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Entrevista:RAFAEL MATESANZ

El mago de los trasplantes

España es la primera potencia en donación de órganos en el mundo, y su artífice es el nefrólogo Rafael Matesanz, director de la Organización Nacional de Trasplantes. Su madre murió después de trasplantarle un hígado. Ahora defiende la donación de vivo para pacientes renales jóvenes.

Rafael Matesanz se coge, mientras habla, en un repetido gesto, el ojo derecho con la mano y lo arruga por debajo de las gafas metálicas forzando en su cara una extraña asimetría, un tic de concentración que resulta un tanto inquietante en el conjunto de su menuda figura, delgada y fibrosa. Habla a la velocidad del rayo, directo y seguro, sin necesidad de aclarar una idea o repetir una palabra. Es una de esas personas de las que se dice que tienen la cabeza muy bien amueblada; un "germánico del sur", en sus palabras. Se nota que tiene las cosas muy pensadas, y quizá por eso las expone sin pelos en la lengua.

Tiene fama de hombre pragmático, de ser un técnico acostumbrado a luchar en la Administración para sacar adelante sus proyectos, con la coraza y aguijones necesarios para hacerlo con fortuna. No en vano Rafael Matesanz fue, en 1989, el creador de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) de España, que luego ha dirigido durante años con un éxito apabullante. El modelo español, con las cifras de donaciones más altas del mundo, es un sistema a imitar. Todavía hoy, 16 años después, no ha sido superado por país alguno. Un modelo que se exporta a todo Occidente, donde no se discute el protagonismo ni la experiencia de este español que presidió por siete años la Comisión de Trasplantes del Consejo de Europa, hasta que la ministra Celia Villalobos le destituyó, por teléfono y de repente, como director de la ONT.

"Pedir un órgano para trasplantar es un drama, probablemente sea el momento más complicado de la vida de un médico"
"Mi madre estuvo dos meses en lista de espera para un trasplante. Se vive mal, pero aprendí a ser más humano"
"Hay que potenciar el trasplante de vivo, no es posible obtener un riñón rápido para algunos pacientes jóvenes"

En los años ochenta, cuando este nefrólogo decidió zambullirse a fondo en el complicado mundo de los trasplantes, los enfermos renales se manifestaban en España por las calles y había ciudadanos que pedían órganos en radios y televisiones. Se hacían pocos trasplantes y las donaciones iban en picado. Pero Rafael Matesanz rechaza la palabra milagro y repite que la revolución sufrida ha sido producto de la racionalización y el trabajo bien organizado. Una organización imprescindible cuando en cada donación se ponen en movimiento hasta 100 personas -hospitales, aeropuertos, protección civil, ambulancias, policía-, cada una de ellas haciendo exactamente lo que tiene que hacer. Y ha habido ocasiones de hasta 13 donaciones en un mismo día, lo que significa más de un millar de personas funcionando como autómatas sin posibilidad de fallo alguno.

Parece que es usted muy hermético para su vida personal. No he podido encontrar más datos suyos que éstos: 57 años, médico nefrólogo, casado, con dos hijos, madrileño.

Una biografía realmente somera, ¡ja, ja! Pero no me ponga años, acabo de cumplir 56 el 22 de octubre.

Cuénteme un poco más de su vida; por ejemplo, cómo llegó a la nefrología y a los trasplantes, que le han convertido luego en un referente mundial.

En mi familia, yo fui la primera persona que estudió medicina; incluso la primera que hizo una carrera y fue a la universidad. Mi padre trabajaba en el Metro de Madrid, y mi madre, en una perfumería, y no teníamos ningún antecedente, salvo uno indirecto, un tío, que era médico. No sé por qué estudie medicina. Llegué a la universidad a los 16 años, y a esa edad tener una idea clara de lo que quieres ser en la vida es un poco complicado. Me gustaban las ciencias y no demasiado las ingenierías, así que llegué a la medicina un poco por eliminación y porque el hecho de curar me parecía apasionante. Pero estamos hablando de 1966 y con 16 añitos…

¿Ha sido tan precoz en todo lo demás? ¿Ha seguido llegando tan temprano a los sitios?

