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Reportaje:Cuando la vida depende de un arancel | OMC: ECHAR LAS PUERTAS ABAJO

Algodón: competencia desleal de Estados Unidos

Fernando Gualdoni

La Confederación de Campesinos de Faso no piensa bajar la guardia. Hasta el minuto antes de que dé comienzo el martes, en Hong Kong, la cumbre de la Organización Mundial de Comercio (OMC), los agricultores planean redoblar su presión sobre el Gobierno para que en esa reunión se haga oír por los países ricos y logre un buen acuerdo para ellos. "Europa puede levantar su valla un poco cada día, pero nosotros seguiremos yendo", explica Eloi Nombré, secretario de organización. "No lo entienden, nosotros queremos vivir aquí y de nuestro trabajo, pero si no podemos, lo buscaremos en otra parte. Es una cuestión de supervivencia, pero ustedes no lo entienden, no lo quieren ver", añade Nombré, más resignado que enojado.

La industria algodonera representa para Burkina Faso casi la mitad de su PIB y entre el 60% y el 70% de los ingresos por exportaciones
En la plantación que dirige Moussa Samboné trabajan de forma colectiva un centenar de campesinos y cada familia gana unos 150 euros anuales
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Las palabras del sindicalista agrario recuerdan las recientes imágenes de los inmigrantes saltando la valla en Ceuta y Melilla. Muchos de ellos eran campesinos de Burkina Faso (antes, Alto Volta), Mali, Benin o Chad, por mencionar el cuarteto de países del África subsahariana que se han unido para intentar salvar su mayor fuente de riqueza: el algodón.

En Burkina, más del 80% de una población de 12 millones trabaja en la agricultura, un sector que representa casi la mitad del producto interior bruto (PIB) y entre el 60% y 70% de los ingresos por exportaciones. La mayoría, desde los niños hasta los hombres y mujeres cuya expectativa de vida no llega a los 50 años, trabaja en la industria algodonera. "Queremos producir un algodón de calidad, pero el precio es tan bajo que no llegamos a cubrir los costes", explica Yibril Balboné en la localidad de Tenkodogo. Balboné es el presidente de la Unión de Productores de Algodón de la provincia de Boulgou, cerca de Togo.

Lo primero que hacen los productores cuando se les pregunta a qué factores atribuyen la caída de los precios es señalar a EE UU. Washington otorga a sus productores de algodón subvenciones que rondan los 3.500 millones de euros al año. Estas ayudas permiten a unos 25.000 algodoneros exportar casi el 70% de su producción a pesar de que sus costes están muy por encima del precio de venta de la mercancía. Este sistema, además, estimula al algodonero estadounidense a plantar más y, al aumentar la oferta, el valor del producto se deprecia más todavía. El sistema de EE UU provoca una caída de más del 10% de los precios internacionales, según la ONU, y resta un punto porcentual (41 millones de euros) al PIB de Burkina Faso.

En la plantación algodonera que dirige Moussa Sanboné, no muy lejos de Tenkodogo, la pobreza extrema de los agricultores africanos se ve con toda crudeza. Rostros tristes, estómagos vacíos, una única muda, malaria crónica y casi ninguna posesión en las casas de adobe que a duras penas los cobijan. Algo más de un centenar de campesinos acaban de recoger a mano el último cargamento de algodón de la presente campaña. A lo largo del año han producido unas 170 toneladas en las 124 hectáreas que cultivan de forma colectiva. Después de pagar las semillas, los fertilizantes y los insecticidas que han adquirido a crédito, le quedará unos 150 euros a cada familia.

Sanboné explica que han vendido su producción a la compañía Faso Coton, una de las tres empresas que procesa y exporta el algodón en Burkina Faso. Cuenta que las tres compañías fijan cada año un precio único para todo el país y que son sus responsables los que les dicen a los agricultores que por culpa de las subvenciones estadounidenses no les pueden pagar más.

Faso Coton es una de las dos empresas que surgieron a raíz de la privatización de la industria algodonera que arrancó en 1998 a instancias del Fondo Monetario Internacional (FMI). Del hasta entonces monopolio estatal Sofitex se desmembraron dos compañías, Socoma y Faso Coton, y ahora las tres controlan las zonas oeste, este y sur del país, respectivamente.

