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Columna
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Rebelión en las urnas

Andrés Ortega

Los ciudadanos andan desorientados. En muchos aspectos, las razones del no francés (y holandés) en el referéndum sobre la Constitución europea tienen mucho en común con el ánimo del electorado en las recientes elecciones en Alemania, y en otras partes. En el fondo, se revela y se rebela un voto conservador (no a los mal llamados conservadores, que parecen los que menos cosas quieren conservar), temeroso al cambio y a los efectos de la globalización, para defender a toda costa intereses creados y un Estado de bienestar que está abocado a cambiar, a transformarse para responder a las necesidades de una nueva sociedad. Es un no al neoliberalismo, no al liberalismo. Y es mucho más. Es un grito para que la política les ofrezca otra salida en un mundo que ven dominado por las fuerzas económicas. Y se plantea la dificultad de cómo imponer en democracia algunas reformas ineludibles si el electorado las rechaza.

En España no estamos ¿aún? ahí. Para empezar, porque nuestro Estado de bienestar ha progresado mucho desde 1976, pero ha quedado lejos de los niveles del francés o del alemán. Cuando estábamos subiendo, ellos empezaron a bajar. Hay distancia a simple vista: ellos suprimen las gafas pagadas por la Seguridad Social; nosotros nunca las tuvimos. No obstante, algunos sociólogos apuntan a un cierto paralelismo entre lo ocurrido en Alemania con el SPD (y una victoria en votos del conjunto de la izquierda) y lo que pasó en España en 1993 y 1996.

Muchos votantes, entre la cuarta parte y un tercio, del PSOE o del SPD se alejaron de su partido y Gobierno durante la legislatura, ya fuera del PSOE o ahora de Schröder, pero ante las elecciones volvieron a él, temerosos de lo que podía aportar una derecha cuyo discurso se veía agresivo para estos sectores sociales. Por eso, durante la legislatura los partidos socialistas aparecían casi hundidos, y la derecha, abocada una victoria casi segura.

Lo que está ocurriendo de un modo general en Europa, y en particular en el capitalismo renano, es una resistencia de las clases medias y bajas ante la gran transformación económica y social que estamos viviendo. Los ciudadanos temen perder prestaciones y servicios públicos y ven una presión a la baja en salarios provocada por la competencia global y por una inmigración que compite por las viviendas y los servicios sociales. Sin embargo, estos mismos que temen el desmantelamiento del sistema de bienestar no se percatan de que, en buena parte (hospitales, cuidado de ancianos y niños, etcétera), se mantiene gracias a esta inmigración. Domina el espectro del fontanero polaco en Francia o el uso por el Lafontaine, y su Partido de la Izquierda con los poscomunistas, del término Fremdarbeiter, cargado de xenofobia, frente al antiguo Gastarbeiter (trabajador invitado), robando así votos de una extrema derecha que, con ayuda de éstos y del bávaro Edmund Stoiber o de la posición antiturca de Merkel, prácticamente ha desaparecido en estas elecciones alemanas. Sin embargo, sus temas siguen ahí, bajo el radar de los medios de comunicación y del discurso de los políticos. Lo que plantea otra cuestión: ¿Por qué este discurso no sale en España? Hay algo latente, presente en las encuestas, que no ha salido aquí.

La resultante de todo son ciudadanos airados dando vaivenes sin un proyecto claro, porque nadie lo expone (ni realmente lo tiene). Los políticos pierden puntos en el mundo en favor de que gobiernen los intelectuales, los líderes religiosos, los militares, los managers, y los periodistas, según la última encuesta global de Gallup Internacional sobre la Voz del Pueblo. No es la democracia, donde existe, la que está en peligro, pese a que la gente perciba que no está gobernada de acuerdo con la voluntad popular. En el mundo, y también en Europa occidental, según esta encuesta, crece en general la insatisfacción con los Gobiernos, la desilusión y el descontento, mientras pierden apoyos los partidos tradicionales, como muestra la evolución de los dos grandes en Alemania. En las urnas está gestándose una rebelión. Aunque ya lo advirtió Thomas Jefferson: "Dios nos libre de pasar 20 años sin una rebelión". aortega@elpais.es

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