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COLUMNISTAS
Columna
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Continuará el Capitán Trueno

Javier Marías

Recuerdo que hace pocos años, cuando Fernando Savater publicó su autobiografía Mira por dónde, el titular de una de las entrevistas que se le hicieron con tal motivo entrecomillaba esta frase del filósofo o una que se le asemejaba: "Qué quiere, me eduqué con el Capitán Trueno". Con ello venía a decir que si se había involucrado tanto, con riesgo de su vida, en la denuncia contra ETA y contra el nacionalismo vasco hipócrita que desde siempre la ha apoyado, en defensa de las víctimas y pese al alcalde socialista vasco que ahora brinda públicamente por el alto el fuego, cuando ha sido uno de los que más se ha escondido en la lucha contra el terrorismo; si había dedicado años a este combate, con dejación de asuntos que le eran mucho más importantes y provechosos, había sido en gran medida por un modesto modelo de infancia, tan modesto que no procedía de la realidad, ni siquiera de una gran o mediana novela, ni por supuesto de un tratado, sino de un tebeo, que sin embargo, en efecto, nos marcó a muchos miembros de una o dos generaciones. No era el único modelo de conducta admirable. Había muchos en el cine de aquella época, los años cincuenta, probablemente la más optimista e idealista de cuantas yo he conocido. Los héroes que encarnaban el mediocre pero prolífico Alan Ladd, o Gary Cooper, o John Wayne -uno de los mejores actores de la historia, vilipendiado por la inacabable legión de los tontos-, o James Stewart, Henry Fonda y hasta Randolph Scott, solían oponerse a las injusticias, defender a los débiles y ser magnánimos en sus victorias. Pero era el Capitán Trueno quien nos visitaba puntualmente cada semana a los niños de entonces, y lo hizo a lo largo de tantos años que fuimos sin duda los niños quienes, al no serlo ya tanto, lo abandonamos a él, sin que nos abandonara él nunca a nosotros.

"Trueno nos dio unas cuantas lecciones de ética práctica"

Ni siquiera faltó a su cita cuando le salieron competidores e imitadores en la propia colección que lo albergaba. Yo probé a leer El Jabato y El Cosaco Verde, que, con ser agradables y ayudar a sobrellevar la impaciencia semanal por El Capitán Trueno, no eran más que sucedáneos de aquel héroe principal de la infancia. Leo ahora que el próximo 14 de mayo se cumplirán cincuenta años de la aparición del primer episodio, "¡A sangre y fuego!", que tengo aún ante los ojos, aunque el depósito legal es de 1958 en mi ejemplar, luego debe de tratarse de una reedición temprana. Como relataba Jacinto Antón en su crónica de El País, en esa entrega inicial, Trueno (nunca supimos su nombre de pila, si lo tenía) llegaba a batirse deportivamente con el mismísimo Ricardo Corazón de León y no perdía, y en ella ya aparecía esa manera de hablar que todos los niños de entonces hemos reproducido en nuestra imaginación solitaria o en los juegos con los compañeros: "¡Pardiez, senescal, este no es vuestro día de suerte!" Era extraordinario que los personajes, durante las peleas, no pararan de hablarse y de lanzarse pullas, humanizado el combate: "¡Sus y al inglés!" (en toda la niñez no supe qué era eso de "¡Sus!", presente sobre todo en la frase "¡Sus y a ellos!", pero ni falta que hacía: los magníficos dibujos lograban que lo entendiera uno todo), o "¡Morded el polvo!", o los insultos hoy tan ingenuos como ingeniosos: "chacales", "fanfarrón", "fantoche", "bellacos", "perros", "arrapiezo", "renacuajo", "macacos", "entrometido", "miserable", "gusano". Ni un solo taco, no debían de estar permitidos y el Capitán no era malhablado.

No teníamos ni idea, entonces, de quién inventaba las historias o hacía los dibujos, ni nos importaba. Los personajes simplemente existían, para nuestro disfrute enorme, y ya en la tercera entrega sus responsables tuvieron la generosidad de brindarnos una novia, la Princesa Sigrid, que a las primeras de cambio intentaba apuñalar al héroe (y hundirlo en el mar acto seguido) y hablaba como los indios del cine pero con rico léxico: "¡Yo aborrecerte! ¡Matar en primera ocasión que tener!" Y conozco a alguna mujer cuyo novio inaugural, a su vez, no fue otro que el Capitán Trueno, por el que estuvo dispuesta a luchar con cualquier prima o amiga que se atreviera a disputárselo. No teníamos ni idea, digo, pero ahora que lo sabemos, Víctor Mora el creador y Ambrós el primer dibujante (hubo otros después, y no todos a la altura), no sé cómo podemos agradecerles tantas aventuras y emociones infantiles. Pero no sólo eso: como venía a señalar Savater en el titular mencionado, el Capitán Trueno, con sus inseparables Crispín y Goliath, también nos dio unas cuantas lecciones de ética práctica, aunque muchos de nuestra generación las hayan desaprendido: no se deben dejar pasar las mentiras ni las injusticias ni los abusos ni las opresiones; la amistad debe tenerse en mucho y jamás puede traicionarse; no hay que ensañarse, ni con los malvados, con los cuales cabe ser clemente si se logra derrotarlos; al enemigo hay que ofrecerle salida cuando depone las armas y ya no encierra peligro; y no hay que desesperar, porque siempre habrá una nueva viñeta, salvadora, después de la palabra mágica, "Continuará", promesa de la felicidad venidera.

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