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Columna
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Fosa común

Miquel Alberola

La alcaldesa de Valencia acaba de pedir respeto para todos los muertos de la guerra civil mientras trata de aplastar con los fundamentos de un pabellón de nichos los restos de una parte de ellos, cuyos restos sin identificar se encuentran sepultados en una de las fosas comunes del cementerio. Rita Barberá no quiere remover el pasado, aunque para ello tenga que sellar ese torturado osario republicano con cemento y atormentar más la memoria de todos aquellos que perdieron a algún familiar durante la guerra o en la terrible represión que desencadenó el bando vencedor sobre los perdedores, sin ni siquiera dejarles la opción de recuperar sus huesos para darles sepultura con su propia identidad. Sin embargo, la alcaldesa aseguró estar condolida, como todos los españoles, y exigió "asumir la historia". Es evidente que su actitud no se corresponde con la de alguien que haya cumplido con ese precepto que ella reclama, pero el suyo, siendo reprochable, no es un comportamiento aislado en la política española, ni siquiera privativo de su partido. En ese sentido, la sociedad española ha avanzado más que las organizaciones que la representan en las instituciones. La asunción de lo que ocurrió entre los españoles entre 1936 y 1939 -con sus tardíos flecos- es todavía una asignatura pendiente de toda la clase política. Los socialistas miraron hacia otro lado cuando llegaron al poder para afianzar su imagen de moderación. No levantaron las alfombras del franquismo para no llenar de turbulencias su trayecto político. Ni hicieron -no en el cementerio de Valencia, aunque sí en el de Paterna- lo que ahora desde la oposición le exigen a Rita Barberá. Ni siquiera aprovecharon ese escenario de sobrentendidos para forzar a cambio un pacto de Estado con la derecha para recuperar a todos los muertos esparcidos por la geografía en la colisión civil, enterrar juntos los huesos de ambos bandos como punto final y crear espacios comunes para reconciliar las emociones y recomponer los vínculos. Siendo el momento histórico más maduro para afrontar ese reto -había terminado la dictadura y el horizonte imponía una superación total del período-, se descartó y se prefirió apostar por los vivos. Sin embargo, esos huesos desperdigados son un campo de minas psicológicas que no ha superado ninguno de los bandos. De otro modo no se le ocurriría a Rita Barberá cegar la memoria de esa horrible Atapuerca contemporánea.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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