El fin de una era
El estallido del 'Columbia' en 2003 ancló a tierra la flota de transbordadores e interrumpió la construcción de la Estación Espacial Internacional. Ahora, con el nuevo vuelo del 'Discovery', se cierra el paréntesis. Pero por poco tiempo. La era de los transbordadores espaciales termina. ¿Qué vendrá después?
Si hay trabajos especialmente sensibles a los cambios políticos, el de astronauta es uno de ellos. Lo sabe bien el cosmonauta ruso Serguéi Krikalev, que es en este momento uno de los dos inquilinos de la Estación Espacial Internacional (ISS). Este agosto, cuando supere el actual récord de 747 días, Krikalev se convertirá en la persona que más tiempo ha pasado en el espacio. Y son los cambios políticos los que han contribuido a ello. En mayo de 1991, Krikalev partió hacia la ya extinta estación espacial soviética Mir para una estancia de pocos meses, pero el desmembramiento de la Unión Soviética y la consiguiente tormenta socioeconómica retrasaron su regreso a tierra hasta casi un año después. Krikalev pasó meses totalmente solo ahí arriba, dando vueltas alrededor del planeta a cientos de kilómetros de altura.
Ahora, catorce años después, en una estación espacial a medio construir, la situación es infinitamente menos dramática, pero guarda algunas similitudes. De nuevo el cosmonauta ruso observa desde lo alto cómo cambia la política que afecta al lugar donde vive temporalmente. De nuevo hay en la ISS menos tripulantes de lo habitual. De nuevo Krikalev y su colega estadounidense John Phillips tienen que apañárselas con pocos repuestos, porque los vuelos desde la Tierra a la estación se han reducido. Y se nota. Krikalev y Phillips han empezado a quemar una especie de velas especiales para poder respirar, porque el generador de oxígeno de la estación está estropeado. No son los primeros en recurrir a medidas extraordinarias en la ISS. En diciembre, la tripulación de entonces tuvo que ponerse a dieta hasta la llegada con repuestos de una nave rusa Progress, justo a tiempo para Navidad.
Y es que la Estación Espacial Internacional lleva más de dos años estancada en modo mantenimiento.
Cuando, el 1 de febrero de 2003, el transbordador Columbia estalló en el cielo con sus siete tripulantes a bordo, la NASA decidió anclar a tierra la flota de transbordadores -Endeavour, Atlantis y Discovery-. Con ellos se paró también la construcción de la estación; ninguna de las otras naves que llegan hasta ella, las rusas Progress y Soyuz, tiene capacidad para transportar los módulos que faltan para terminarla. El resultado es la situación actual. En lugar de tres tripulantes de larga duración -las llamadas expediciones, que se quedan seis meses-, la estación tiene ahora sólo dos. Y de ahí derivan otros cambios, como que en la estación no se haga investigación científica, algo considerado hasta ahora objetivo prioritario. Con sólo dos astronautas ya no hay tiempo para experimentos en microgravedad; todo el esfuerzo se va en mantener la casa en orden.
Así que desde hace dos años la rutina es simple: cada seis meses, una Soyuz sube a la expedición de reemplazo y se acopla a la estación, mientras la tripulación saliente vuelve a casa con la Soyuz que llevaba atracada desde el vuelo anterior. En esos viajes puede aprovechar el tercer asiento libre de las Soyuz otro astronauta, que sube con unos y baja con otros -fue el caso de Pedro Duque en octubre de 2003-. Completan la agenda los vuelos de las Progress, naves no tripuladas que llevan alimentos y equipos cada ocho semanas.
Los más optimistas aseguran que este compás de espera está ahora a punto de acabar, pues, tras sucesivos retrasos, la NASA marcó en su calendario el mes de julio como fecha clave para reanudar los trabajos del Discovery. Pero las cosas para la ISS ya no volverán a ser como antes del desastre del Columbia. Este intervalo ha servido para que Estados Unidos tome tres decisiones importantes. Una es que el abandono de la ciencia en la estación espacial será permanente; los astronautas, al menos los de la NASA, ya no se dedicarán a los experimentos científicos de modo prioritario. La segunda decisión es que los transbordadores serán retirados definitivamente dentro de sólo cinco años. Esta última noticia ha generado un extraño clima de incertidumbre en el sector: ¿Estará terminada para entonces la estación? Y si no lo está, ¿qué ocurrirá con ella? El final de la era de los transbordadores promete cambios tan drásticos como los que supuso el fin de los Apolo en los años setenta.
