Goles en selvas y desiertos
La afición por los goles traspasa fronteras y llega a los confines del planeta, desde la Amazonia hasta el Sáhara. 'La gran final', mezcla de documental y comedia de ficción, retrata tres pueblos nómadas y su pasión por el fútbol y la tele. Su director cuenta anécdotas del rodaje.
Prólogo de una idea. Era la tercera vez que los berkutchis se reunían en las montañas del Altai para su competición anual de águilas reales. Yo los visitaba por segundo año consecutivo y quería coincidir con el campeonato para hacer el casting para otro proyecto cinematográfico. El Altai es una tierra dura entre Mongolia y Kazajistán. Las distancias son enormes; las comunicaciones, prácticamente inexistentes, y la densidad de población, insignificante. Tenía que aprovechar tal concentración de gentes antes de que desaparecieran entre las montañas, cayeran las primeras nieves y aislaran la región.
Desde Ulan Bator, la capital, me acompañaba mi buen amigo Badral. Viajábamos en un viejo todoterreno ruso de la época de los soviéticos, cuando nos cruzamos con una familia de nómadas a caballo. Uno de ellos cargaba, entre sus rodillas, con un viejo televisor. ¿Qué utilidad podría tener una tele en un lugar tan remoto como éste? "Vamos a ver el culebrón de las cinco", nos contestaron. ¿Y la electricidad?, pregunté. "Llevamos una batería de camión. Bien cargada. Y si no hace demasiado frío nos da justo para la telenovela".
La idea. De nuevo en ruta, Idilkhan, nuestro conductor, me contó una historia que sería el origen de esta película: "En la época comunista, Mongolia era un satélite de la URSS; nuestros gobernantes eran títeres manejados desde el Kremlin. Fueron años de modernización y prosperidad. Las pocas infraestructuras que tenemos las construyeron ellos, como la red de tendidos eléctricos que conectan las principales ciudades del país. Desde entonces, los nómadas [el 75% de la población] han ido cambiando sus rutas para seguir los postes de la luz, y esto les ha cambiado la vida. Casi todas las familias tienen un televisor. Y yo he visto incluso a gente viajando con un microondas en sus caravanas de camellos. A pesar de vivir aislados, están al tanto de lo que sucede en el mundo. Les fascinan los culebrones rusos y americanos, y también el fútbol. Siguen las principales ligas europeas y conocen las alineaciones de los mejores equipos. Pregunta a cualquier joven por Beckham o Zidane. Durante el último mundial de fútbol, la mayoría de los nómadas se trasladó con sus gers [tiendas circulares] al tendido eléctrico que conecta Bayan Olgiy con Ulan Bator. Nadie quería perderse la gran final".
A los que nos dedicamos a viajar por el mundo buscando historias, una así no cae todos los días. Si Occidente está lleno de forofos capaces de todo por ver la final de un mundial, ¿por qué no van a existir también en el desierto del Sáhara o la selva del Amazonas?
01 Brasil: El empacho de los kaapors.
No fue sencillo encontrar un pueblo amazónico no 'viciado' por Occidente. Al final, un grupo de la etnia kapoor salvó el rodaje, aunque se empacharon al tercer día. Las lluvias torrenciales fueron una pesadilla.
Nuestro destino en Brasil era la ciudad de Belem, en la desembocadura del río Amazonas, lugar donde se rodó el filme La selva esmeralda. Siempre había pensado que, de las tres localizaciones, Brasil sería, sin duda, la más sencilla; hay una gran industria cinematográfica, buenas infraestructuras, magníficos profesionales y sobre todo muchos indígenas. Sin embargo, la realidad fue bien distinta: después de tres semanas buscando personajes no habíamos encontrado ninguno. ¿Cuál era el problema si estábamos en el país con más variedad de indígenas de América? Los indios de la ciudad estaban totalmente occidentalizados. No quedaba otra que adentrarse en la selva y buscarlos. De esto se iba a encargar Xico Potiguara, un buen hombre que se había pasado media vida con ellos defendiéndoles de las compañías madereras. Al cabo de unos días regresó con la buena noticia: había localizado una pequeña comunidad indígena muy auténtica. Decidimos que, en vez de trasladar el complicado material de rodaje por la jungla, les traeríamos y construiríamos un campamento idéntico al suyo en algunas de las selvas que rodean Belem.
Los indios kaapors aparecieron como grupo étnico independiente hace unos 300 años en el corazón de la Amazonia. Los conflictos entre portugueses y brasileños, y la presión de otras tribus, provocaron una larga y lenta migración hasta la desembocadura del Amazonas, donde se asentaron definitivamente hacia 1870. En la actualidad, los kaapors no son más de 500 individuos que intentan sobrevivir en un territorio codiciado por compañías madereras y mineras.
