Benjamín Prado denuncia en 'Mala gente que camina' la impunidad del franquismo
Se les canjeaba a buen precio. Si no eran del agrado del cliente, devolvían al niño, con su hambre y su vergüenza a cuestas, para cambiarlo por otro. No sabe Benjamín Prado (Madrid, 1961) cuál es el verdadero concepto de caridad que movía a las mujeres del Auxilio Social a arrancar hijos de madres por el mero hecho de ser rojos, pero esa pregunta y otras, como las razones que llevaron a muchos fascistas a recomponerse un pasado intachable, son las que lo han llevado a escribir Mala gente que camina (Alfaguara).
"Esta novela surge de una sensación de injusticia; en este país, la transición lo ha tapado todo y nos hemos engañado durante mucho tiempo. Aquel acuerdo político se exportó a otros países, pero lo terrible es que antes habíamos exportado también otras prácticas más siniestras a Uruguay, Chile, Argentina...", afirma el escritor.
Prácticas como ese canje de niños, arrancados del seno de sus madres perdedoras y depositados en las casas de familias decentes. Si eran revoltosos o mínimamente rebeldes regresaban al hospicio o a esos lugares siniestros como la cárcel de Ventas, donde podían ser alimentados con gasolina hasta conseguir que sus madres se volvieran locas.
Fueron cosas que Prado comprobó un día viendo en la televisión un reportaje, Los niños perdidos del franquismo, producido por TV-3. "Hasta entonces, estaba escribiendo una novela que no tenía nada que ver con ésta que me ha salido después de enterarme de aquello". Eran métodos aprobados y alentados por los gerifaltes del franquismo, cuya misión fue limpiar España de rojos y rebeldes, y que apoyaban sus atrocidades en la seudociencia de personajes como Antonio Vallejo Nájera. "Era un tipo que creía poder demostrar que el marxismo era una enfermedad contagiosa. ¿Y qué hicieron? ¿Encerrarle por estar como unas castañuelas? No, darle la dirección del servicio psiquiátrico del Ejército".
Allí, Vallejo Nájera podía disfrutar de cuantos conejillos de indias quisiera para demostrar sus teorías alucinatorias. Pero hubo más: escritoras como Carmen de Icaza, "que se hizo cargo del Auxilio Social para poner en práctica lo de la entrega de niños, algo que sospecho no quería hacer su anterior responsable, Mercedes Sanz Bachiller"; además de otros cuyo pasado no ha logrado despojarse de su propia inmundicia con biografías rediseñadas, como Dionisio Ridruejo o José María Pemán... "Ésta es una novela contra la impunidad y los falsos prestigios también, que fueron lógicos en un país que sufrió 38 años de dictadura pero que no tienen ninguna razón de ser ya hoy".
La novela navega entre esas biografías negras y la lucha por la decencia de otros personajes, como el que Prado ha querido inventar al lado de una novelista como Carmen Laforet, autora de la legendaria Nada. Dolores Serma se llama, autora de Óxido, una novela cuyo estudio lleva a Juan Urbano, el protagonista de Mala gente que camina -un profesor de instituto desencantado de su vida y su trabajo- a investigar todas las atrocidades que se dejan entrever en un texto tan kafkiano e impregnado de calidad literaria como despreciado por sus contemporáneos.
Dolores Serma, a quien Caballero Bonald y Carlos Barral citan en sus memorias, sostiene Juan Urbano, fue precisamente alguien que mantuvo la guardia en alto frente a la impunidad. "Alguien lúcido y espantado en un país donde hemos cerrado demasiado los ojos, donde nadie vio a los prisioneros del último campo de concentración que existió en España hasta 1962, en la provincia de Sevilla, donde nadie vio cómo enterraban en las cunetas a los fusilados, donde nadie ha visto nada", cuenta Prado.
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