer la primera cata, la de la primera barrica de merlot: "Esa barrica se bastaba a sí misma", dice Delmas embriagado. "Todo estaba allí, era perfecta". ¿Puede ser el mejor Burdeos de la historia, tal y como ha dicho Alfred Tesseron, de las bodegas Pontet Canet, entre otros?: "Hombre, eso es como juzgar a un bebé que acaba de nacer. Uno puede decir que lo tiene todo para ser Einstein, pero si es un Einstein de verdad, eso sólo lo dirá el tiempo".

Pensar en que la botella de Haut-Brion que llegue a las mesas pueda andar en torno a los 400 euros no resulta descabellado. En el sector de los grandes vinos, unas 150 etiquetas que representan el 5% de la producción, no se descartan aumentos (se conocerán antes del verano) de un 50% en los precios, "o de un 100%", según dice Daniel Llose. Lo cual no supone una gran noticia para el resto de productores de Burdeos, que desde hace cinco años combaten como pueden la crisis. "Para la mayoría supondrá una bofetada monumental", dice Bernard Courdet, del Sindicato de la Denominación Bordeaux: "Tendremos calidad en la bodega, pero una mala coyuntura de precios y una demanda baja".

Los vinos franceses copaban el 25% de las exportaciones mundiales entre 1996 y 2000, según los datos de la Organización Internacional de Vinos (OIV). En 2005 han caído hasta el 18%. La competencia de los caldos del hemisferio sur (que incluye a Argentina, Chile, Australia, Nueva Zelanda y Suráfrica) sumados a los de Estados Unidos representaban el 8% de los intercambios mundiales a principios de los noventa. Su peso subió hasta el 23,4% en el periodo 2001-2005.

El sueño de Marie-Christine

Marie-Christine Aguerre dejó el periodismo hace 20 años para convertirse en viticultora. Se compró una parcela de dos hectáreas y media en Fronsac, en la orilla izquierda del Garona, e inició su gran aventura: montar una casa rural y hacer vino. "Lo malo de estas noticias de grandes cosechas es que la gente empieza a escuchar que los vinos de Burdeos van a ser muy caros y entonces dejan de comprar", dice acodada en su confortable sofá, en el silencio que reina en esta zona de pequeñas colinas cubiertas de viñedos. Los Burdeos alcanzaron precios muy altos en los noventa. En cuatro o cinco años, la superficie de viñedos creció de 110.000 a 122.000 hectáreas. Más de lo que podía aceptar el mercado.

La competencia de los caldos australianos empezó a hacer mella. Tras el año 2000 comenzó una fase de crisis. ¿Perjudicados?: los que tenían pequeñas parcelas, los que vendían el vino a la cooperativa, los Burdeos de base. "Hay gente que lo ha pasado muy mal. De vender cada tonel por 1.200 euros a venderlo por 800", cuenta el marido de Marie-Christine, Alain Brun, que trabaja en la caja Crédit Agricole y ya ha visto a varios viticultores pidiendo ayuda a los sindicatos y al Gobierno para acceder a las subvenciones por arrancar viñas. El balance final de la temporada 2005-2006, que termina el 31 de julio, será de 2.000 hectáreas de viñas arrancadas, según el Sindicato de la Denominación Bordeaux.

La gran caída

Las exportaciones de vinos franceses bajaron un 25% en los primeros meses de 2005, con una reducción del 12% en volumen y un 24% en valor en relación con 2004, según The Wine Academy. La gran caída se produjo sobre todo en las ventas a Estados Unidos.

Marie-Christine y Alain, afortunadamente, dicen, no han tenido demasiados problemas. Las 10.000 botellas que salen de su bodega, Clos Saint Michel, y que se venden a 10 euros, tienen una clientela más o menos fija.

Las grandes marcas sostienen que ejercerán de locomotora, que los beneficios de la buena cosecha llegarán también a los pequeños productores.

"Los bordeleses necesitaban un gran año", asegura Javier Ausás, director técnico de Vega Sicilia. Enólogo con formación francesa y fan confeso de los vinos de Burdeos, Ausás viajó a la capital del suroeste francés en abril para presentar, como cada año, la nueva cosecha de su Ribera del Duero y para asistir a esas primeras catas de Burdeos 2005. "Mediáticamente la han sabido preparar y es una cosecha algo sobrevalorada". En Toro y Ribera del Duero, dice, el año bueno fue 2004.

Tierras para el 'bon vivant'

Castillos que dominan pequeñas colinas rodeadas de viñedos, almenas puntiagudas de teja negra, altos ventanales de contraventana blanca. La carretera que discurre en paralelo al río Gironde, en la zona del Médoc, al noroeste de Burdeos, ofrece el espectáculo de las hileras de viñas presididas por rojos rosales y de las siluetas de cuerpos agachados entre el verdor, plegados sobre sí mismos, trabajando la viña. Poco antes de llegar a Pauillac aparece el castillo que habita Anthony Barton, irlandés que lleva 55 años afincado en la zona, un aristócrata que, según dice el enólogo Hervé Romat, hace un vino muy característico de Burdeos, el Château Léoville Barton.

