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Ceuta y Melilla: vecindad, desarrollo y seguridad

Bernabé López García

La visita del presidente Rodríguez Zapatero a Ceuta y Melilla reviste el carácter de "noticia" desde cualquiera de las lecturas que se quiera hacer de ella. Resulta así por ser la primera vez que un presidente del Gobierno en ejercicio vaya a las ciudades desde la discreta visita que realizara Adolfo Suárez en diciembre de 1980. El viaje de José María Aznar en enero de 2000 lo fue tan sólo como presidente de su partido en la precampaña electoral de aquel año. También ahora hay su parte de electoralismo en la visita que realiza el presidente del Gobierno, prometida en la reunión de presidentes autonómicos tras los sucesos protagonizados por los inmigrantes subsaharianos en septiembre y octubre pasados. Se efectúa además en una circunstancia en que está en la calle el debate sobre la "desmembración de España" suscitado por los que han aprovechado la discusión y negociaciones del Estatut de Cataluña para llamar a la xenofobia interior en contra de los catalanes, en un momento en que el Partido Popular quiere convertirse en campeón del patriotismo con la defensa de la unidad de una única nación.

La visita de Rodríguez Zapatero tiene aires de afirmación patriótica, aunque sería conveniente convertirla lo más posible en algo normal, como puede ser la que realice un presidente de Gobierno a Ávila o Cantabria, descargando de alharacas españolistas a este recorrido por las ciudades norteafricanas. Unas ciudades de las que el ciudadano medio debe saber que, aparte de su carácter español hoy por hoy evidente, pesaron sobre ellas aires abandonistas en no pocos momentos de nuestra historia contemporánea.

Las Cortes de Cádiz decidieron, por ajustada mayoría, ceder a Marruecos los entonces presidios, muchas veces asediados por los vecinos, a cambio de víveres para las poblaciones y el ejército, en plena guerra con los franceses, aunque finalmente la medida no se llevó a cabo. Años más tarde, sería Martínez de la Rosa quien volvería a plantear la conveniencia de la devolución, decidiendo el Parlamento en junio de 1821 autorizar la cesión de Melilla, Vélez de la Gomera y Alhucemas, considerados "restos del fanatismo religioso que motivó las conquistas de África". Y si no se llevó a cabo la retrocesión fue por las crisis paralelas de los reinados de Muley Sliman y Fernando VII.

Un siglo después, fue Primo de Rivera, siendo capitán general de Cádiz, quien en 1917 llegó a proponer intercambiar con los británicos Ceuta por Gibraltar. Y ya muy cerca de hoy, el Libro blanco para la reforma democrática, redactado en 1976 en el entorno político de Fraga Iribarne, llegó a proponer que si se lograba la devolución honrosa de Gibraltar, España debería retornar a Marruecos las ciudades. Este episodio provocó la movilización de la ciudadanía en Ceuta y Melilla y terminó, pese a las excusas de Fraga, que llegó a ofrecer su sangre para defender las ciudades, con la retirada de la medalla de oro de la ciudad al ex ministro de Información del anterior régimen por parte de la corporación municipal de Melilla.

La visita también va a ser noticia al otro lado de las verjas. Marruecos considera propias estas ciudades, a las que apellida "ocupadas" cuando se refiere a ellas, esgrimiendo unos derechos que compara a los que España aduce en su reclamación de Gibraltar. También el patriotismo de redoble de atambor ha movido a los partidos políticos marroquíes a pregonar su reclamación, las más de las veces, en el ya medio siglo desde la independencia, para reprochar a sus monarcas la prudencia con la que siempre trataron el tema, ligando su recuperación a la de Gibraltar por España. La opinión marroquí es unánime a la hora de considerar el derecho a la devolución por nuestro país de estas ciudades, pero no son pocos los que bajo cuerda abogan por mantener un statu quo que permite vivir -cierto que del trapicheo y el contrabando- a muchas decenas de millares de los habitantes de las provincias limítrofes de Tetuán y Nador. Statu quo que también defienden por su parte los habitantes de las dos ciudades, y no sólo desde luego los que tienen un "origen peninsular", eufemismo para no denominarlos "cristianos", en ese lenguaje confesional tan en boga en la ciudad, sino los que, ciudadanos de pleno derecho y tan españoles como los anteriores, tienen "raíces magrebíes", hijos o nietos de originarios del entorno normarroquí y conocidos como " musulmanes". Y que constituyen prácticamente la mitad de la población. Las diferentes identidades (y hay otras varias en las ciudades de Ceuta y Melilla, como los judíos o hindúes, por ejemplo) ven con muy malos ojos la posibilidad de una retrocesión de las ciudades a Marruecos que, según ellos, las retrotraería al reino de la arbitrariedad.

