Columna torcida
Al menos algunos deberían saber que, en asuntos éticos y políticos, el derecho civil a la libre expresión de las ideas se acompaña del deber moral de apuntalar esas ideas con argumentos. Aunque sólo fuera porque aquí los pareceres infundados o falsos traen a menudo consecuencias letales para todos. Viene a cuento de ciertas columnas de Pedro Ugarte, a mi entender tan buen escritor cuando se ciñe a lo que sabe como pésimo cuando se adentra en lo que no sabe. Me temo que esto último es lo que le ocurre en su Firmeza democrática (8 de octubre).
La amplia reacción contra el proyecto de Estatuto para Cataluña le anima a dejar sentados unos cuantos prejuicios como si fueran evidencias. De un nacionalista vasco cabía esperar que tomara sus deseos por realidades. Lo inadmisible en quien se crea demócrata es proclamar que eso esté "dejando al descubierto sus predemocráticos principios" (los de nuestro Estado). ¿O no son los nacionalismos los que roen a diario la legitimación de ese Estado, movidos por principios tan predemocráticos como la primacía de los pueblos o de los derechos históricos sobre los ciudadanos? Aquella barbaridad sólo puede decirse desde las notables confusiones que enturbian su comprensión de la naturaleza de la democracia.
Pues ni es verdad que la violencia invalide de raíz todo proyecto político, ni que los medios pacíficos los santifiquen sin más. No es verdad tampoco que estos proyectos se midan sobre todo por su respaldo ciudadano: eso nos certifica quizá su legalidad y legitimación, no su legitimidad o justificación moral. Tampoco es cierto que "la voluntad mayoritaria" sea la "máxima expresión democrática", porque no siempre lo mayoritario equivale a lo democrático. Una decisión mayoritaria que cercenara derechos de una minoría, incluso de un único ciudadano, sería sin lugar a dudas antidemocrática. En fin, que la democracia es mucho más que una mera técnica de toma de decisiones públicas. Y aun cuando el plan Ibarretxe hubiera obtenido el aplauso unánime del Parlamento vasco, sus premisas etnicistas lo volvían rechazable por pre- y antidemocrático. Así que sólo la "voluntad de una abrumadora mayoría" no convertirá al Estatuto catalán en "irreprochablemente democrático". Regímenes autoritarios como el franquista, totalitarios como el nazi y el soviético, o populistas de vario pelaje contaron en su inicio o después con abrumadoras mayorías que los secundaron.
Sería bueno, pues, que Pedro Ugarte practicara la firmeza democrática como ese esfuerzo en aclarar sus ideas políticas antes de escribir sobre ellas. Es una responsabilidad de la que ni él ni yo podemos escaparnos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.