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Reportaje:REPORTAJES

Curvas peligrosas

Creatividad a la altura de la pelvis. El francés Jean-Baptiste Mondino mezcla 'glamour', música y erotismo en sus retratos de la guitarra como fetiche. Repasamos historias y obsesiones en torno a un instrumento tan masculino como femenino, de curvas sugerentes y connotaciones fálicas.

Diego A. Manrique

Es la pregunta del millón: ¿Tienen sexo los instrumentos musicales? Si la respuesta es positiva, no cuesta mucho avanzar y proclamar que la guitarra es hembra. Algunos virtuosos han feminizado sus modelos favoritos al bautizarlos como Lucille (B. B. King), Lucy (Albert King) o Gerundina (Raimundo Amador). Incluso Chris Larsen, un apreciado luthier que vende sus extraordinarias guitarras a Elvis Costello o Henry Kaiser, ha registrado la palabra Girl (chica) como denominación de sus creaciones. En el folclor, también la guitarra se hace mujer. Una leyenda argentina cuenta la tragedia de Hilario, gaucho casado con una bella criolla, Rosa. Codiciada por el cacique Amuray, Rosa fue raptada; en el rescate, murieron tanto el jefe indio como la mujer. Desesperado de dolor, Hilario se durmió junto al cadáver de la amada; al amanecer, Rosa había desaparecido y el gaucho tenía en sus brazos una guitarra. Hilario dedicó el resto de su vida a recordar a la Rosa de carne y hueso con la Rosa de cuerdas y madera.

Por sus curvas o por su origen musulmán, la guitarra fue vista con malos ojos por la Iglesia. Sebastián de Covarrubias, el lexicógrafo que ejerció de capellán de Felipe II, intentó desacreditarla: "La guitarra no vale más que un cencerro; es tan fácil de tocar que no existe un solo campesino que no sea un guitarrista". Pero precisamente su accesibilidad y su facilidad para el transporte garantizaron que su difusión fuera universal. Y con ella, los mitos sobre sus formas. Sobre Antonio de Torres, el genial artesano almeriense del siglo XIX que fijó las proporciones de la guitarra española, se ha especulado si la inspiración fue su esposa legítima o una suripanta sevillana. Una mujer fogosa, de cualquier modo: su mejor instrumento, hoy perdido, era conocida como La Leona.

Se cree que La Leona pasó por las manos de Francisco Tárrega e Isabel II. De haber sido una guitarra eléctrica, tal vez la reina se lo hubiera pensado: durante décadas, parecía haber un verdadero tabú respecto a que las mujeres manejaran el nuevo instrumento. Podían aparecer abrazadas a guitarras eléctricas en la publicidad de las casas Fender, Epiphone o Gibson, pero pocas se animaban a tocarlas. Al comprobar los grandes fabricantes que apenas tenían clientela femenina, incluso colocaron en el mercado guitarras pensadas para la mujer, con su tamaño reducido a tres cuartas partes y modificaciones menores. No prosperaron, tal vez por el machismo implícito, aunque ahora existen empresas políticamente correctas -Luna Guitars- que fabrican "instrumentos de calidad que encajan en el cuerpo, la mente y el espíritu de las mujeres".

De hecho, sólo recientemente han recibido reconocimiento pioneras como Memphis Minnie, una blueswoman de larga trayectoria que murió en la miseria a pesar de que Led Zeppelin o Donovan plagiaran sus composiciones. Menos valoradas son guitarristas como Lady Bo, The Duchess, Bonnie Guitar o Cordell Jackson, que se enchufaron en los años cincuenta. Pero resultaban invisibles en la era del rock and roll, cuyo padre fundador, Chuck Berry, gustaba de pararse en el escenario y realizar sus contundentes solos mientras apuntaba hacia el público con su Gibson ES ligeramente alzada; ninguna dama haría gesto tan fálico. Con el advenimiento de los llamados "héroes de la guitarra", a finales de los años sesenta, incluso se cargó aún más de testosterona.

Jimi Hendrix sabía lo que se hacía al arrinconar a su guitarra contra el muro de bafles y sacudirla con movimientos pélvicos: remachaba su imagen de supermacho, de la que luego quiso desprenderse al comprender que eclipsaba sus prodigiosas dotes musicales. Hendrix recogía la herencia de Buddy Guy y otros showmen afroamericanos, que habían desarrollado trucos que generaban risitas femeninas, como aproximar la cabeza a las cuerdas y hacer como si tocaran con dientes, labios y lengua. David Bowie asimiló la lección a su manera: en su esplendor glam, se arrodillaba ante Mick Ronson y simulaba una felación del guitarrista a través de su Gibson Les Paul. Como verdaderos enamorados, los guitar heros incluso comenzaron a acicalar sus instrumentos, como hizo Eric Clapton al dejar que los diseñadores The Fool psicodelizaran su Gibson SG.

Clapton no era hombre de mentiras piadosas: siempre reconoció que concibió convertirse en guitarrista como un remedio contra su timidez, un atajo para llegar al sexo opuesto. No estaba solo. En los años sesenta, los guitarristas con fama de aventureros sexuales se publicitaban con instrumentos de perfiles insólitos: Brian Jones, de los Rolling Stones, tocaba una Vox ovalada, conocida como "modelo lágrima"; Dave Davies, de los Kinks, se inclinaba por la V Volante de Gibson; Jimmy Page, de The Yardbirds, escenificaba su dandismo erótico al tocar con un arco de violín y, ya con Led Zeppelin, una Gibson de doble mástil. Muchos años después, Prince alardearía de sibaritismo sexual con guitarras de formas caprichosas.