La visita del presidente Rodríguez Zapatero debe servir, lejos de para afirmar una "unidad de España" que nadie pone hoy en peligro, lejos de para provocar los sentimientos irredentistas de los vecinos, para dejar bien claro que esas dos ciudades son piezas clave de nuestra vecindad, quieren ser polos de desarrollo de la región y están llamadas a desempeñar un papel fundamental en la nueva política de vecindad de la Unión Europea. Aunque ello pasa por reconocer que existe un contencioso, que se está dispuesto a hablar con Marruecos de que hay un problema que resolver de la mejor manera posible, atendiendo sobre todo a los intereses de las poblaciones de las ciudades. Esto último es algo que Marruecos debe por su parte encajar, lejos de su discurso para consumo interior que afirma la voluntad manifiesta de los musulmanes ceutíes o melillenses de reintegrar la "madre patria". De nada sirven las políticas de avestruz, como la que también venimos manteniendo desde años en la cuestión, fingiendo no abordar el tema en ninguno de los encuentros bilaterales con nuestros vecinos.

La visita va a ser sin duda un test para comprobar la solidez de las relaciones entre los dos países, que pasan por un buen momento y que convendría que no se comenzaran a nublar por su causa. Cierto que la visita puede, por el contrario, abrir la caja de Pandora de no pocas tensiones que están larvadas en nuestra relación. El momento de Marruecos es difícil, hay un reajuste de posiciones en su interior, el mundo de los partidos está en plena crisis, algunos de los viejos generales están a pun

-to del relevo, el espectro de un impasse está demasiado presente, con problemas de envergadura como el del Sáhara en pleno embrollo, o el de una juventud sin esperanzas entre la que hay quienes han cruzado el umbral de la sinrazón terrorista. Aunque hay que valorar positivamente ciertos capítulos, entre ellos la voluntad de pasar página en asuntos como las violaciones de los derechos humanos, según ha mostrado recientemente el balance establecido por la Instancia Equidad y Reconciliación para reconocer e indemnizar a las víctimas. Si bien las garantías para que dichas violaciones no se reproduzcan no están del todo establecidas.

Sin duda el PJD, islamista, que está dispuesto a proponerse como la gran fuerza política para las elecciones de 2007, aprovechará esta visita para jugar a convertirse, como lo está haciendo en la cuestión del Sáhara, en campeón del nacionalismo, y no se quedarán a la zaga ni el viejo Istiqlal ni la USFP para no perder posiciones. Pero el test verdadero va a ser el de la reacción del serrallo político de Mohamed VI, para comprobar si está a la altura de los retos que la nueva vecindad exige, lo que de ninguna manera impide seguir defendiendo la legitimidad de su reclamación de las ciudades, eso sí, por los medios de la acción dialogada de la diplomacia, haciendo olvidar la torpe gestión que en el ("estúpido", en palabras de Colin Powell) asunto del islote de Perejil, tuvieron las dos partes.

Ceuta y Melilla están enclavadas en la región más abandonada de Marruecos y deberían tener un papel en el desarrollo de su entorno. Marruecos nos reprocha que asfixian, con su economía basada en el contrabando, la posibilidad de la expansión de la actividad económica de toda la zona y de buena parte del país. Tal vez no le falte razón. Pero esas ciudades, sus dirigentes y sus poblaciones, no pueden olvidarse de que la meta del libre comercio que la Unión Europea quiere establecer en el Mediterráneo, con un plazo ya marcado (2012), puede amenazar su estatus. Hay que ir pensando en soluciones de fondo, y ellas pasan obligatoriamente por un replanteamiento de la supervivencia de la región, en la que no debe menospreciarse el papel que los cultivos de cannabis tienen en el espejismo de un dinero fácil que, sin beneficiar a muchos, termina por salpicar, no siempre para bien, a Ceuta y Melilla. Las iniciativas que se están llevando a cabo dentro del programa Interreg de la UE, para la promoción de una vecindad próspera, pueden ser el embrión de una vía que debe facilitar ante todo la puesta en común de recursos para el desarrollo de esa frontera de la Unión que es el norte marroquí.

Pero eso no podrá hacerse si no se olvidan patrioterismos e irredentismos, de una y otra parte, y se aborda la realidad de que los problemas, allá donde los haya, hay que reconocerlos y hablarlos para encontrar así la mejor solución que convenga a todos. Sin perder de vista que cuanto menor sea el foso que separa nuestro desarrollo del de Marruecos, mejor tendremos garantizada nuestra seguridad.

Bernabé López García es catedrático de Historia del Islam contemporáneo en la Universidad Autónoma de Madrid.

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