Polichinela Berlusconi
Domingo y lunes: Berlusconi o Prodi. Dado el grado de intrusión estética que el berlusconismo ha alcanzado en nuestras vidas, creo que los europeos en general también deberíamos poder votar. Así contrarrestaríamos la oleada de simpatía que el Cavaliere despierta en ese espectro de italianos indecisos, central, fundamental, que inclina la balanza en todas las elecciones. "Los italianos siempre tienen necesidad de un pulcinella", me dice una amiga veneciana, que se siente orgullosa de que la Serenísima -al contrario que el Veneto- continúa en su tradición de izquierdas.
Un polichinela. Alguien que haga reír. Que entretenga. Comprendo que un pueblo tan ingenioso como el italiano, tan cantarín -DVD se pronuncia "¡divudí!", y para decir www hay que tararear "¡wuwuwu!"; sin contar con que a la tele, incluidas las más repugnantes, se las llama "tivú"-, no soporte a los muermazos. Y cierto, Silvio Berlusconi puede alcanzar prodigiosas cotas de entretenimiento, incluso cuando no habla. Si abre la boca, estimula tanto que debería cobrar (de hecho, ya lo hace: más de lo que Totó, ése sí que era grande, recibió en toda su vida).
Pero lo que se le da mejor a Berlusconi es distraer mientras se produce la catástrofe. Ya lo hubieran querido tener en el Titanic, para amenizar el hundimiento, en lugar de aquella orquesta tan siesa, tan melancólica, tan erguida y valiente. Mientras la economía italiana patina hacia el crecimiento cero -no hay comerciante ni hostelero que no se te queje-, y arrecian las censuras hacia el actual jefe de Gobierno, qué difícil resulta, sin embargo, renunciar a la cuota de exhibiciones con que el propietario de tantos medios de apabullamiento de masas ha venido animando, durante los últimos años, el espectáculo de su apropiación indebida de la función pública.
¿Tan aburrido resulta, por comparación, el Professore Prodi? Personalmente, quien me aburre es el polichinela, el otro me interesa cuando expone sus planes. Otra cosa sería tener que escoger, por ejemplo, entre Berlusconi y Acebes. Ahí sí que yo quizá albergaría un mal pensamiento antes de arrojarme de cabeza, ante la alternativa, desde Castel Sant'Angelo. Incluso si el contrincante fuera Zaplana, que tanto se le parece, es posible que me rondara el albur de darle mi voto a don Silvio. Y aquí debo puntualizar que ello se debería a que cualquier italiano ha sido educado por su mamma para la alegría y la superioridad de ser macho (de ahí su caballerosidad; lo cuenta muy bien Donna Leon en su libro de ensayos, Sensa Brunetti, publicado en catalán por Edicions 62); pero no para la misoginia agria. Y, en este sentido, aunque Berlusconi es un Pero no, no podría soportarlo. De cabeza desde donde Tosca perdió el moño, ya lo he dicho.
"Más que aburrido, Prodi pertenece al pasado", concretó una dama que regenta un negocio en Via del Governo Vecchio. "Lo que Italia necesita es lo que tienen ustedes. ¡Zapatero! Alguien renovador". He visto pintadas de Viva Zapatero adornando la legendaria estatua del Pasquino, junto al palacio Braschi, allí donde, desde principios del siglo XVI, los romanos colocan sus carteles de protesta. Cierto, también, que la derecha ha inventado el verbo zapatear para definir las "despreciables" acciones progresistas de sus enemigos. Pero de eso a despreciar a Prodi por antiguo.
Queridos amigos y amigas italianos e italianas, acompañantes en la maltrecha aventura europea, con la mano en el bolsillo -por no hablar de dignidad ni de compostura-, simplemente pensando en la crisis económica, ¿no resulta mucho más anticuado el Berlusconi de la mangancia a la antigua usanza, el señorito que usa el país como feudo, el compulsivo usuario de colágeno y felpudos capilares?
Hablar con la gente, durante mi última, intensa y deliciosa visita a Roma, me produjo el mismo efecto que experimenté, hace años, cuando, en Buenos Aires, muchísimos porteños me hablaron crítica y despectivamente de Carlos Menem, de sus desmanes. Lo cual no impidió que saliera elegido por tercera y catastrófica vez.
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