Aquí resalta una evidente contradicción. La guitarra eléctrica tiene curvas se supone que femeninas -olvidemos ahora los modelos rectangulares de Bo Diddley-, pero se considera un símbolo fálico. Es el resultado de su apropiación por un determinado tipo de adolescentes; el que se pasa horas encerrado en su habitación aprendiendo los rudimentos de su instrumento y, posteriormente, cohabitando con otros infestados por el mismo virus en proyectos de grupos. Después de comprarse su primer modelo profesional, el aspirante pasará horas delante del espejo, calibrando la mejor manera de abrazarla y ajustando la correa. Muy probablemente, cuando se aventure en el mundo real, ese adolescente sólo pueda expresarse elocuentemente a través de su guitarra. Y su guitarra hablará de emociones reprimidas, de impulsos sexuales agresivos.

El blues eléctrico y su hijo bastardo, el heavy metal, entronizaron a legiones de volcánicos guitarristas de dedos ágiles. Se especializaron en desarrollos instrumentales que culminaban en una explosión de notas, un clímax espectacular; respaldados por toda una gama de gestos ad hoc. No exigía mucha imaginación ver en aquellos solos el equivalente sonoro de prácticas masturbatorias que se resolvían con la eyaculación. Quizá no fuera casual que los insurgentes del punki rock se refirieran a los exhibicionistas del detestado rock progresivo como wankers (literalmente, pajilleros).

A todo esto, el rock mantenía su misoginia tradicional. Abundaron en los sesenta los conjuntos femeninos, pero fueron considerados una novedad; se dudaba incluso de que ellas fueran las que tocaban en sus discos. Salvador Domínguez, historiador y maestro de la guitarra, todavía evoca el impacto de ver en Caracas, hacia 1964, a Las Aves Tronadoras, unas estadounidenses residentes en Venezuela que recreaban temas de los Beatles. Salvador también menciona como pioneras de la guitarra eléctrica a Mary Ford, esposa del gran Les Paul, "se supone que enseñó a tocar a Steve Miller", y Sylvia Vandepool, mitad del dúo Mickey & Sylvia, que curiosamente pasará a la historia por grabar, en su sello Sugarhill, los primeros discos de una música que aparentemente prescinde de los instrumentos: el rap. Salvador Domínguez, que conste, considera que la guitarra tiene sexo masculino, "especialmente si lleva palanca de vibrato", aunque se horrorizó con un luthier que coronaba los mástiles con una pala en forma de pene.

No ayudó a la causa feminista el lanzamiento, en 1976, de las Runaways, quinteto californiano que parecía obedecer a los sueños húmedos de su Doctor Frankenstein, el productor Kim Fowley, aunque de sus cenizas surgieran solistas rockeras como Joan Jett y Lita Ford. La primera guitarrista que conquistó un hueco en el mercado y apreciación general -más allá del "toca bien para ser mujer"- fue Bonnie Raitt y lo hizo dentro del campo del blues, donde ya había una tradición de hembras fuertes (a veces con guitarras, caso de la citada Memphis Minnie). Poco después llegó Heart, grupo canadiense que tenía al frente a Nancy Nelson, que dominaba las guitarras eléctricas y acústicas. Simultáneamente, el público británico del heavy metal debía reconsiderar sus prejuicios al enfrentarse con la contundencia de Girlschool.

El punki rock, que se pretendía asexual y enfatizaba la expresión sobre la digitación, permitió el acceso a numerosas instrumentistas. Esa apertura fue decisiva, sin olvidar el aliento difuso del feminismo. Punkis de origen eran las californianas Go-Gos, el primer grupo femenino que alcanzó el número uno (1982). Después de ellas surgieron bandas de mujeres como Vixen, Luna Chicks, L7, Bikini Kill o Dickless (traducido finalmente como "Las sin Pene"). Ayudó la aparición de un movimiento políticamente bien pertrechado, las llamadas riot grrrls, que alentaban la expresión musical de las mujeres fuera de todo estereotipo, combatiendo incluso el tópico de la cantautora lesbiana.

Ajeno a esos conflictos ideológicos, Jean-Baptiste Mondino celebra ahora la sensualidad de la guitarra en Guitar Eros (una afortunada variación sobre guitar heros). Mondino, que ha ejercido de disc jockey y ha hecho sus pinitos en la música, vive hoy de la publicidad. Así que no tiene inconveniente en unir lo supuestamente artificial (las modelos) con lo auténtico (las guitarras), sugiriendo escenas de abandono. Ante su cámara, hasta Madonna reivindica su afinidad por la guitarra, y un excéntrico como Tom Waits muestra su arte para empaquetar instrumentos.

Es un recordatorio de cuál es el gran icono sexual de la música popular; imposible imaginar un libro así alrededor de los sintetizadores.

Fotografías de Jean-Baptiste Mondino, por cortesía de Schirmer/Mosel. Múnich (www.schirmer-mosel.com). Extraídas del libro 'Mondino: Guitar Eros', a la venta en España a finales de este mes.

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