Andrés Sardá eleva su desfile a la cota de lección magistral
Amaya Arzuaga y Locking Shocking se erigen en verdadera vanguardia
Lo de Andrés Sardá ha roto esquemas. Se espera siempre de él un gran desfile profesional, pero el de esta vez, inspirado en el París de los años cincuenta, consiguió una perfección a la que pocas veces se acercan los diseñadores de hoy. La tercera jornada de la Pasarela Cibeles trajo también a un débil Lemoniez; a unos ultramodernos a ultranza: Amaya Arzuaga y Locking Shocking, y a una Kina Fernández trabajándose lo étnico latinoamericano.
La tercera jornada de Cibeles la abrió el triste desfile de Lemoniez, con el peor aforo de esta temporada y un ambiente francamente desolador. Las prendas llevaban una especie de media casulla espaldera o capita sin justificación alguna, un raro añadido que se aliaba a la errática selección del calzado otoñal y los tejidos, nada propios para los rigores estivales. Al final, sus trajes negros, que se acercaban a una imitación u homenaje a su ex socio Miguel Palacio, le salvaron un poco la gestión.
Todo cultura de la moda y buen gusto, eso ha sido el desfile de altísimo nivel de Andrés Sardá. Muchos tienen que aprender de él; su desfile debe pasarse en las escuelas de diseño. Desde la primera salida se respiró un glamouroso empaque de alta moda; el blanco y el negro fueron los protagonistas, aunque hubo algo de color. Calzado, accesorios, peluquería, sombreros, gafas: un sentido integral del trabajo y el estilo sobre la inspiración de un París de leyenda: Montmartre, Christian Dior, mujeres en Antibes... el topo blanco y negro, los minipantalones, las prendas de baño jerarquizadas en el gusto y el detalle, las siluetas agudas de la década cincuenta-sesenta, todo ello estaba reunido bajo una estética que arrancaba suspiros y aplausos. No eran sólo prendas playeras, era una manera de entender este oficio y su momento de gloria.
Amaya Arzuaga hizo una colección arriesgada donde imperó el blanco níveo, el negro, el gris junto al maquillaje y la plata vieja. También hubo golpeantes detalles en oro y un uso a veces rabioso del hilo de rafia. Para llegar a la esencia de las prendas hay varias capas de tránsitos, accidentes, tratamientos y órdenes (o desórdenes) que arman su estilo, porque lo tiene y es por ello que hay algo de desconcierto en cuanto a la asunción de su modernidad sin concesiones. A Arzuaga, que parte de una desestructuración básica del dibujo y el patrón, no le interesa, ni en su estética ni en su producto, la complacencia. Ahora usa de la silueta ánfora, pero es otro pretexto para reordenar el volumen sobre sus convexidades. La transparencia se establece como un juego de superposición y desvelamiento parcial que el contraste material redefine y termina la prenda.
Encanto
Kina Fernández ha dado un giro importante de muchos grados a sus contenidos y calidades; para ello, ha hecho un viaje virtual a México, del azul del Pacífico al agua del Caribe, aunque el dominio de su colección lo establecen múltiples juegos entre el blanco y el negro. Frida Kahlo, las fotografías de Tina Modotti, un ambiente que recuerda también a las heroínas de Rulfo y de Arreola: encajes algodoneros, entredós, puntas perforadas, piqué, bordados simples de sobrehilo, cuentas a la antigua (corales y azabaches), aire colonial en los ruedos y escotes, mantoncillos muy historiados y un accesorio lleno de encanto: el gran capazo recamado en naïf.
Locking Shocking, dúo talentoso compuesto por Ana González y Óscar Benito, cerró la jornada con un desfile potente y duro de hombre y mujer. Exit habla metafóricamente del éxito y el fracaso, lo conseguido y lo perdido. Es una llamada, una voz de alerta ante la fragilidad para sostener el trabajo logrado y hasta la vida, una búsqueda del equilibrio en medio de un caos que arrasa. El éxito no está en el caos y las prendas viven solas: falda masculina muy compleja; el oro urbano degradado (¿ilusiones rotas?); chubasqueros de plástico (¿de un solo uso?); la camisa renacentista de Romeo (¿la muerte por amor?); la asimetría constante; el riesgo.
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