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LA REFORMA DEL ESTATUTO CATALÁN
Columna
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Liderazgos

Enrique Gil Calvo

Quizá por primera vez en lo que llevamos de legislatura, se va a poner a prueba con toda gravedad la capacidad de liderazgo del presidente Rodríguez Zapatero. Hasta ahora se ha venido enfrentando a los problemas que le surgían con lo que sus asesores de imagen bautizaron como "talante", que era una forma socializada de liberalismo escénico: laissez faire, laissez passer. Frente al antipático autoritaris-mo unilateral de Aznar, Zapatero trataba de contemporizar con tirios y troyanos, dejando que dialogasen unos con otros para ver si llegaban por sí solos a posibles acuerdos buenos para todos. Y mientras tanto Zapatero dejaba hacer poniendo su mejor sonrisa de gato de Cheshire, quizá para remedar la flema británica de un juez de paz o de un árbitro imparcial, encargado de velar por la transparencia del fair play.

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Bien, esto se ha acabado, pues ahora con el talante ya no basta. Muy oportunamente, su asesor de imagen Miguel Barroso se ha despedido del cargo que ocupaba en La Moncloa, y ya veremos si su sucesor sabe diseñarle un nuevo talante mediático más acorde con los tiempos de crisis que se avecinan. Porque esto no ha hecho más que empezar. El doble muro de Ceuta y Melilla cada vez se va a parecer más al que separa Israel de Cisjordania. Y para capear un conflicto recurrente como éste, que no tiene solución, habrá que negociar duramente con Marruecos, lo que no parece casar con el carácter de Zapatero, aparentemente opuesto al de Ariel Sharon. Pero lo peor no es esto, pues el mismo día en que se conocían las cinco víctimas mortales en la valla de Ceuta, en el Parlamento de Cataluña se lograba in extremis un acuerdo entre Carod, Maragall y Mas que, de salir adelante en las Cortes generales, supondría la quiebra del federalismo autonómico amparado por la vigente Constitución, para huir hacia delante por una inédita senda confederal que nadie sabe adónde nos conducirá.

¿Sabrá demostrar Zapatero el liderazgo necesario para pilotar con éxito la toma en consideración por las Cortes de Madrid del proyectado Estatuto catalán? Ahora ya no basta con el talante contemporizador, pues esta vez tendrá que mojarse y decidir, para pasar después a imponer su decisión con todo el poder de convicción de que nuestro presidente sea capaz. Y es mucho lo que se juega, pues Zapatero había apostado todo su capital político al éxito de la reforma estatutaria de Cataluña, que parecía destinada a erigirse en la gran baza electoral justificadora de toda la legislatura. Pero fiel a su talante de laissez faire, Zapatero no hizo nada por forzar la reforma del Estatuto en un sentido u otro, dejando que los líderes catalanes la negociasen a su albedrío. Pues bien, contra lo esperado, el liderazgo de Maragall le ha fallado a Zapatero, dejándole ahora en la estacada. El triunfante Mas le ha hecho una pinza con Carod al claudicante president para imponerle un nuevo Estatuto dudosamente constitucional, en la medida en que cuela de rondón un concierto foral similar al vasconavarro.

Pero la verdad es que se veía venir. Antes o después, del Parlamento catalán tenía que salir un Estatuto confederal así. Pues la clave de todo reside en la errónea Constitución de 1978, que concede a vascos y navarros el privilegio foral mientras a las demás comunidades autónomas las relega al federalista "café para todos". Y claro, los catalanes no quieren resignarse a ser menos que navarros y vascos. De ahí que legítimamente (aunque inconstitucionalmente) reivindiquen salir del pelotón federal para situarse en la vanguardia del privilegio confederal. Y esta reivindicación, por justa que parezca, no tiene aval constitucional. Así que una de dos: o se extiende el régimen de concierto foral a todas las comunidades autónomas, para que pase a ser el nuevo "café para todos", o se extingue el privilegio confederal del que hoy disfrutan exclusivamente navarros y vascos. Pero claro está, cualquiera de ambas soluciones exige reformar la Constitución, lo que no puede hacerse sin el beneplácito del Partido Popular. Algo que ni con talento ni con talante podría Zapatero esperar jamás.

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