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Columna
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Latinoamérica y Vargas Llosa / 1

La historia política latinoamericana en la segunda mitad del siglo XX está hecha de quiebras, rupturas y sobresaltos en una tumultuosa discontinuidad. Golpes de Estado, autocracias opresoras, asonadas, levantamientos militares, dictaduras revanchistas interrumpen una y otra vez el decurso público ordinario de los países de Iberoamérica. Según la mayoría de los historiadores y analistas sociales esta inestabilidad política congénita, esta proclividad hacia la algarabía civil, esta incapacidad para construir una convivencia ciudadana armónica son indisociables de una estructura social y étnica eminentemente asimétrica cuyas consecuencias, de acuerdo con el penetrante análisis de Rodolfo Stavenhagen, en sus Siete tesis erróneas sobre América Latina, que más de 30 años después siguen conservando toda su vigencia, parecen difícilmente superables. En ese marco que tiene también mucho que ver con la herencia hispánica, sacudido además por una compulsiva obsesión de la amenaza comunista, propia de esa fase de la guerra fría y celosamente alimentada por EE UU, la democracia no puede asentarse y prosperar y su espectro es muy limitado. La opción política dominante oscila entre el tradicionalismo de la derecha conservadora, las postulaciones revolucionarias y la extremosidad de las posiciones reaccionarias. La izquierda democrática apenas cabe y su destino tenía que ser frágil y precario, máxime teniendo en cuenta la permanente voluntad interventora del Gran Hermano, que con tanta lucidez se analiza en Soberanos e intervenidos de Joan Garcés, y que operaciones como la Cóndor, el desembarco en la isla de Granada, la invasión de Panamá y el apoyo a la Contra ejemplifican con vigor.

Las décadas de los años 60 y 70 representan el apogeo de los regímenes militares y la generalización de la ideología y de la práctica de los sistemas de Seguridad Nacional. El golpe de Estado militar en Brasil, de marzo de 1964 instala en el poder al general Castelo Branco, al que suceden los generales Costa, Silva Medici y Geisel que acaban imponiendo la doctrina y las prácticas de la seguridad nacional. En Argentina son los generales Onganía (1966) y Levingston (1970) los que establecen la dominación militar, retomada hasta sus últimas consecuencias, después del interregno Cámpora / Perón, por el general Videla. En Bolivia el instaurador de la Seguridad Nacional es en 1971 el general Hugo Banzer; en Chile, el general Pinochet en 1973; en Ecuador, el almirante Poveda en 1976; en Paraguay, el general Stroessner durante casi 40 años. Joseph Comblin en su libro L'idéologie de la Sécurité Nationale analiza en profundidad los cuatro polos en torno de los cuales se organiza su contenido: el concepto de Nación entendido en su versión más tradicional; la total identificación con las clases dominantes de cada país; un alineamiento pleno con las posiciones geopolíticas norteamericanas y una hostilidad absoluta contra el comunismo que hay que combatir por todos los medios. Este último punto abre las puertas a la más atroz represión de las fuerzas progresistas y de los considerados enemigos del régimen, represión cuyas prácticas -muerte, tortura, cárcel- se consideran elementos necesarios de la guerra que hay que librar. Por cierto que la elaboración doctrinal de la guerra total en la ideología de la Seguridad Nacional, tomada de Ludendorff y de su concepción de la guerra absoluta coincide en todos sus puntos con la guerra generalizada y permanente del presidente Bush.

Frente a ellos se sitúan los golpes de Estado militares que revindican la afirmación nacionalista y en algunos casos de izquierda como el general Ovando y sobre todo Juan José Torres en Bolivia, los generales Juan Velasco Alvarado y Morales Bermudes en Perú, el general Rodríguez Lara en Ecuador, el general Omar Torrijos en Panamá, el general Lanusse que restablece la democracia en Argentina, y permite la vuelta de Perón por vía electiva. En Centroamérica la experiencia sandinista rompe por breve tiempo la tiranía hegemonía de las fuerzas armadas y las guardias nacionales que campan a sus anchas. ¿Qué ha hecho y qué puede hacer la izquierda democrática en Iberoamérica?

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