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Columna
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Perplejidad

Nadie duda de que los problemas que se derivan de la escasez del agua y su solución, junto con las infraestructuras portuarias o la paz social en la gestación de los planes urbanísticos son aspectos de notable trascendencia que nos quitan el sueño. A unos más y a otros menos. En los últimos meses de 2005, los empresarios valencianos han pasado por diferentes pruebas. Algunas de ellas costosas y complicadas. Se han vivido concilios en Alicante y Peñíscola, ejercicios espirituales, actos de contrición y cónclaves con resultado de elección. Hay conclusiones, estudios, propósitos de enmienda y una sosegada preocupación por una actividad económica que no acaba de coger el ritmo y la intensidad necesarios.

Y es que los empresarios valencianos carecen de proyecto colectivo y siguen actuando a salto de mata. Con mucho acierto porque otros en las mismas circunstancias estarían para el arrastre. Falta lo que las instancias confesionales se llama plan de vida, que no es ni más ni menos, que el necesario conocimiento de hacia dónde vamos porque sabemos de dónde venimos. Expresado así resulta muy sencillo, pero el mundo empresarial valenciano tiene muy remota idea de quién fue Joaquín Reig, Navarro Reverter o Ignacio Villalonga. No sé si alcanzaríamos a obtener un análisis válido sobre la figura de Vicente Iborra Martínez o de qué manera contribuyó su padre a crear el Ministerio de Comercio en el Gobierno de España. Tampoco parece que hay una conciencia nítida de cómo se fulminó un intento importante que se llamó la Corporación Financiera Valenciana, en la que se trató de integrar, sin éxito, el Banco de Valencia, la Caja de Ahorros de Valencia, el Banco de la Exportación y el Banco de Promoción de Negocios. No interesaba, como no ha interesado tampoco después, la fusión entre las cajas de ahorros de la Comunidad Valenciana. Sin embargo, los vascos lo han conseguido recientemente y no se sabe por qué extraña coincidencia el anhelado encuentro de las cajas se celebró con la presencia del presidente del gobierno vasco, José Luis Ibarretxe. Para pesar en el mundo en el que vivimos hay que tener dimensión, calado y visión de futuro. Nadie mejor que los empresarios sabe que los resultados están por encima de las memeces. Hemos de ser competitivos. Necesitamos un sistema productivo diversificado. Si sólo tenemos ladrillos y no disponemos de una industria sólida, nuestro porvenir es incierto y no pesaremos ni en España ni en Europa. Un país de camareros puede ser muy servicial e incluso floreciente a corto plazo. No podemos dejar que la agricultura fracase sin que nadie, incluida la consejería del ramo, reaccione para sacarla a flote. Nadie quiere pensar que ha desaparecido la Consejería de Industria porque no se cree en ella. Es evidente que la formación de los empresarios es vital, como lo es su amplitud de miras. Hemos de hacer un esfuerzo sobrenatural para recuperar la innovación y la aplicación de nuevas tecnologías. Es cierto que la exportación pasa por sus peores momentos desde hace cien años. Porque en vez de ir hacia arriba vamos hacia abajo. Hace falta inversión productiva y no mausoleos ostentosos. Entre todos se puede hacer, pero faltan líderes más eficaces y menos folclóricos.

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