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A la altura de sí mismo

Ángel S. Harguindey

Fue Manuel Vicent el encargado de presentar la novela de Azcona, sobre la que dijo, entre otras cosas: "Como en toda su obra, en esta novela Rafael Azcona también escapó del cepo del realismo social, al que por generación parecía destinado, valiéndose del humor corrosivo. La cosa fue en Ibiza, a finales de los años cincuenta. Una Ibiza pre-hippy, con los primeros extranjeros bohemios, las primeras chicas en biquini, las primeras damas locas y beodas y los primeros españoles salidos, con bigote o sin él, un lugar que Azcona conoció de primera mano, puesto que en la isla pasó largas temporadas desde 1957 hasta 1964, en que se casó. Nada de escuela de la berza, pero tampoco Azcona fue a Ibiza a descubrir la dicha del Mediterráneo. Iba allí sólo porque se estaba bien, corría la fresca y todo era barato".

"Una vez más", añadió Vicent, "Azcona está a la altura de sí mismo. Nada de sentimientos. Nada de circunloquios. Al grano, con todos los personajes desollados y puestos a secar a pleno sol. En este caso, la acción la constituye sólo el diálogo, mediante el cual los personajes se definen o se delatan a sí mismos por lo que dicen o hacen y nunca por lo que el autor piensa de ellos. Aquí no hay adjetivos. Todo es hueso, como en los mejores relatos anglosajones donde el verbo es rey. Sólo en rarísimas ocasiones, para demostrar que también sería poeta si se lo propusiera, Azcona baja la guardia y se atreve a decir, por ejemplo, que la blancura de la cal de las casas de San Antonio al atardecer viraba a violeta".

El patio del sexo

"Esta novela puede espantar a las feministas, pero hay que considerar que es un testimonio descarnado de cómo estaba el patio del sexo en los años cincuenta entre los machos ibéricos. Antonio, un señorito de medio pelo, penetrador compulsivo, coleccionista de coitos, y Miguel, que podría ser un trasunto del propio autor, inconformista, con una visión ácida y negativa del mundo, pero enamoradizo, constituyen los dos polos de la acción".

"Cuando Azcona dejó Ibiza", concluyó Vicent, "comenzaron a asentarse allí los hippies. Algunos pintores españoles que hasta entonces habían pintado mineros de rostro carbonizado y segadores abrasados por el sol de Castilla regresaron de la isla pintando almohadones azules, mujeres con ligueros y vacas echadas con todo el testimonio de sus ubres. Por mi parte, por ese tiempo, fui a Ibiza en compañía de un estalinista encorbatado, trajeado de oscuro, calzado con botas de tacón cubano, y en menos de un mes, convertido al placer, volvió a la Península con pantalón blanco de panadero, con un colgante que representaba un coito basculando en su esternón abierto y requemado y con una pluma de pato engarzada en la oreja. Pero entonces Azcona ya se había ido a Italia".

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