Antes de regresar a por ellos, Xico me preguntó cuántos necesitaba. "Cuatro varones adultos, cinco mujeres y ocho o nueve niños; en total, unas 20 personas", le dije. Al cabo de unos días, Xico regresó a Belem con un autobús repleto de kaapors; eran más de 40. "Lo siento, Gerardo, pero es que ninguno se quería perder el rodaje de la película. O venían todos, o no venía ninguno ".
En poco más de dos días habían construido un campamento exactamente igual al suyo, y una vez que las familias estuvieron instaladas comenzamos con el casting. Los rostros eran perfectos, pero esa desconfianza hacia el hombre blanco grabada en sus genes tras siglos de opresión hacía difícil trabajar con ellos. Tuvimos que recurrir a Claudio Barros, un director de actores que trabajó con los indígenas en la película protagonizada por Sean Connery Los últimos días del Edén. En cinco días consiguió un cambio de actitud radical.
Los rodajes en la selva fueron muy lentos y complicados. Los cambios de luz eran constantes, y cada jornada, a partir del mediodía, se nublaba y comenzaba a llover. Aquello sí que era llover, jamás había visto caer agua con tanta fuerza. Ocurría de pronto, sin previo aviso, y el set de rodaje se convertía en una locura: todo el mundo corría de un lado para otro intentando proteger los equipos ante la atónita mirada de los indios, para quienes la lluvia era el momento de aseo personal.
El tercer día, crisis grave. Cuando llegamos al campamento nos encontramos con casi todos los indios enfermos; habían pasado la noche vomitando. El médico nos confirmó nuestras sospechas: empacho. Lo veíamos venir; no era normal cómo comían.
02 Mongolia: Las águilas de los 'berkutchis'.
Grabar a 35 grados bajo cero es complicado; comunicarse con los 'berkutchis', también. Pero las montañas de Mongolia donde habitan estos apasionados de la cetrería ofrecían un escenario imposible de igualar.
El día en que Pablo Meliveo -productor de campo- y yo llegamos al Altai para preparar los rodajes, el termómetro marcaba 35 grados bajo cero. Pero no había otra opción si queríamos grabar las secuencias de caza; en pocas semanas, las águilas comenzarían a mudar sus plumas y dejarían de cazar.
Las montañas del Altai son la tierra de los berkutchis -cazadores con águilas-, y aunque su origen está en la vecina Kazajistán, llevan viviendo en este rincón perdido de Mongolia desde el siglo XVII, cuando llegaron huyendo de guerras tribales. A principios de los noventa, con la caída del bloque soviético, muchos regresaron a su país empujados por las grandes promesas del nuevo Gobierno. La realidad fue bien distinta, y al cabo de los años la mayoría optó por regresar al Altai, donde su cultura y sus tradiciones se mantenían intactas.
Los berkutchis son unos prósperos ganaderos nómadas que no conciben la existencia sin la cetrería, hasta el punto de que su vida gira casi exclusivamente en torno a las águilas. Esta tradición cuenta con más de mil años.
En la aldea del Altai pronto se corrió la voz de que estaban buscando gente para una película, y, a pesar de las distancias -la región es tan grande como Andalucía, pero prácticamente deshabitada-, la noticia llegó hasta los asentamientos más lejanos. La casita donde instalamos nuestro cuartel general se convirtió en un incesante ir y venir de gentes que parecían sacadas del Libro de las maravillas, de Marco Polo.
Dos semanas más tarde llegó el equipo de rodaje. Las temperaturas se habían suavizado bastante. El campamento estaba listo para comenzar a rodar: 11 gers, 2 letrinas, 10 camellos, 20 yaks, 40 cabras, 15 caballos, 35 actores, 24 técnicos, 1 camión y 5 todoterrenos llenaban de vida un valle prácticamente deshabitado todo el año.
La jornada comenzaba temprano, con un largo paseo siguiendo el río helado. Si los tuaregs eran actores en potencia, a los berkutchis les costaba más trabajo. El mayor problema estaba en la comunicación. En mi mal inglés le explicaba a Badral la secuencia. Éste, en mongol, se la comunicaba a Idilkhan, que se la transmitía en kazajo a Bataar, que se la traducía a los actores en un dialecto del kazajo. Con esta cadena de mando podrán imaginarse cuántas cosas debieron de quedarse por el camino y cuántas se añadieron.
El otro problema fue comer borrego centenario durante más de un mes. Mongolia no se caracteriza por su buena mesa: la base de la alimentación son los productos lácteos -leche, queso y yogur-, el té salado y, en ocasiones muy especiales, el cordero. Suelen matarlo un poquito antes de que muera de viejo, y la parte más apreciada son los sesos y los ojos, que suelen ofrecer a los invitados (rechazarlo es una ofensa muy grave). El cordero lo cocinan hervido con agua y verduras, pero en algunos lugares lo preparan de una forma muy curiosa: una vez degollado mirando hacia La Meca, como ordena el islam -los berkutchis son musulmanes-, le quitan el pellejo de una sola pieza, como si fuese una camiseta; lo trocean, y lo vuelven a meter dentro del pellejo junto con piedras volcánicas incandescentes. Por último, cierran bien el cuello con una cuerda y lo tiran rodando por una colina; cuando llega abajo está listo para comer.
