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Columna
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Complicidades transatlánticas

Lluís Bassets

"Compartimos los mismos valores pero tenemos sensibilidades distintas en cuestiones importantes. Ustedes son muy sensibles a los derechos humanos, nosotros lo somos ante la libertad de expresión". No es una cita textual, sino que pertenecen a unos apuntes del 8 de diciembre sobre la cena que celebraron la noche anterior, en Bruselas, los ministros de Exteriores de la OTAN y la secretaria de Estado norteamericana Condoleezza Rice, como culminación de su gira por Europa. Se suponía que el viaje venía al punto: Angela Merkel acababa de instalarse en Berlín, con excelentes propósitos respecto a una mejor sintonía con Washington. Pero el debate sobre el derecho a torturar a terroristas detenidos y a trasladarlos a cárceles clandestinas en terceros países -las llamadas extraordinary renditions- se comió el contenido del viaje y de la cena.

La frase tiene enjundia, pero es muy discutible. De una parte, es evidente una cierta actitud comprensiva de los Gobiernos europeos respecto a las violaciones de los derechos humanos por parte de Estados Unidos, a pesar de algún reproche estridente. Hay sospechas de que varios servicios secretos estaban al corriente de las entregas extraordinarias de supuestos terroristas. La fiscalía alemana está investigando si su Gobierno -el de Schröder- tuvo conocimiento de la utilización de este procedimiento con el ciudadano alemán Khaled El Masri, detenido y torturado durante cinco meses en una mazmorra de Kabul, que cree haber reconocido entre quienes le interrogaron a un agente secreto alemán. Hay comisiones de investigación sobre los vuelos secretos en el Parlamento Europeo y en el Consejo de Europa. Y finalmente, es probable que el Reino Unido, el principal socio bélico de Bush, haya participado de procedimientos muy parecidos. Las imágenes de los apaleamientos de jóvenes manifestantes dentro de un cuartel británico en Irak, recientemente desveladas, no constituyen prueba alguna, pero sí un indicio preocupante.

De otra parte, la norteamericana, tampoco el apego a la libertad de expresión parece tan nítido. La primera reacción de Washington ante las viñetas de Mahoma fue de solidaridad con los sentimientos religiosos ofendidos de los musulmanes. Al contrario de lo que suponen algunos europeos, Bush y su socio Blair han encarado el caso desde el prisma del apaciguamiento. Había sólidas razones para ello: son quienes tienen mayores compromisos y más tropas en el territorio donde se están produciendo las reacciones de fanatismo religioso más violentas. Por parte de Estados Unidos hay un elemento añadido como es la creciente influencia del fundamentalismo cristiano en un país ya de por sí muy religioso en sus manifestaciones públicas. Sin ir muy lejos, Bush explicitó en su viaje a Pekín su concepto de la libertad de expresión cuando mencionó expresamente el derecho a imprimir biblias y celebrar ceremonias religiosas. A fin de cuentas, la Primera Enmienda no tan sólo prohíbe al Congreso legislar sobre las libertades de prensa, palabra y reunión, sino también interferir en materia de religión. Por parte de Blair, en cambio, hay elementos más pragmáticos, como es el peso de la comunidad musulmana en el Reino Unido. Eso explica su proyecto de ley contra el odio racial y religioso, rechazado en su redacción original por los Comunes. De haberse aprobado en su forma original podría llevar a que, en un caso como el danés, "los autores de las caricaturas (de Mahoma) hubieran sido procesados y quizá condenados a siete años de cárcel", tal como escribía en estas páginas Walter Oppenheimer.

¿Habrá que concluir que los derechos humanos y la libertad de expresión se hallan en un momento comprometido, respectivamente en Estados Unidos y en Europa? ¿Y que hay una secreta complicidad entre ambas orillas del Atlántico? Allí, bajo la presión de la guerra contra el terrorismo. Aquí, de la intensificación del comunitarismo, religioso o no, confeso o camuflado, incluido el del hombre blanco, tal como lo expresa la legislación francesa que reivindica las glorias y beneficios de la colonización. En ambos continentes, en todo caso, un sombrío horizonte.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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