La compleja verdad de la Guerra Civil
Los libros de varios historiadores trascienden la versión maniquea de los defensores de Franco
Han pasado setenta años del golpe de estado que desencadenó la Guerra Civil, pero cuanto ocurrió durante aquellos dramáticos años sigue resonando hoy, en algunos casos como herida, en otros como trampolín para maquillar la dictadura de Franco. La madurez de la democracia española ha permitido, en el primer caso, que surjan diferentes iniciativas para recuperar la memoria de los que perdieron la guerra, los que fueron arrinconados, reprimidos, encarcelados, asesinados: devolverles la palabra y el nombre (desenterrarlos de fosas comunes para que descansen con los suyos, por ejemplo) para cerrar definitivamente las consecuencias de una época terrible. Lo que ha ocurrido, en el segundo caso, es que han surgido diferentes voces (las de Pío Moa y César Vidal, sobre todo) que han recuperado la versión que de la guerra construyeron los vencedores. La vieja historia de que España se precipitaba en el caos revolucionario, y llegó un grupo de militares para salvarla.
Jorge M. Reverte: "Los republicanos ni siquiera tenían un fusil para cada dos combatientes"
Rémi Skoutelsky: "Moscú no quería ninguna revolución en Europa, y mucho menos anarquista"
"Su contenido de anacrónica propaganda franquista no se sostiene en absoluto frente al cuarto de siglo pasado de investigación histórica nacional e internacional", escribe Helen Graham en su Breve historia de la guerra civil a propósito Los mitos de la guerra civil, de Pío Moa, un libro que, señala, ha gozado de un éxito comercial indiscutible "sobre todo entre los jóvenes, que son vulnerables porque es frecuente que los textos de historia sigan sin ocuparse apenas de las décadas de 1930 y 1940".
La defensa de que un grupo de militares salvaron a España del caos de los extremistas y separatistas. La idea de que la guerra no empezó en julio de 1936 sino en octubre de 1934, cuando se produjo la huelga general revolucionaria de Asturias. La versión de que la intervención extranjera en el conflicto no tuvo importancia porque la ayuda a ambos bandos fue semejante, y sus recursos militares estuvieron equilibrados durante la contienda. La insistencia en el protagonismo absoluto de los comunistas en la conducción de la guerra, siguiendo instrucciones directas de Stalin... Todas estas afirmaciones, y otras muchas, forman parte ese discurso revisionista que ha seducido a tantos lectores. Nostálgicos del franquismo, jóvenes "vulnerables", furibundos anticomunistas y antiguos izquierdistas arrepentidos de haber creído en las bondades de un sistema que la caída del muro reveló desastroso forman parte de ese público que aplaude las tesis que defendieron los vencedores de la contienda.
"Hay que ser muy consciente de que los maniqueísmos los impuso el golpe militar", dice Helen Graham. "Cuando éste se produce obliga a cada español a inclinarse por un bando o por otro. No hay otra alternativa, y la complejidad que caracteriza cada momento histórico desaparece. El brutal comportamiento de los militares rebeldes, que no dudaron en liquidar a sus compañeros de armas que se enfrentaron a sus objetivos, redujo la variedad de las opciones, los sentimientos, los afectos y las ideas de cada español exigiéndole tomar partido, a favor o en contra".
No había, por tanto, dos Españas condenadas a enfrentarse, las cosas no eran tan simples. "La República inició una serie de transformaciones (la reforma agraria, la separación Iglesia y Estado, la modernización del ejército, la generalización de la educación) que pretendían traer a España los cambios que ya había dado Europa desde la revolución de 1789, pero no llegó a propiciar un cambio de régimen, ni alteró las relaciones de poder", dice Graham. "Se pusieron en marcha nuevas leyes, pero no se tocó el poder de las oligarquías industriales ni el de los grandes terratenientes. Y estos tenían la mentalidad propia de los que siempre han mandado y no aceptaban que llegara una gentuza a cambiar el viejo orden sagrado".