03 Níger: La pasión teatral de los tuaregs.
El pueblo tuareg es dueño del Sáhara. Además, su inventiva es insuperable, incluso para improvisar escenas. Pero nos encontramos con un riesgo imprevisto en medio del desierto: su tendencia a sobreactuar.
La primera vez que viajé a Níger fue para rodar un documental sobre las caravanas de sal que atraviesan el desierto del Teneré. Antes de que los blancos viajaran por las rutas celestes, los tuaregs ya recorrían miles de kilómetros guiados por las estrellas. Durante siglos dominaron el comercio y las rutas del Sáhara; eran los dueños del desierto. Las caravanas transportaban sal, azúcar, dátiles, té, marfil, oro y esclavos. Hoy día, las caravanas siguen siendo esenciales para la supervivencia de los tuaregs, y aunque poco a poco los camellos van siendo sustituidos por camiones, todavía es posible verlos atravesando el Teneré en busca de la preciada sal de los oasis de Bilma y Fachi. El viaje puede prolongarse más de seis meses, ya que después de cargar los camellos con la sal continúan hacia el sur, hacia el reino de los hausas, donde la cambian por mijo, la base de su alimentación.
Nada más aterrizar en Agadez, mi amigo Akli ya me tenía preparado un casting de posibles actores que jamás habían visto una cámara de cine. Entre ellos me llamó la atención un hombre alto, de magnífico porte y ademanes pausados. Akli me comentó que había actuado en una película: El cielo protector, de Bernardo Bertolucci. En la primera entrevista, Aboubacar me contó que fue uno de los actores importantes. Semanas más tarde, ya en pleno rodaje, me dijo que más que actor, actor, fue un figurante con bastante protagonismo. A punto de acabar el rodaje, cuando ya nos habíamos hecho buenos amigos, se me acercó y me susurró: "¿Te acuerdas en El cielo protector de aquella secuencia en las dunas que se veía a un tuareg a lo lejos con su camello? Pues ése era yo".
Es muy complicado disponer de una mínima infraestructura para el rodaje de una película en el país más pobre de la Tierra, y, sin embargo, Akli y su gente suplieron estas carencias con imaginación e ilusión. Es increíble la capacidad de improvisación y de supervivencia del pueblo tuareg; afortunadamente, todavía hay cosas en la vida que no se consiguen con dinero.
Dos semanas más tarde nos poníamos en movimiento. Un camión Mercedes de 1960 comprado al ejército libio cargaba con 20.000 litros de agua, 1 tonelada de alimentos y 40 personas, entre actores y figurantes. Siete vehículos todoterreno completaban la comitiva.
La llegada a Agamgam fue un alivio para todos y especialmente para Akli, un sabio del Teneré y buen conocedor de los peligros que encierra. A partir de ese momento, el éxito o fracaso del rodaje sólo dependía de nosotros. El campamento se organizó en el lecho seco de un río, donde pequeñas acacias han logrado sobrevivir aferrándose al pequeño soplo de vida que les ha concedido el Teneré. Cada familia ocuparía una sombra, y en medio del gran círculo, una amplia tienda de campaña haría las funciones de almacén y centro de operaciones.
Esa misma tarde desempaquetamos los equipos de rodaje. Poco a poco fue aflorando el talento, y he de decir que entre los tuaregs abunda, porque, aunque tienen su propia escritura, todo se transmite oralmente, y esto les ha convertido en grandes contadores de historias con un nutrido lenguaje de gestos. El guión de Chema Rodríguez estaba abierto a cambios; además, una vez metidos en rodaje, surgían situaciones espontáneas que se rodaban sobre la marcha; incluso cuando se gritaba "¡cortamos!", la cámara seguía grabando. Luego estos planos nos vinieron muy bien para salpicar las secuencias de gestos, miradas, muecas. Nunca hacíamos más de dos o tres tomas seguidas; si a la tercera no salía, se eliminaba porque los actores tendían a la sobreactuación.
Epílogo de una idea
El fútbol es el único deporte que de verdad ha conseguido llegar hasta los rincones más perdidos de la Tierra. Llevo 16 años rodando documentales, y durante este tiempo me he encontrado historias increíbles; como la foto de Ronaldo junto a una estatua de Buda en el monasterio de Yantzer, en el Himalaya, adonde sólo se llega caminando durante 11 días. Aun en los lugares más remotos, al preguntarme de dónde soy y contestar que spanish, la reacción casi siempre es la misma: "¡Ohhh, Real Madrid!". Y no es raro que te reciten de carrerilla el nombre de todos los jugadores. Llevar un balón en la maleta es el mejor visado para entrar en el corazón de los niños africanos. El fútbol es una pasión universal, y es lo que he intentado reflejar en La gran final.
'La gran final', exhibida en los festivales cinematográficos de Berlín y Málaga, se estrena en cines el 21 de abril.
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