Barton es un bon vivant, amante de placeres gastronómicos, de alta alcurnia. A sus 76 años representa a toda una tradición de seis generaciones de irlandeses instalados en este castillo bordelés, que data de 1821. Elegante e irónico, cáustico si la ocasión lo requiere, es un hombre alto que peina hacia atrás su corta melena cana; ojos de azul intenso, jersey y calcetines a juego, amarillos. Dice que cada vez viaja menos al extranjero, cansado de hacer tanto "bla bla bla" con los clientes para convencerles de que hace "el mejor vino del mundo"; que está muy bien que los enólogos intervengan en el proceso, pero que "a un vino, lo que hay que hacer es dejarlo madurar; dejarlo en paz, vamos".

El Château Léoville Barton que recogió el año pasado en sus 20 hectáreas se venderá entre un 20% y un 25% más caro, dice. Está contento de su cosecha, que, no obstante, es un 20% más corta que otros años, como en la mayor parte de la región: poca lluvia, producción más corta.

Sigue defendiendo la maduración del vino en barrica de madera, frente a los que, como en Haut-Brion, hace años que se decantaron por el acero inoxidable. Suenan las Ketchup en el transistor de los operarios que están arreglando el techo de la sala que alberga las barricas, la más antigua, de 1962. De cada una salen unas 300 botellas.

-¿Cómo definiría usted a un bon vivant?

-Es una persona bienhumorada que aprecia el buen vino y la buena cocina sin que por ello tenga que pesar 150 kilos y acabar borracho todas las noches.

-¿Se considera un bon vivant?

-Pues sí. Bebo más de dos vasos de vino al día, que es lo que recomiendan los médicos, pero sigo siendo un bon vivant.

-¿Cuántos vasos al día?

-Bueno, eso ya es adentrarse en demasiadas profundidades...

Desde luego, por bon vivant no entiende a las hordas de turistas que desembarcan en algunos châteaux de la zona. "No estamos aquí para abrir la puerta a los que quieren pimplarse un vaso de tinto, no somos un bar. Nos interesa la gente interesada en los vinos".

Anthony Barton (derecha), un irlandés que lleva 55 años afincado en Burdeos y 23  al frente de la bodega Léoville Barton.
Anthony Barton (derecha), un irlandés que lleva 55 años afincado en Burdeos y 23 al frente de la bodega Léoville Barton.JESÚS URIARTE

La cata y el gurú de los vinos

SALA DE DEGUSTACIÓN en una de las almenas del castillo Haut-Brion, cuatro de la tarde. Sobre la mesa, una copa de Château Haut-Brion 2005. Color sangre. Para el paladar no entrenado, de sabor áspero y fuerte -hasta dentro de diez años no estará en su punto-. Aun así, despliega aromas que dibujan paisajes: cerezas, vainilla, madera... La catadora profesional desgrana los matices: concentrado, ligeramente azucarado, de tonos casi azulados por su juventud, afrutado. Aromas de grosella roja, de menta, de pimienta, de regaliz al final. No demasiado exuberante; fino, pero poderoso.

En Burdeos, de un vino no se sabe si es bueno o si es malo hasta que llega Robert Parker, el guía Michelin de los vinos. La visita anual del célebre crítico norteamericano del Wine Spectator es esperada con ansiedad por las bodegas, que saben que se la juegan en función de la valoración que dé el gurú: las notas determinan el precio al que venderán. Así funciona el sistema en Burdeos: los vinos se catan y venden en primmeur, tan sólo ocho meses después de ser vendimiados y cuando ni siquiera han sido puestos en botella.

Las notas que Parker concedió el pasado mes de abril confirmaron lo que todo el mundo esperaba. Delmas recuerda el momento en que Parker probaba el segundo vino de Château Haut-Brion. "Es un hombre que habla poco, da pocas pistas sobre lo que piensa. Pero esta vez se traicionó. Probó nuestro segundo vino y dijo que era el mejor Bahans Haut-Brion que había probado nunca. Y todavía no había catado el primero". El segundo se hace con lo que se desecha del primero.

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Sobre la firma

Joseba Elola
Es el responsable del suplemento 'Ideas', espacio de pensamiento, análisis y debate de EL PAÍS, desde 2018. Anteriormente, de 2015 a 2018, se centró, como redactor, en publicar historias sobre el impacto de las nuevas tecnologías en la sociedad, así como entrevistas y reportajes relacionados con temas culturales para 'Ideas' y 'El País Semanal'.

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