¡Ja, ja!, creo que en general me he caracterizado por llegar razonablemente pronto a todas partes… Acabé la carrera a los 22 años, y la especialidad, a los 27.

¿Con esas prisas se dedicó sólo a estudiar o también participaba en la movida política de la universidad?

Mitad y mitad. En casa no había un duro, y mi posibilidad de estudiar dependía mucho de que consiguiera becas. Sabía que suspender un año podía suponer dejar de estudiar, y eso lo tenía muy claro. Pero en la segunda parte de la carrera descubrí una forma de participación que me pareció muy útil: un programa de intercambio de estudiantes de países extranjeros con España, y viceversa, de la Internacional Federation Medical Studies. Se trataba de conseguir que aquí dejaran en los hospitales plazas para estudiantes extranjeros, y por cada plaza que ofrecíamos en España nos daban una fuera. Para mí, lo fundamental era que nosotros pudiéramos salir al extranjero porque era la mejor manera de estar en forma y cambiar la mentalidad del momento. Yo empecé a salir en tercero de carrera; así me fui a Francia, a Inglaterra, a Grecia, a Suecia…

Y descubrió que había otros mundos…

Sí, sí, claro. Hay que tener en cuenta que la organización te daba alojamiento, pero el viaje era por tu cuenta. Para ir a Suecia nos apañamos con un coche, un cuatro latas que nos dejaron. Llevábamos mantas con las que dormíamos en el campo y un montón de latas, y así llegamos hasta Estocolmo… Y en sexto de carrera, Suecia no es que me pareciera otro mundo, es que era otro mundo. Yo hablaba francés, inglés, y tenía una idea de la medicina bastante razonable, y los suecos se quedaban muy asombrados porque tenían una imagen nuestra como ahora podamos tener de los que llegan de África… Para mí fue una revolución; me cambió totalmente los esquemas, y me aseguró de que el camino real para producir esa revolución era salir de España, porque el que salía veía el mundo de forma totalmente distinta al volver. Mi mujer, que también es médico, hacía lo mismo que yo desde Barcelona. Esos viajes me marcaron la vida, y a ella también.

¿Y qué le sedujo de la nefrología?

Hice nefrología porque en ese momento era una especialidad enormemente atractiva. Era lo más avanzado que había, una de las tres especialidades -intensivos, coronaria y nefrología- que entonces los americanos llamaban hard, en el límite entre la vida y la muerte. Siempre he tenido una mentalidad muy agresiva en mi profesión, y me metí con lo que me parecía más complicado, más desafiante en esos momentos. Y sobre todo porque era la única especialidad que ofrecía las dos posibilidades de tratar una insuficiencia de riñón: diálisis y trasplante.

¿Ya pensaba entonces en los trasplantes?

En la Fundación Jiménez Díaz, donde hice la residencia, ya se hacían trasplantes, y me pareció algo tan apasionante que me lancé por ese camino.

Usted funda la ONT en 1989 y hoy sigue siendo una organización puntera en todo el mundo. ¿Dónde está el secreto para que el modelo español sea la meta a imitar? ¿Por qué ha funcionado tan bien?

Por algo muy simple, porque yo sabía de qué iba el tema. En mi hospital, el Ramón y Cajal, lo mismo que en otros, los que pedíamos los órganos éramos los nefrólogos. Cuando veíamos que había una persona que podía tener muerte encefálica, los que movíamos todo el proceso y pedíamos permiso a los familiares éramos nosotros. Hay que tener en cuenta varias cosas. Un donante de órganos es una persona que muere en una unidad de cuidados intensivos, en situación de muerte encefálica, y, en consecuencia, que el proceso funcione o no depende muy especialmente de la actitud de los médicos que hay en esa unidad y de cómo plantean el tema a la familia. Y por haber pedido los órganos muchas veces había visto una serie de cosas fundamentales. Primera, que se donaban los órganos o no dependiendo de quién estuviera de guardia, porque las defunciones se pueden producir a cualquier hora del día o de la noche, y, por tanto, quien pedía los órganos era el médico de guardia. Y había una relación causa-efecto directísima entre quien pedía los órganos y quien donaba. Y segunda, a nosotros, como nefrólogos, nos gustaba mucho colocar el riñón, ver cómo la gente mejoraba; pero el hecho de pedir el órgano era algo que no nos gustaba nada.

