Boca golosa y nervio ácido

A Pepe Mendoza, exuberante, inquieto, exigente, no le basta con haber conseguido en Alicante vinos de prestigio internacional como Santa Rosa. Su inconformismo le llevó a batallar por los varietales nobles foráneos, con una visión anticipadora de lo que luego degeneraría en moda. La épica lucha con la pinot noir, a cuyas dificultades nunca se ha rendido, demuestra el carácter tozudamente alegre y apasionado de este enólogo visionario. Pero faltaba un proyecto autóctono, un vino con la autenticidad de los Mendoza y el perfil mediterráneo de la levantina uva monastrell.

Ahora, con notable retraso sobre otros bodegueros como Castaño y Casa Castillo, ofrece un tinto notable, de elaboración clásica, que busca la diferencia en el terruño. El objetivo es conseguir un vino alejado de los perfiles habituales de esta uva, propensa a las sobremaduraciones y los tonos dulzones de la algarroba, que le restan finura. Lo consigue a costa de perder sensualidad. El vino expresa una frutosidad algo fría, hiperbórea, un magma de frutillos silvestres tocados por la gracia del roble y su cohorte de especias y torrefactos. Boca golosa, de taninos maduros, y nervio ácido que contribuye a esa sensación de estrechez. Y que pide tiempo para agradar.