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Columna
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Maestro de la distancia

Apenas cumplido el centenario del Quijote, y con Almodóvar, premio Príncipe de Asturias de las Artes, triunfando en Cannes, resulta que La Mancha es lo más internacional que tiene España. Así hay que interpretar el merecido reconocimiento de Antonio López García, nacido en Tomelloso, en 1936, y flamante premio Velázquez este año. ¿Qué puede significar todo esto? ¿Qué sentido puede tener que en el corazón mesetario de la vieja España surjan, uno tras otro, valores artísticos que no solamente expresan la esencia antropológica de este país, sino que, lo más extraordinario, la hagan comprensible e, incluso, ejemplar desde el punto de vista internacional? Deberíamos meditar sobre ello. En cualquier caso, Antonio López García, sobrino y discípulo de Antonio López Torres, pintor manchego retirado en La Mancha, no sólo conquistó Madrid, sino que progresivamente se ha convertido en un punto de referencia internacional del arte español. En realidad, lo que estoy diciendo sobre este extraño fenómeno de proyección manchega tiene que ver, quizás, con lo más profundo del exilio, que no es sólo político, sino también existencial.

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El Velázquez consagra el realismo de Antonio López

El exilio de Antonio López García a Madrid, con apenas 13 años, para formarse y triunfar en la capital, es justo en el momento en el que se iniciaba el éxodo de miles de campesinos españoles que marchaban a las grandes urbes de nuestro país y, cuando éstas se desbordaban, tomaban rumbos cada vez más foráneos. Es curioso, de todas formas, que esa extrema densidad reconcentrada en el interior más hondo de lo español sea la más porosa para captar el aire más moderno de los tiempos, sorprendiendo a propios y extraños. Así, Almodóvar, que mezcla Fassbinder con Romero de Torres, convirtiéndose en el ídolo de la posmodernidad neoyorquina, y así también Antonio López García, más veterano, pero de la misma raíz, que traslada la intensidad de la pintura española con la óptica hiperrealista del arte del siglo XX, triunfando asimismo en Nueva York.

Aunque la preocupación por captar la realidad ha llevado a Antonio López a mostrar su admiración por el holandés Vermeer, yo pienso que tiene mejor acomodo con la pintura de Velázquez, que no era manchego, pero que tampoco se hallaba a mucha distancia. La relación con Velázquez, que ahora con este premio le corona como uno de los grandes pintores españoles actuales, le viene a Antonio López, en primer lugar, por su talante, pausado, reflexivo, un poco mirando las cosas por encima, pero para no dejar escapar su entraña. En segundo lugar, y principalmente, por la complicidad que han demostrado ambos en la forma de mirar las personas y las cosas desde dentro y desde fuera, desde lo muy próximo a lo muy lejano. Con perspectiva, pero una perspectiva fundamentalmente existencial.

El Antonio López emergente de los años cincuenta, cuando todo a su alrededor era un ansioso canto a la abstracción, consistió en dar la espalda a la moda y, tras viajar por Italia, fijarse en los valores clásicos de la figura. Inmediatamente después, Antonio López, testigo de un Madrid que iba ensanchándose mediante un delta de arrabales que apenas acogían al montón de emigrantes campesinos, comprendió que esta precipitada mezcla de mundos antitéticos sólo podía tener un cauce de ensoñación surrealista, y, de esta manera, solapó las vivencias cotidianas íntimas sobre el empedrado urbano. Fue posteriormente, durante los años sesenta, cuando maduró su estilo más personal, aplicando una visión cada vez más lejana y objetiva para captar el alma de la ciudad que ya era un rumor de anhelos entremezclados.

Yo creo, en definitiva, que Antonio López es uno de los más importantes artistas españoles vivos, pero que lo es no sólo por la exagerada exigencia que impone su ansiedad para captar la verdad de las cosas, que puede homologarse con muchos elementos de la vanguardia internacional a partir de los sesenta, sino, sobre todo, por su espíritu independiente, por su obstinación y por su afán de contar una historia propia que no tiene otro lugar que el que ha llevado él con su historia en su piel. Y esto es lo que le hace único.

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