Debe de ser un trago enorme.

Es un drama, probablemente sea el momento más complicado de la vida de un médico. El donante por definición es una persona sana; no es una persona con un cáncer, por ejemplo. Son personas que mueren por un accidente, por una hemorragia cerebral, y en lugar de transmitir a la familia el pésame tienes que explicarle lo que es la muerte cerebral -que no es un concepto fácil, porque el donante sigue conectado a un respirador y con respiración- y luego pedirle la donación. Es muy desagradable. Y vi que algunos compañeros que pedían bien los órganos, pasado algún tiempo dejaban de pedirlos bien…

Supongo que será muy difícil no acabar afectado con situaciones tan duras.

Acababas burnt out, quemado; eso que está ahora tan de moda, pero que entonces ni se sabía. Hay una tendencia a evadir el problema, algo totalmente inconsciente; pero era así, la gente al cabo de un tiempo se quemaba. Es muy duro tener que hablar con personas que han perdido a su padre, madre, hijo o marido, y son cosas que te vas tragando.

¿Las familias respondían con agresividad?

Algunas veces, y, claro, tú tenías que responder de un modo muy profesional. El problema era que no teníamos donantes suficientes, y mi concepción del tema era que no se trataba de que la población española fuera más generosa que nadie, sino que esto, o se explicaba bien, o no se explicaba bien. El punto fundamental era actuar sobre el agente que pedía los órganos, y además ese agente no podía ser cualquiera. Porque si en un hospital hay nueve personas que piden órganos y seis no los piden bien, estamos perdiendo una cantidad de donantes potenciales, luego hay que especializar a las personas para que el que mejor los pida sea quien lo haga. Había que encontrar a la gente más adecuada, entrenarla de forma adecuada, y cuando estuviera quemada cambiarla, y hacerlo en todos los hospitales de todas las autonomías. Y eso, que es un concepto muy elemental, dio resultado. Hemos formado a multitud de profesionales, que se renuevan a cada momento, en toda la cadena: detección del donante, diagnóstico de muerte encefálica y entrevista familiar.

Dice que no es cuestión de generosidad, pero cuando se habla de trasplantes se añade siempre esa coletilla de "la generosidad de los españoles". Por otra parte, me intriga si no tuvo que luchar con los tabúes religiosos de una sociedad en la que la muerte se ha vivido con grandes rituales.

Yo creo que la ONT ha servido para romper muchos tópicos en mil pedazos. Rompimos el tópico de la religiosidad de la población española. Lo primero que hicimos fue conseguir unas cifras de trasplantes que hasta entonces no existían en España, porque nadie había contado los donantes, no había estándares de comparación; se contaban los trasplantes, y mal contados… Así que empezamos por contar lo que había en cada comunidad, y en España había entonces 14 donantes por millón de habitantes; estábamos en la parte media-baja de Europa (la mayoría de los países estaba en 16 o 18 donantes por millón). Por ejemplo, en Andalucía estaban en cinco por millón, bajísimo. La gente decía que la concepción de la vida y muerte de los andaluces era muy distinta a la del resto de España, que no sabían donar, y eso es falso. En estos momentos, Andalucía tiene 34 o 35 donantes por millón, igual que el resto de España. Los suecos, que no tienen esa concepción de la vida y la muerte, tienen 12 por millón, y si analiza la predisposición a donar del resto de los países europeos no hay diferencias. Ni la generosidad de los alemanes, ni de los franceses, era entonces mayor que la de los españoles, ni ahora la de los españoles es mayor que la de los europeos… Las estadísticas de la predisposición a donar no son distintas a la nuestra, lo que pasa es que estamos mucho mejor organizados; el problema de los alemanes es que no se saben organizar.

