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COLUMNISTAS
Columna
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Ante los creyentes

Me gustaría recomendarles, en esta apenas iniciada era de desencuentros y de profundización de las diferencias, la obra ensayística de Karen Armstrong, una ex monja católica que desde que abandonó los hábitos ha escrito más de una docena de libros que estudian a las tres madres del cordero: las tres religiones monoteístas y las culturas (otros las llamarían civilizaciones) que representan. Pero si disponen de poco tiempo, lo más urgente es entregarse a la lectura de Los orígenes del fundamentalismo en el judaísmo, el cristianismo y el islam (La intolerancia religiosa frente al progreso), publicado hace un par de años por Tusquets en su colección Tiempo de Memoria.

Si siempre resulta gratificador leer a los historiadores, porque relativizan los acontecimientos más convulsos, adentrarse en el estudio de la temática a que se refiere el título proporciona además información sumamente necesaria y nada sesgada para que podamos entender (¿y quizá mejorar?) el futuro que ya forma parte de nuestro presente, y nuestra perplejidad laica ante el malestar de los otros. Karen Armstrong es una creyente. Yo no. Pero si el panorama actual incluye creyentes por doquier, me parece que lo inteligente es tratar de comprender sus razones.

Para la autora, los frutos del racionalismo europeo a ultranza resultan poco convincentes. Si la Europa cristiana (en sus variedades varias) se desangró durante siglos en guerras de religión, no olvidemos que la Europa surgida de la Ilustración, la heredera del Siglo de las Luces, se lanzó en 1914 a una guerra salvaje. Vale la pena reproducir algún párrafo: "Las naciones más cultas y desarrolladas de Europa se habían mutilado entre sí con la nueva tecnología militar, y la guerra misma parecía una parodia horrible de la mecanización que había traído semejante riqueza y poder. Una vez establecido y puesto en marcha el aparato de reclutamiento, transporte de tropas y fabricación de armamento, éste adquirió su propio impulso y resultó difícil de retener. La insensatez y la futilidad de la guerra de trincheras desafiaban la lógica y el racionalismo de la época [cursivas mías], no tenía nada que ver con las necesidades humanas". Efectivamente, la razón ha matado tanto como el fanatismo religioso, porque nunca se mató y con armas más eficaces que en el racional siglo XX y en la ilustrada Europa.

Para Armstrong, la modernidad representada por Occidente ha sido "beneficiosa, benevolente y humana, pero a veces ha sentido la necesidad de ser cruel, especialmente en sus primeras etapas. Esto ha sido más notorio en el mundo en vías de desarrollo, que ha vivido la cultura occidental moderna como imperialista, invasora y extraña". Comprende la autora la extrañeza, lo difícil que nos resulta a los europeos de hoy "apreciar este resurgimiento de la fe, especialmente cuando se ha expresado de manera violenta y cruel". Pero afirma que no debemos dividirnos en dos naciones, los laicistas y los religiosos, que "se sienten amenazados entre sí, y cuando surge un conflicto entre dos perspectivas irreconciliables, como en el caso de Salman Rushdie, la sensación de alejamiento y separación sólo se exacerba".

La antigua monja termina su libro con este alegato: "Si bien los fundamentalistas deben desarrollar una visión más compasiva de sus enemigos para ser fieles a sus tradiciones religiosas, los laicistas también necesitan ser más fieles a la benevolencia, la tolerancia y el respeto por la humanidad que caracterizan a la cultura moderna, y abordar de una manera más comprensiva los temores, las angustias y necesidades que experimentan los fundamentalistas, y que ninguna sociedad puede dejar de lado sin riesgo".Yo, que no soy creyente, añadiría que una buena forma de calmar esas angustias y desarticular los fanatismos, favoreciendo a los demócratas del islam, sería: a) salir de Irak y pedir perdón, y b) exigir a Israel que cumpla todas las resoluciones de la ONU y aplicarle sanciones si no lo hace.

Es decir, abandonar las dos varas de medir de una vez para siempre.

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