Arturo Pérez-Reverte lanza al soldado Cervantes por tierras mexicanas
El autor de 'La Reina del Sur' propone una lectura diferente del 'Quijote'
La magistral presencia de Don Quijote y de Sancho en las páginas de la novela de Cervantes, sus aventuras y diálogos, sus consideraciones, sus discrepancias y conflictos, sus numerosos disparates, han conseguido que la figura del autor pase radicalmente a un segundo plano, se difumine, desaparezca. En Guadalajara, Arturo Pérez-Reverte quiso recuperar el protagonismo de Miguel de Cervantes, lo fue persiguiendo por las páginas de su libro, reconstruyó diferentes episodios de su vida, proyectó su dolor por España y también su pasión por ese país que tantas veces abandonó a los suyos, y que resbalaba entonces por el precipicio de la decadencia. El soldado de Lepanto (valor, milicia e historia en el Quijote), título de la conferencia magistral de Pérez-Reverte, que inauguró un ciclo de sesiones en torno a la obra de Cervantes que ha coordinado Macu de la Cruz, se aproximó así de manera diferente al gran clásico. Rompiendo esquemas: más que hablar de letras, lo que hizo fue hablar de armas.
En el momento en que escribe Cervantes España es ya una imagen desvaída de lo que había sido
El Quijote es un libro de final de trayecto. Una reflexión en la que Cervantes vuelve sobre su vida y sobre esa patria "injusta y miserable", "vieja, noble y desdichada", y lo hace desde el dolor lúcido y el desengaño. Y detrás de esas figuras que circulan por su obra cumbre se adivinan las cuitas del soldado que peleó en Lepanto y que fue cautivo en Argel. Pérez-Reverte llamó la atención sobre el carácter grotesco de esa figura, la del caballero andante, que en el siglo XVII sale a luchar por la justicia y a deshacer entuertos armado con pertrechos de finales del siglo XV.
Cervantes no se burlaba del valor caballeresco. Respetaba la valentía, el arrojo y las agallas de tantos soldados que, como él, habían combatido en algunas de las jornadas más célebres de la historia de España. Su hermano Rodrigo había muerto peleando en Flandes. Él había sido herido en Lepanto. Cuando su héroe sale a buscar aventuras, el mundo está cambiando. Y Pérez-Reverte recordó la amarga queja de Don Quijote contra la artillería en su discurso sobre las armas y las letras: "Estoy por decir que en el alma me pesa de haber tomado este ejercicio de caballero andante en edad tan detestable como es esta en que ahora vivimos; porque, aunque a mí ningún peligro me pone miedo, todavía me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada, por todo lo descubierto de la tierra".
"Edad tan detestable": lo que ocurre en el momento en que escribe Cervantes es que España es ya una imagen desvaída de lo que había sido; de ahí la carga melancólica y nostálgica de muchas páginas. El que fuera soldado tampoco está en el mejor de sus momentos. Trabajaba como recaudador, un oficio radicalmente alejado de la furia y el vértigo de los combates. En este sentido, Pérez-Reverte fue en su conferencia preciso y didáctico. Habló del comportamiento de Cervantes en Lepanto, de las fiebres que lo atenazaban y de su gesto de pedir un lugar arriesgado en la pelea, contó de su complicada misión, habló de la anchura del espolón, ese delgado pasadizo a través del que se abordaba al enemigo y donde caían, uno detrás de otro, como moscas. El 7 de octubre de 1571, en "la más alta ocasión que vieron los siglos", el soldado Cervantes recibió tres arcabuzazos, dos en el pecho y otro que le dejó inútil la mano izquierda. Llovía y soplaban fuertes vientos la noche después de la batalla cuando los cirujanos peleaban en un barco con los torpes instrumentos de la época por salvar la vida del héroe herido. Cervantes tenía 24 años.
Pérez-Reverte contó también de ese tal Saavedra al que se refiere el cautivo de Argel en una de esas narraciones independientes que incluye el Quijote. Cervantes fue valiente entonces y se ganó el respeto de los otros prisioneros y de quienes lo habían atrapado. Pero quedó el sabor amargo de la derrota, y no le fueron demasiado bien las cosas después, como a Lope -que también fue soldado pero que alcanzó fama literaria-, y por eso las cosas que vivió en campaña se le fueron deslizando, a fragmentos y de manera velada, en su gran obra. Y por eso es también el Quijote la obra de un valeroso soldado.
Babelia
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