Eso también rompe otro tópico: el de que los alemanes son los ciudadanos más organizados de Europa, y los españoles, todo lo contrario.

Así de claro. El quid de la cuestión en España es que nos hemos sabido organizar, y la gente, cuando le expones la donación de forma razonable, responde bien. La población es generosa, pero en España y en Francia. Italia, que nos ha seguido totalmente, tiene un ascenso imparable. En Toscana, la región donde he trabajado, están en 36 donantes por millón. La cuestión es entender que esto es un problema de organización.

¿Qué inclina a las familias a donar? ¿Les llegan por la razón o por el corazón?

Existe una serie de normas fundamentales. Los expertos dicen que es esencial escuchar a las familias. Hay que escuchar y hablar mucho tiempo, no se puede ser apresurado y transmitirles la angustia. Tampoco se puede hacer la petición de cualquier forma en un pasillo, hay que hacerlo de una forma reglada después de informar de la muerte encefálica. Es un problema de profesionalización. Éste no es un campo para aficionados; como todo en la vida hay que organizarse, el sistema tiene que funcionar como un reloj de principio a fin. El éxito de España es que nos hemos aprovechado de un muy buen sistema sanitario de cobertura universal. Eso es muy importante, porque es muy difícil pedir a la población que done si no le garantizas que va a poder recibir un trasplante sin ninguna discriminación por motivos raciales, religiosos o económicos. Aquí no excluimos a nadie. Y hemos hecho que ciertos hospitales se especialicen en la entrevista familiar, y han desarrollado unas técnicas que no sólo se aplican en España, sino también en Italia y en Latinoamérica, en todo el mundo. No responde lo mismo una familia de ámbito rural que otra urbana, hay familias que reaccionan con crisis de ansiedad y otras con depresión. Y también tiene que ver el nivel cultural. Una de las cosas que sabemos ahora es que hay que pedir los órganos a todo el mundo, porque hay una serie de personas que, en principio, no donan, y antes no se les pedían.

¿Por ejemplo?

Por ejemplo, las personas de etnia gitana es muy raro que donen, o la gente procedente de algunos países de África. Sobre todo es un problema de religión musulmana, aunque ha habido gentes de estas culturas que han donado. En estos momentos, el 5% de las donaciones en España es de inmigrantes o residentes extranjeros.

Pero esas personas que no donan sí aceptan un trasplante.

Sí, eso todos; incluso los testigos de Jehová, que no donan nunca. En general, no hay ninguna religión que se oponga de una forma frontal a la donación, es la interpretación que se hace de la religión, igual que pasaba con la religión católica en su día. Pero ahora a estas personas se les pide como a los demás.

Usted tiene fama de ser una persona pragmática y eficaz. ¿Racionalización es la palabra clave de la ONT?

Sí, profesionalidad y racionalización. Yo no creo en la improvisación. No voy a decir que tengo un carácter germánico, porque me parece que los germánicos tienen muy poca capacidad de solucionar problemas, tengo un carácter mediterráneo; pero esa idea de los germánicos del sur que se está transmitiendo ahora en Bruselas…

¿Se considera un 'germánico del sur'?

Sí, y mucho más listo que los del centro, ¡ja, ja!… Pero no yo; en general, los españoles los superamos con creces y tenemos que quitarnos cualquier complejo. Somos mucho más trabajadores que la mayoría de los europeos, a distancia sideral; ése es otro tópico que se cae. En materia de trasplantes, yo he presidido en el Consejo de Europa una comisión de más de veinte países y sé cómo respira cada cual. Ellos son incapaces de desarrollar un sistema organizativo como el nuestro; la diferencia es que, por razones históricas, son países que se han desarrollado 60 o 100 años antes que nosotros y nos llevan ese tiempo, pero la capacidad que tenemos los españoles o los italianos es muy superior a la del centro de Europa. Creo que lo de germánicos del sur es absolutamente cierto.

