Cataluña en esta escalera
Al vecino del bajo izquierda siempre le habían caído bien los catalanes. Cuando tenía diecisiete años, hace más de veinte, fue a Sitges en un viaje de estudios, y se divirtió tanto que le gustó todo, el pueblo, la playa, el jaleo nocturno y el sonido elástico de una lengua ajena, pero también de alguna misteriosa manera familiar, que fue capaz de entender mucho mejor de lo que creía. Al vecino del bajo izquierda siempre le habían caído bien los catalanes, y ahora, de repente, le caen mal, y le da rabia.
A la vecina del bajo derecha siempre le habían caído mal los catalanes. Hija y hermana de guardias civiles, se crió en la casa-cuartel de un pueblo de Ávila, en una sierra remota de inviernos durísimos y primaveras esplendorosas, de la que todo progreso parecía ausente. Lejos de las autopistas, de las inversiones públicas, de los polígonos industriales, de los centros de investigación, la vida y la dignidad la impulsaron a integrarse, desde muy joven, en la causa de los parias de la Tierra, junto con los que no conciben que pueda existir la libertad sin igualdad. A la vecina del bajo derecha siempre le habían caído mal los catalanes, y ahora, de repente, los defiende, y le caen mucho mejor que antes, y no sabe qué pensar.
La pareja del primero A no tenía opinión sobre los catalanes. Él nació a dos pasos de la casa donde vive ahora; ella, en Tenerife. Se conocieron allí, en Canarias. Ella era recepcionista en el hotel donde él pretendía pasar dos semanas con su novia de toda la vida, una chica muy guapa y muy histérica que cambiaba de estado de ánimo varias veces a cada rato, y al día siguiente de su llegada se metió en la cama y estuvo tres sin salir de la habitación. Afortunadamente. La pareja del primero A, sin opinión sobre los catalanes, tampoco tenía problemas. Siempre se habían llevado muy bien, pero ahora discuten. Él defiende a los catalanes, ella los ataca. Ninguno de los dos se emplea demasiado, pero ya se han llevado algún disgusto. Lo que sorprende a sus amigos es que, aunque los dos votan a la izquierda, ella parecía más radical que él. No sólo lo parece. Lo es.
El vecino del primero B siempre había odiado a los catalanes. Ahora los odia más. Por Dios, por la patria y el Rey. Y se lo pasa bomba, hacía muchos años que no disfrutaba tanto, desde luego. En el fondo, él tiene mucho más que agradecer a los catalanes que nadie, porque hacía tanto tiempo que los militares no metían la pata, y le reconforta tanto comprobar que aún son capaces de volver a las andadas El vecino del primero B siempre había odiado a los catalanes, y ahora los odia mucho más, y lo único que le da miedo es que esta racha se acabe pronto, aunque siempre le quedará Zapatero.
La pareja del segundo A tiene una gran cantidad de opiniones sobre los catalanes, porque los dos son valencianos. Él los detesta, ella los adora. Él rechaza con vehemencia toda conexión lingüística, histórica o de cualquier otra índole, ella las da todas por sentadas. Pero llevan tantos años así, que aunque defiendan sus opiniones ante terceros, nunca discuten entre ellos. ¿Para qué, si saben que nunca van a ser capaces de convencerse el uno al otro? Y sin embargo, ahora se han puesto de acuerdo. Los dos le han retirado el saludo al mismo tiempo a su vecino de enfrente.
A la vecina del segundo B siempre le han parecido bien los catalanes. No sabe si le gustan o le disgustan, porque ha conocido a muy pocos y de pasada, pero desde muy jovencita es partidaria de que la gente sea feliz, de que pueda hacer lo que quiera, de que nadie se meta en la vida de los demás. Por eso se pone siempre a su favor, aunque nunca encuentra un buen momento para formular en público dos cuestiones que le rondan continuamente por la cabeza. La primera es trivial, poco importante, como un reproche entre amigos bien avenidos. A la vecina del segundo B le gustaría que los catalanes supieran que en Madrid hay mucha gente que los defiende, y, si lo saben ya, que ella cree que sí, que lo dijeran en voz alta alguna vez, aunque sólo fuera por acatar una equitatividad elemental. La segunda es más grave, y le duele de verdad. A ella, que siempre ha estado a favor de la devolución del archivo de la Generalitat que estaba en Salamanca, le gustaría que este Gobierno, o el que fuera, les devolviera también lo suyo, la dignidad, el honor, los méritos, los derechos, la buena reputación, a todas las personas a quienes se las robaron los mismos que despojaron de documentos al Gobierno catalán. ¿O es que las personas valen menos que los papeles? La vecina del segundo B, a la que siempre le han parecido bien los catalanes y se lo siguen pareciendo, está segura de que no.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.