I+D+i en el mundo rural
La agricultura es hoy un tema de debate recurrente por los cambios que se están dando en ella y en su entorno. Tradicionalmente, el sector agrícola ha sido el más importante en las economías. Sin embargo, dicho sector -si exceptuamos la industria agrícola- no ha parado de reducirse en los últimos 50 años (medido como porcentaje del PIB). Aun así, nadie se atrevería a afirmar que no se trata de un sector estratégico en términos de equilibrio geográfico, garantías de suministro de alimentos en situaciones de crisis y, en todo caso, un sector generador de oportunidades dentro del conjunto de la economía. Sin embargo, la agricultura tiene que hacer frente a tres amenazas estructurales que van a marcar los próximos años.
La primera tiene que ver con los países del Sur, que están exigiendo -como contraprestación a la apertura de sus mercados- la apertura de nuestros propios mercados, y especialmente piden, con razón y justicia, la desaparición de las ayudas a la exportación. Los países del Sur, con poblaciones sumidas en la miseria, ven en la exportación de sus productos agrícolas una de las pocas vías de solución a su situación: no olvidemos que la agricultura representa, en alguno de estos casos, más del 80% del PIB (dicho sea de paso, los más beneficiados con la reducción de ayudas a la exportación no serán los más pobres).
La segunda amenaza es la presión constante de distintos países de la UE para reducir su actual aportación al presupuesto comunitario. Esto significa que el montante de la ayuda agrícola, que continúa representando prácticamente el 50% del presupuesto europeo, va a ser constante objeto de reducciones, especialmente si se tiene en cuenta que Europa se juega su futuro en unas fuertes inversiones en investigación y desarrollo. Si no lo hace no ya dentro de poco, sino ahora, seremos un bloque económico de segundo nivel. La tentación de reducir las partidas agrícolas para aumentar otros gastos es y será muy alta.
En tercer lugar, tenemos la gestión del agua. Como se sabe, el agua en la agricultura representa casi el 70% del consumo de muchos territorios. La presión social por un cambio en el destino del agua va a ser cada vez mayor, especialmente si se confirma que estamos en un ciclo de mayor sequía.
¿Dónde reside entonces la solución para un sector que, como comentábamos, tiene una importancia clara en el conjunto de la economía y que se encuentra tan amenazado por elementos estructurales? Sin duda, actualmente la solución no radica en las estrategias orientadas a la eficiencia y al coste. La preocupación por la eficiencia y el coste siempre ha existido -y es importante mantenerla-, pero es impensable que sea la solución para el sector agrícola de nuestro país. Así se comentó, con insistencia, en el Congreso del Medio Rural de Cataluña (Rural'06), en el que se habló de la "estrategia de diferenciación" como alternativa a la "estrategia de reducción de costes". El camino es diferenciar los productos de manera relevante para el consumidor, que sea viable económicamente y de forma sostenible en el tiempo.
¿Qué es una "estrategia de diferenciación"? Veámoslo con un ejemplo: después de la crisis de las vacas locas, el mercado del vacuno de carne se ha ido recuperando lentamente. Gracias a la innovación, un grupo de empresas cárnicas ha desarrollado un método de producción basado en alimentación natural (sin pienso de pescado) que aumenta muy significativamente el contenido en ácidos grasos del tipo Omega III, los que son más beneficiosos para la salud humana. Puesto que la empresa cárnica se dedica a poner en el mercado productos con un cierto valor añadido (platos preparados que contienen carne de ternera), el aumento del coste de producción de una de las materias primas no resultará una barrera para su penetración en el mercado ya que el consumidor aceptará el sobreprecio que comporta un producto con valor añadido.
Otro ejemplo, en este caso de innovación en el ámbito de la tecnología de alimentos: las exportaciones de embutidos a Estados Unidos están limitadas a aquellos productos que no contienen flora microbiológica en su parte exterior (esa capa blanca que se forma en la longaniza o el fuet). Una empresa decidió investigar de qué forma se podía luchar contra esta flora microbiana sin afectar a la calidad del producto, ni a la salud humana. El IRTA (Institut de Recerca i Tecnologia Agroalimentàries) encontró una cepa de levadura que impedía la proliferación de esta flora, se registró y patentó, y actualmente esta empresa mantiene una posición competitiva dentro del sector de las empresas de embutidos, en lo que se refiere a la exportación al mercado norteamericano.
En definitiva, el instrumento clave de que dispone nuestro sector agrícola es la I + D + i. Por ello, es de agradecer la atención que ha tenido este asunto dentro del mencionado congreso. Se trata de una I + D + i que ha de permitir colocar a nuestra agricultura en una era de mayor modernidad. Se requerirá tiempo, ya que los esfuerzos en investigación y desarrollo ven sus beneficios en el medio y largo plazo. Pero, en todo caso, es el camino que hay que seguir. Es cierto que se requiere acercar más la I + D al sector productor y a sus necesidades específicas, sin perder nunca la orientación al cliente, que es lo relevante. La investigación debe ir más allá de la mejora de los productos actuales y de su valor añadido, debe buscar productos con perspectivas de demanda y abrir nuevos mercados. Hay que hacer especial énfasis en la transferencia de tecnología agrícola, en el acceso a nuevas tecnologías y, sobre todo y muy especialmente, en el factor humano: hay que atender su formación, no sólo técnica, sino también en management. En definitiva, debemos utilizar la I + D + i para pasar de la pequeña explotación agrícola al pequeño y mediano empresario agrícola. Esta transformación no es perder las raíces, sino garantizarlas. Garantizar, sobre todo, un futuro bueno para la agricultura española.
Carlos Losada es director general de ESADE.
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