Racionalización, profesionalización… Contado así, todo parece bastante frío y un poco deshumanizado. ¿Le ha tocado vivir de cerca, en su familia, alguna experiencia de trasplante?

Sí, y lo viví de una forma muy dramática. Fue con mi madre en 1992, y fue muy dramático porque llegó sin avisar, una hepatopatía que desembocó en una insuficiencia hepática en muy poco tiempo. Mi madre tenía diabetes y 66 años cuando la diagnosticaron, y aunque hoy es una edad bastante habitual para un trasplante, en aquellos momentos no lo era tanto; era límite, y fue muy complicado. Yo llevaba tres años al frente de la ONT y tuve que tomar la decisión. Finalmente se trasplantó, y ocurrió lo que era de temer: que el hígado fue bien, pero ella, no, y tres meses después de una angustia terrible falleció.

Supongo que, a partir de ese momento, vería su trabajo de forma distinta.

Sí, te das cuenta de cómo se vive cuando estás en lista de espera para un trasplante, y mi madre estuvo dos meses. Se vive mal, francamente mal. También hay veces que te avisan y luego no funciona la donación, y te das cuenta de lo que es ir al hospital y vivirlo desde el otro lado, la angustia de toda la familia; es tremendo… Uno entiende mejor todo, porque todo es un drama: estar en lista de espera, que te hagan el trasplante, el posoperatorio, el rechazo… Fue una de las experiencias más duras de mi vida, una especie de desastre. Pero de todos los desastres aprendes, y yo aprendí bastante. Aprendí a ser un poco más humano, y es fundamental para gestionar algo así porque, si no, te pierdes, empiezas a pensar que son cifras…

¿No le dieron ganas de arrojar la toalla?

Es muy duro, pero es un trabajo que también da satisfacciones, porque hay mucha gente que se salva. Es una gran alegría cuando devuelves a la vida a una persona. Para mí, la mayor gratificación es poder decir, cuando un español tiene una insuficiencia renal o hepática, que es el ciudadano del mundo con mayores posibilidades de solucionar su dolencia. En estos momentos, en España se han hecho cerca de 60.000 trasplantes de órganos sólidos, y de tejidos y células, cerca de un cuarto de millón. Y la supervivencia es del 70% a los cinco años, una cifra francamente buena. Hay de 30.000 a 40.000 españoles viviendo con órganos trasplantados y muchos más con tejidos o médula ósea.

¿Y cuál es la media de tiempo en lista de espera?

Cada órgano es diferente, el más demandado es el riñón. En España tenemos una lista de espera estabilizada en unos 4.000 pacientes, con una cifra de trasplantes de 2.000, lo que significa que la media de espera está entre 18 y 20 meses. Una de las cifras más bajas del mundo, aunque a la gente que espera le parece una eternidad. Y lo mismo sucede con hígado y corazón: somos los que más trasplantamos, pero la lista de espera no hace más que subir porque la oferta genera demanda. Si algún día consiguiéramos fabricar órganos, los trasplantes se multiplicarían por diez.

Hablando de fabricar órganos a la carta, parece que el futuro de los trasplantes está en la medicina regenerativa, en las células madre.