Que existía una clase que veía con malos ojos las reformas republicanas es cosa que no suelen subrayar los libros que publicitan la oportunidad del golpe. Lo que cuentan es que los comunistas estaban a punto de tomar el poder, y que llegaron los militares salvadores. No lo ve así Rémi Skoutelsky, que ha publicado hace poco Novedad en el frente. Las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil (Temas de Hoy), tras una exhaustiva investigación en los archivos soviéticos. "El Partido Comunista era muy débil en España en 1936. Tenía sólo algunos millares de militantes. Sin comparación con los anarquistas o los socialistas. Y a los dirigentes soviéticos les daba igual lo que pasara en España. Lo que les importaba era acercarse a las burguesías francesa e inglesa para protegerse de la Alemania nazi. Lo que les interesaba sobre todo era no espantarlas. Eso explica que la Unión Soviética esperara varias semanas después de que se produjera el golpe antes de decidirse a hacer algo. Y Moscú no quería ninguna revolución en Europa, y mucho menos que fuera anarquista".
Finalmente, la Unión Soviética colaboró con la República. Y llegaron las Brigadas Internacionales. ¿Estaban integradas exclusivamente por comunistas y obedecían órdenes directas de Moscú? "Las investigaciones en los archivos soviéticos muestran que la decisión de crearlas vino de Moscú, después de varias iniciativas en España de italianos, franceses o alemanes (no todos comunistas), y se tomó dos meses después del golpe", explica Skoutelsky. "Se organizaron en un clima de total improvisación y las cuestiones pragmáticas marcaron su rumbo durante mucho tiempo. Gracias a los archivos, sabemos que los brigadistas fueron sobre todo obreros, no muy jóvenes y no todos comunistas, y que sí fue un ejercito controlado por la Comintern, pero no el ejército de la Comintern. Las cifras de bajas fueron terribles: 25% de muertes".
Frente a los 75.000 soldados italianos que lucharon en las filas franquistas, los brigadistas fueron unos 35.000 hombres. Pero las versiones de la guerra que repiten las fórmulas de los vencedores insisten en hablar de equilibrio militar. Jorge M. Reverte, después de sus libros sobre las batallas del Ebro y Madrid, acaba de publicar La caída de Cataluña (Crítica). Por limitarse sólo a los días que lo ocupan en esta nueva entrega, comenta que "la correlación de fuerzas antes del 23 de diciembre de 1938, cuando se inicia la campaña de Cataluña, era favorable a Franco. No hay que olvidar que Hitler decidió darle todo el material bélico que le pidió a cambio de concesiones mineras. Franco no tardó en reponer con creces todo el material perdido en el Ebro. Su aviación triplicaba la republicana, la artillería era muy superior en número y calidad de las piezas. Los republicanos, que sobre el papel tenían un número parecido de hombres en filas, ni siquiera tenían un fusil para cada dos combatientes. Cuando los últimos envíos soviéticos llegaron a la frontera francesa, en los últimos días de enero de 1939, el caos en el ejército Popular era ya la norma, y la derrota un hecho".
Tampoco durante ese periodo puede afirmarse que en el ejército republicano mandaran los comunistas. "Sí predominaban claramente en el ejército del Ebro, heredero del V Regimiento", explica Reverte. "Pero el jefe del ejército del Este, el coronel Perea, era de filiación anarquista, y sus mejores tropas, aunque contaba con altos oficiales del PCE en casi todas las unidades, le obedecían. No hablemos del ejército del Centro y de Levante, como se pudo comprobar durante el golpe de Casado. Los comunistas luchaban por la hegemonía, pero no la tenían".
Lo que además revela el libro de Reverte son las fricciones entre el gobierno republicano y los nacionalistas catalanes y vascos. "Desde el verano de 1938, tanto el PNV como ERC consideraban que ya no tenían nada que ganar con mantener su fidelidad a la República. Y republicanos, comunistas y socialistas mostraban de forma constante una gran hostilidad contra quienes consideraban, a veces, como traidores a la causa republicana".
Babelia
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