El Estado aún mantiene una participación en Sofitex y los productores tienen una parte minoritaria del capital en las tres empresas. "Las subvenciones estadounidenses no son las únicas responsables de que perdamos dinero con las ventas de algodón, también la revalorización del euro nos perjudica, ya que el franco africano está ligado a esa divisa. La escalada del euro ha encarecido nuestras exportaciones", dice el director ejecutivo de Faso Coton, Koumpore Kambiré, en la sede de la compañía en la capital, Uagadugú.

Kambiré asegura que la empresa está en números rojos desde que hace dos años completó su escisión de Sofitex. Explica que son los accionistas de Faso Coton, entre ellos la multinacional suiza Paul Reinhart, los que aportan el capital para que la empresa siga funcionando. "Ninguna empresa algodonera, al menos en África, gana ahora dinero. Pero, ¿qué van a hacer? Tienen que seguir, necesitan el algodón", dice Kambiré.

El empresario reconoce que los productores hacen un gran esfuerzo para mantener la industria algodonera, y asegura que si el precio internacional fuera más alto, la empresa pagaría más a los campesinos. Sobre su mesa tiene el borrador de las bases para una nueva regulación del sector que, según él, busca dar una mayor participación y beneficio al productor en todos los aspectos del negocio. "Tenemos muchos problemas", concluye Kambiré, "pero si al menos EE UU eliminase su política de subsidios, tendríamos la oportunidad de competir por el mercado en igualdad de condiciones".

"Somos conscientes de que hay muchos problemas locales que perjudican al productor, pero no tenemos los medios para luchar en dos frentes a la vez", explica Omer Kadaré, director de la ONG Oxfam en Burkina Faso. "Nuestra campaña tiene dos patas: La primera, en la escena internacional, es la de concienciar al mundo del daño que los subsidios estadounidenses al algodón hacen a la gente de este país. La segunda, a escala local, es la de ayudar a los productores locales a hacerse oír, a denunciar las malas prácticas de las empresas y del Gobierno, para que si algún día las ayudas de EE UU se eliminan, los beneficios derivados de esa medida alcancen también al campesino y no sólo a las empresas algodoneras y a los políticos", concluye.

En el despacho de Sériba Uattara, director general de Comercio, hay poco margen para hablar de política. Él es un técnico y sabe al dedillo los mil vericuetos de la complicada negociación comercial, y estará en la delegación que irá a la cumbre de Hong Kong. Uattara se resiste a pensar que no sacarán nada de la reunión. "EE UU ya tiene un dictamen de la OMC en su contra por las subvenciones al algodón a raíz de una denuncia que hizo Brasil. Está obligado a desmantelar su sistema de ayudas. Pero, aun así, se empeña en hacer una propuesta que para nosotros no vale. Su oferta de eliminar algo más de la mitad de las ayudas en más de 15 años es inaceptable", explica.

"Lo menos que pretendemos es que EE UU haga una oferta razonable. No puede darse un plazo de casi 25 años para eliminar sus ayudas", concluye. "En cualquier caso", añade Uattara, "nosotros hemos hecho nuestras concesiones; hemos aceptado que el algodón, que para nosotros es especial, se negocie dentro del conjunto de medidas para todo el sector agrícola. No podemos hacer más. ¿Qué más nos pueden pedir?".

Miembros de una cooperativa de algodón en Burkina Faso.
Miembros de una cooperativa de algodón en Burkina Faso.F. G.

Democracia por consolidar

AUNQUE Burkina Faso tiene aspecto de democracia, ésta no es de las más consolidadas. El presidente, Blaise Compaoré, que recientemente fue elegido para un tercer mandato con más del 80% de los votos, llegó al poder en 1987, tras derrocar y mandar ejecutar a su antecesor, Thomas Sankara. El ex capitán del Ejército dio el golpe junto a dos compañeros, Henri Zongo y Jean-Baptiste Boukary Lingani, a quienes también ordenó fusilar en 1989 tras acusarlos de conjurar para asesinarle. Desde entonces, el presidente se ha mantenido en su puesto sin sobresaltos. Está tan seguro de su popularidad que, a pesar de la pobreza de su país, el año pasado se hizo construir un nuevo palacio presidencial en una zona alejada unos cinco kilómetros del centro de Uagadugu, donde ha dicho que levantará una especie de barrio gubernamental.

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Sobre la firma

Fernando Gualdoni
Redactor jefe de Suplementos Especiales, ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS como redactor de Economía, jefe de sección de Internacional y redactor jefe de Negocios. Es abogado por la Universidad de Buenos Aires, analista de Inteligencia por la UC3M/URJ y cursó el Máster de EL PAÍS y el programa de desarrollo directivo de IESE.

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