El futuro es la medicina regenerativa, de eso no hay la menor duda; pero todavía falta mucho, está a más largo plazo de lo que la gente cree. El problema con las células madre embrionarias es que no sabemos todavía explicarles cómo se tienen que convertir en tejido A y no en tejido B. Y una vez que se empiezan a diferenciar no sabemos cómo pararlas. Las palabras clave en los trasplantes son dos: calidad y seguridad. Todas las directivas europeas están basadas en la seguridad del paciente, y hasta que este tema no esté solventado no se podrá hacer nada, hay que tenerlo muy claro. Cuando la gente habla de clonación terapéutica, de trasplantes a partir de células madre, ¿cómo vamos a hacer que esas células se conviertan en un corazón o en un hígado? Todo esto hay que cuidarlo como oro en paño, porque ya ha habido ejemplos de avances que se han estancado. Uno, el xenotrasplante [trasplantes de órganos de animales a humanos], que no ha avanzado por los retrovirus endoporcinos, el sida, la encefalopatía espongiforme bovina [enfermedad de las vacas locas] y ahora la gripe del pollo… Y otro avance perdido es la terapia génica. Hace diez años se pensaba que era la gran esperanza, y se ha quedado en nada por las personas que han muerto. Hay que ser pacientes y esperar.

Usted está a favor del trasplante de donante vivo, mantiene que es un derecho de los propios pacientes y una decisión a ejercer. ¿No es una vuelta atrás?

Los primeros trasplantes que se hicieron en 1954, precisamente de riñón, fueron de donación de hermanos. Y durante muchos años, en los sesenta y setenta, la mayoría de los trasplantes eran de donante vivo. En España, el trasplante de riñón de vivo quedó reducido a la mínima expresión por la gran abundancia de órganos de fallecidos. En estos momentos es del 2,8%, y la media europea es de un 13%, porque no tienen órganos. En Estados Unidos, que sí tienen órganos, se han lanzado por ese camino y su media es del 41%.

¿Y por qué hay que potenciar el trasplante de donante vivo?

Hay que potenciarlo por una sencilla razón: en España, los donantes son cada vez más viejos. En 1992, un 10% de ellos tenía más de 60 años, y ahora es el 38%. Por esto y porque cada vez, afortunadamente, hay menos accidentes de tráfico. La tendencia es poner un órgano de persona mayor a paciente mayor, y en diálisis se están quedando una serie de pacientes jóvenes porque no es posible obtener un riñón rápido para algunos. Es el caso de los diabéticos, la epidemia del siglo XXI que va en aumento. Los que necesitan trasplantes, en general, son los diabéticos tipo-1 muy avanzados después de hacer diálisis, y un porcentaje importante podría beneficiarse de un trasplante combinado de riñón y páncreas; por eso hay necesidad de donantes vivos. Queremos llegar a un 10% de trasplantes de riñón con donante vivo, que significaría unos 250 al año. El motivo de que no se hagan más es que no se han necesitado, no se ha hecho hincapié en el tema. Ahora informamos a pacientes y médicos con el fin de que los pacientes ejerciten ese derecho, y se están abriendo programas de donación en vivo.

¿No se presta a la venta de órganos, como ocurre en Estados Unidos?

No quiero llegar a la situación norteamericana, lo que pretendo es que se donen órganos de familiares. El término ingles unrelated [sin parentesco, sin relación] esconde de todo, y en Estados Unidos la mayoría son donantes unrelated. En teoría, no hay nada detrás, pero no se puede demostrar. Y tienen una página en Internet donde la gente, tanto la que quiere donar como la que quiere recibir, se inscribe… Dicen que es altruista, pero no se puede creer. Yo no tendría ninguna duda en donar un riñón a alguien de mi familia, pero de ninguna manera entiendo que se pueda donar un riñón a alguien con el que no tienes relación alguna. Tenemos un sistema tan bueno de donantes fallecidos que el miedo a que se produzca un problema y pueda repercutir en él siempre me ha mantenido muy cauteloso. Pero entiendo que hay un segmento de enfermos renales jóvenes que se pueden beneficiar, y repugna un poco poner un riñón de un enfermo de 70 años a un chaval de 20.

Rebobinemos unos años y volvamos al momento en que la entonces ministra de Sanidad, Celia Villalobos, le destituyó como director de la ONT, lo que forzó su salida de la presidencia de la Comisión de Trasplantes del Consejo de Europa. Creo que lo vivió muy mal.

