La incorrección de la corrección
Sabido es que de un tiempo a esta parte no hay documento administrativo, carta comercial, nota escolar o arenga de masas que no encabece sus pretensiones especificando los dos posibles sexos de sus destinatarios. La cosa empezó hace ya bastantes años. Aún recuerdo cómo me reí en una reunión universitaria, a principios de la década de 1990, cuando tuve la oportunidad de escuchar a un profesor que, queriendo referirse a los correctores de estilo, soltó con toda seriedad y sin apenas sonrojarse el siguiente prodigio verbal: "Los/las mediadores/mediadoras lingüísticos/lingüísticas". Y si la memoria no me falla, para recrear más a la audiencia, el joven docente coronó su hazaña haciendo con los dedos de ambas manos esa especie de gesto simiesco con el que se quiere indicar que uno pone entre comillas lo que acaba de decir. O sea, que ni siquiera él daba crédito a sus palabras.
Tras veinte años de competencias se impone la creación de un diccionario de dudas de la lengua catalana
Si bien es cierto que, en términos generales, el tiempo ha limado ese tipo de excesos, no lo es menos que lo que la corrección política ha perdido en pintoresquismo lo ha ganado en poder. No hace mucho le oí decir con satisfacción cívica a una maestra que en las escuelas catalanas "las niñas y los niños" ya tienen perfectamente asimilada esta lección y que rara vez dejan de incluir los dos géneros cuando se refieren a un colectivo de personas o animales. Seamos positivos: no deja de ser una buena noticia que por lo menos hayan asimilado una lección. Aún va a resultar que el fracaso escolar no es tan feroz como lo pintan. Sin embargo, si las cosas siguieran el curso que deberían seguir, es probable que nuestra esforzada maestra, suponiendo que imparta clases de lengua castellana, tuviera que acabar renunciando a este gran éxito de su carrera, pues la Real Academia de la Lengua, en su reciente Diccionario Panhispánico de Dudas, desautoriza de manera contundente y con los argumentos gramaticales que le corresponden "la reciente e innecesaria costumbre de hacer siempre explícita la alusión a los dos sexos". No me extenderé aquí sobre las particularidades de este dictamen; sólo diré que, a lo largo de dos estupendas páginas, incluidas en la entrada género (palabra que, por cierto, la Academia no deja tampoco de condenar en su uso actualmente generalizado como sinónimo de sexo) se explica de manera muy didáctica y con abundantes ejemplos que una cosa es la corrección política y otra la corrección lingüística. Demos, pues, a la gramática lo que es de la gramática y a la ideología lo que es de la ideología y persigamos como es debido la intromisión de ésta en aquélla, que es lo que ocurre cuando la corrección política se intenta imponer como norma.
La Real Academia ha reformado algunas de sus reglas en los últimos tiempos; ha eliminado, por ejemplo, los acentos diacríticos cuando no resultan imprescindibles, y tengo entendido que en las escuelas adoptan rápidamente este tipo de novedades, pero intuyo que el caso que nos ocupa no se acogerá con el mismo espíritu disciplinario. Lo más probable es que, después de llamar carcamales a los académicos, los correctores políticos sigan con entusiasmo su labor de limpiar, fijar y dar esplendor a la lengua.
No es ningún secreto que, en las escuelas, durante bastantes décadas se enseñó lingüística estructuralista y gramática generativa en lugar de enseñar a leer y escribir. Como los niños salían cada vez más analfabetos sin que nadie supiera por qué, a partir de un momento se decidió enseñarles también a escribir y esto se hizo, y se sigue haciendo, mediante una lista de consignas que los escolares deben aprenderse de memoria y utilizar a modo de plantilla. Además de considerar incorrectas las frases largas o fomentar lugares comunes propios del peor periodismo, estas listas suelen incluir normas para un lenguaje no sexista. Los niños siguen saliendo analfabetos y aún no se sabe por qué. Si eliminásemos la corrección política, no resolveríamos el problema, claro, pero quizás daríamos el primer paso hacia una enseñanza un poco seria. Y si de paso consiguiéramos eliminarla también de los medios de comunicación y de los discursos políticos, entonces hasta puede que fuera toda la sociedad la que empezara a volverse seria.
Yo me permito, pues, animar desde aquí al Institut d'Estudis Catalans a que, por una vez en la vida y sin que sirva de precedente, siga el ejemplo de la Academia Española y edite un Diccionari de dubtes de la llengua catalana. Dado el estado actual del catalán tras 20 años de competencias autonómicas en educación escolar y medios de comunicación, es acuciante disponer de una obra de estas características. Ahí están las grandes aportaciones de Moll y Corominas, los artículos de Gabriel Ferrater y los libros imprescindibles de Joan Solà para facilitar la labor. Y, por encima de todo, por favor dediquen ustedes también un par de hermosas páginas a denunciar la incorrección de la corrección política. Si lo hacen, no les oculto que van a tener problemas, pues no sé si saben que es deseo ferviente de la Secretaría de Política Lingüística y del Instituto Catalán de la Mujer imponer dicha corrección a todo el mundo en nombre de la tolerancia y el civismo. La situación, pues, es muy delicada, pero si ustedes tuvieran el coraje de tomar cartas en el asunto incluso es posible que algunas personas sensatas se sintieran de nuevo vinculadas a la cultura de este país.
Ferran Toutain es ensayista.
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