Tomás Segovia reivindica el desarraigo
El escritor mexicano recibe el Premio Juan Rulfo en la inauguración de la feria
Los arraigados de este mundo tienen que tener cada vez más en cuenta la voz de los desarraigados. Con ese hilo conductor, Tomás Segovia fue desgranando las que considera notas fundamentales de su obra y de su trayectoria vital al agradecer el Premio Juan Rulfo, que recibió ayer de manos de Sari Bermúdez, presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y representante del Gobierno mexicano, en la inauguración de la Feria del Libro de Guadalajara. Dijo haber estado marcado por la orfandad y el exilio, y haber vivido tantos desarraigos que era lógico que también fuera un desarraigado del pensamiento central que marca los derroteros de la sociedad que habitamos.
Un hombre que reconoce ser "un escritor marginal, pero no marginado"
"Creo en el uso del arte y la literatura", subrayó Tomás Segovia
Tomás Segovia, ya casi al final de su intervención, hizo una referencia de pasada a los desórdenes de las barriadas de París y de otras ciudades europeas para subrayar que no tiene sentido vivir al margen de los márgenes, que el centro ha de ser consciente de lo que ocurre en las afueras, pues sólo desde allí es a veces posible darse cuenta de que el rey está desnudo, de que el poder no lo es todo, de que las líneas maestras que marcan los derroteros de la política y la economía no siempre resuelven los problemas de las mayorías silenciosas. "Lejos de ser apaleado por los gendarmes, he resultado ser un desarraigado premiado", comentó con ironía.
"No pertenezco al centro de la modernidad porque no comparto sus creencias más recalcitrantes", comentó en otro momento. Se pronunció con dureza contra los entendidos del mundo del arte y la cultura, que elaboran un discurso artificial para dar lustre y consistencia a las obras que defienden (y saben vender muy bien), y que hacen mofa de cuantos, con ingenuidad, se preguntan por lo que una obra quiere decir. "Creo en el uso del arte y la literatura", subrayó, para defender que la literatura sirve para iluminar y confrontar el mundo real. Dijo que siempre quiso hacer una poesía que se pudiera interpretar (poner en contexto) y que no fuera impenetrable, que pudiera explicarse como se explican cuestiones tan delicadas como el sentido de la vida.
El encargado de hacer el elogio de Tomás Segovia fue el filólogo Antonio Alatorre, que habló de la profunda amistad que le liga al poeta y ensayista y narrador y traductor, y explicó las razones del deslumbramiento que le produjo su obra desde que le conoció. Fue entonces cuando se dibujó con mayor transparencia la profunda humanidad del galardonado, sus pasiones, su sentido del humor y, sobre todo, su entusiasmo. Alatorre se detuvo en sus piezas de más largo aliento, como Anagnórisis, pero también en lo que llamó "su bisutería": las pequeñas bromas, los poemas a amigos, los juegos. De un extremo a otro, levantó así acta de la trayectoria atípica de un hombre que, con nueve años, salió con su familia de su tierra natal, Valencia, empujado por el horror de la Guerra Civil y que, con el tiempo, terminó instalándose en México. Su participación en diferentes revistas de prestigio, su tarea docente, sus iniciativas culturales y, sobre todo, su escritura: de todo ello dio cuenta Alatorre. Tuvo también palabras para sus furibundas críticas al mercado editorial y habló de su pasión por construir de una manera artesanal muchos de sus libros. De un total de unos cincuenta títulos publicados, dijo.
Antes de que Tomás Segovia adquiriera todo el protagonismo, y como suele ser habitual, diferentes autoridades mexicanas (el representante de la Universidad de Guadalajara, el del Estado de Jalisco, el presidente de la feria) establecieron las coordenadas de esta edición. La posibilidad de enriquecerse en las diferencias, la necesidad de crear nuevos y mejores lectores o el fortalecimiento de la identidad cultural fueron algunas de las cuestiones señaladas.
También intervino Eliane Karp, la primera dama de Perú, esposa del presidente Alejandro Toledo. Habló de la inmensa riqueza cultural y del pasado milenario de su país, y señaló que ahí estaban presentes todas las complejidades y todas las ambigüedades. Recordó la literatura mestiza de José María Arguedas y se refirió a los tremendos desafíos todavía pendientes. En la tarea de afianzar la democracia, en Perú la lucha continúa.
Pero el color rojo y la silueta de una pieza prehispánica, que subrayan en los carteles que llenan la ciudad la presencia de Perú en Guadalajara, tuvieron que pasar ayer a segundo plano para darle el protagonismo a Tomás Segovia, que se inició en cuanto se leyeron las razones del jurado del Premio Juan Rulfo. Y así resonó con fuerza la posición de un hombre que reconoce ser "un escritor marginal, pero no marginado", que acepta que sus libros nunca se hayan vendido demasiado y que, sin embargo, reclama para el arte y la literatura la obligación de dar sentido a todo aquello que sigue, desde siempre, preocupándonos. Lo dijo Alatorre, citándole, que su gran reto ha sido "buscar exclusivamente y sin el menor desmayo la alegría y la luz".
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