Lo viví muy mal no por la persona que lo hizo, que no merece el menor comentario, sino porque fue una actitud bárbara y un palo profesional importante; porque no es que fuera el cese en el Consejo de Europa, es que prácticamente fue la exclusión social absoluta. Ante una cosa así caben dos salidas: callarte o no callarte, y yo opté por lo segundo porque me parecía un problema de dignidad, de poderme mirar al espejo. Y eso trajo como consecuencia directa la exclusión social.

Vamos, que tuvo que irse a trabajar a Italia…

Sí, es que prácticamente aquí se me cerraron todas las puertas. Fue muy duro tener que marcharme de España; a los 52 años tuve que aprender un idioma, el italiano. Me ficharon como asesor de trasplantes de la región de Toscana, y cuando vieron que la cosa funcionaba, el Consejo de Sanidad de Toscana me ofreció dirigir la red oncológica, así que simultaneé las dos cosas. Y también dirigía programas de coordinadores de trasplantes para toda Italia.

Entonces dijo que eso había pasado porque en el ministerio le consideraban un rojo peligroso, pero ha trabajado con el PSOE, con el PP y otra vez con el PSOE… ¿Se pueden hacer trabajos como el suyo sin una ideología detrás?

A la gente le es muy difícil pensar que cualquiera que trabaja dirigiendo una organización técnica es simplemente un técnico. A mí me gusta organizar cosas, y como soy médico me gusta organizar cosas sanitarias. Es evidente que tengo mi ideología y me considero más de izquierdas que de derechas, lo he sido toda la vida; pero eso no implica para nada a mi trabajo. Yo soy fundamentalmente independiente, y ni me he afiliado, ni me afiliaré jamás a un partido político; pero entiendo que a la gente le cueste admitirlo y siempre quiera poner etiquetas. Para mí, la cuestión es que las cosas funcionen, y si estás con la Administración de un país, tienes que ser totalmente honesto contigo mismo y con la Administración.

Pero la ideología condiciona la práctica. Por ejemplo, en su caso está muy cercana la reciente batalla política con las células madre embrionarias en el último Gobierno de Aznar.

Cuando yo llegué a trabajar con el Partido Popular, en 2004, fue con una ley, la de Ana Pastor, que permitía trabajar con embriones. No era la mejor de las leyes, pero permitía la investigación con células madre, y todavía no era el momento de la clonación terapéutica, de la que estoy a favor. Yo creo que era una situación posibilista. Me preguntaron si quería venir a desarrollar un proyecto con células madre embrionarias y además encargarme de los trasplantes. Y no podía decir que no.

¿Cuál es ahora su mayor reto?

Consolidar lo conseguido y mejorar la calidad. Los dos programas más ambiciosos que tenemos son con la Organización Mundial de la Salud [OMS]. España va a ser observatorio de la OMS, y la ONT lidera un programa de estrategia global para fomentar la donación de órganos en todo el mundo. Se ha acordado la creación del Consejo Iberoamericano de Donación y Trasplantes, nosotros somos la secretaría y probablemente tendremos que llevarlo adelante. Mi mayor reto es trasladar lo que hemos hecho a toda Latinoamérica, y creo que en muy pocos años vamos a ver un despegue de estas terapéuticas. El sistema español no se discute en el mundo; es el único punto de referencia, porque el resto de los países no mejora.

Los Gobiernos españoles, del signo que sean, suelen repetir que tenemos una red de trasplantes modélica. ¿Está en consonancia su dotación y valoración?

¡Uf!, si la gente supiera el personal que hay en la ONT se quedaría con los ojos a cuadros… Nunca se ha movido tanto en la sanidad con tan poca gente, pero atender los retos es complicado. No podemos liderar el mundo, en este aspecto, en las condiciones actuales. Pero la ONT no crea problemas, y cualquier cosa que no crea problemas está amortizada. Ésa es la realidad pura y dura.

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