Ensangrentada Somalia
Somalia sólo aparece en los periódicos cuando es sacudida por una sequía bíblica o cuando, como estos días, su capital, Mogadiscio, un millón de almas, reedita los peores combates entre facciones en muchos años. Los resultados son cientos de muertos, la mayoría civiles, muchos más cientos de heridos, bajo el diluvio indiscriminado de fuego de armas pesadas entre los grupos enfrentados, y decenas de miles de inocentes que huyen del caos con lo poco que pueden acarrear.
Los bandos son ahora milicias islamistas radicales, cada vez más poderosas en Mogadiscio, y las huestes de caudillos locales mercenarios, apoyados económicamente por Estados Unidos. Ambos grupos libran por delegación una nueva batalla, esta vez en el cuerno de África, de la guerra global entre Washington y Al Qaeda, que tendría en Somalia vivero y comandos activos, según el espionaje estadounidense.
La violencia brutal de la última semana muestra el nulo control del seudogobierno interino somalí, acordado hace dos años en la vecina Kenia, sobre los acontecimientos de un país roto y desplomado, surgido en 1960 de la unión de territorios británicos e italianos. Hace ya 15 años que Somalia se convirtió en un lugar sin ley, tras la caída del dictador Mohamed Siad Barre. Pero mientras en alguna zona todavía existe una precaria estabilidad -dos regiones norteñas han declarado de facto su independencia-, no es así en Mogadiscio. Las batallas que ensangrientan la capital tienen su origen en la agrupación, hace unos meses, de poderosos cabecillas de clanes armados -en una autodenominada Alianza Antiterrorista- para combatir con dinero estadounidense el predominio de los tribunales islámicos y sus milicias leales, un embrión de orden en la caótica ciudad. Washington trata encubiertamente de evitar que el progresivo control integrista de Somalia derive en un nuevo santuario terrorista en el estratégico cuerno de África.
Somalia lleva cerca de 20 años inmersa en diferentes e intermitentes versiones de una guerra civil entre caudillos locales. Las potencias occidentales se han desentendido del anárquico y devastado país africano después de que las tropas de la ONU, a comienzos de los años noventa y encabezadas por EE UU, fracasaran en su intento de establecer una paz civilizada. La gravedad de ésta su enésima crisis, unida a una implacable sequía en el sur, exige una enérgica coordinación internacional para detener la matanza y aliviar la oscurecida hambruna.
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