Michael Griffin, administrador de la NASA desde abril, sabe por experiencia cómo se vive en la agencia estadounidense el cierre de un programa emblemático como el de los transbordadores, que da trabajo a 17.000 personas y ocupa 640 edificios. "El presidente [Bush] es muy firme respecto a que los transbordadores se retirarán en 2010", ha sentenciado.
Pero si son esenciales para la estación, ¿por qué hay que retirar los transbordadores? Aquí entra en juego la tercera gran decisión sobre el programa espacial estadounidense: la ISS ya no es un fin en sí misma, sino un medio para volver primero a la Luna y después ir a Marte. Ésa es la visión espacial que presentó Bush hace año y medio, justificada con un razonamiento un tanto tortuoso. La idea de base viene a ser: como aún no sabemos hacer las cosas bien, al menos juguémonos el tipo por algo que valga la pena.
Griffin lo explica así: "Un día seremos maestros en el vuelo espacial, pero ese día aún no ha llegado. Así que en un momento en que el vuelo espacial es caro, difícil y peligroso, los objetivos deben compensar el riesgo. La parte de vuelos tripulados del programa espacial [estadounidense] ha sido redirigida hacia algo que en mi opinión vale más la pena que enviar astronautas a dar vueltas en torno a la Tierra. Creo que la pieza central del programa no puede ser la Estación Espacial Internacional asistida por los transbordadores. Necesitamos más que eso. La estrategia correcta es la exploración humana más allá de la órbita baja". Y esa estrategia implica la construcción de un nuevo tipo de vehículo. Es decir, los transbordadores deben morir para permitir la llegada de un sucesor capaz de ir no sólo a la ISS, sino también a la Luna y más allá.
No deja de ser irónico que los transbordadores nacieran hace tres décadas justamente de las cenizas del programa que llevó al hombre a la Luna. Después de recibir triunfantes a los astronautas del Apolo, la Administración de Nixon ya no vio motivos para mantener un programa tan caro, así que redujo en tres cuartas partes el presupuesto de la NASA y se cargó lo que en los papeles era el paso siguiente a la Luna: Marte. También aparcó, al menos temporalmente, la construcción de una estación espacial, al contrario que los rusos, que convirtieron la Mir en la envidia de sus antiguos contrincantes. La NASA apostó por el programa de los transbordadores.
No resultó, sin embargo, un plan perfecto. Al aprobarlo, en 1972, Nixon aseguró que los transbordadores "eliminarían los astronómicos costes de la astronáutica", dado que son en parte reutilizables, al contrario que todos los demás lanzadores -desde el Soyuz hasta los Ariane europeos-. Pero la realidad le desmintió. Entre vuelo y vuelo, estas naves deben someterse a revisiones exhaustivas de meses de duración, lo que encarece el programa. Los 111 vuelos realizados con éxito desde 1981 hasta ahora no han bastado para hacer de los transbordadores un programa rentable. Es más, el tiempo ha demostrado con sangre que ahorrar es imposible. En los dos vuelos que resultaron fatales, el del Challenger en 1986 y el del Columbia en 2003, los expertos señalaron los recortes en el presupuesto como causa importante del accidente. Y es que durante la década de los noventa, los transbordadores recibieron hasta un 40% menos de dinero.
Pero antes de decir adiós, los transbordadores aún tendrían mucho trabajo que terminar. En teoría.
Algo hay que tener muy claro. La NASA dice haber aprendido muy bien la lección, y que, por tanto, hará lo máximo por arriesgar lo mínimo. La seguridad, ante todo. El panel de investigación sobre el accidente del Columbia hizo una lista de 15 modificaciones que debían ser introducidas antes de la "vuelta al vuelo", en terminología NASA (Return to flight).
En estos dos años largos se han introducido cientos de mejoras en las naves. La causa del accidente del Columbia fue un pedazo de espuma aislante que se desprendió durante el lanzamiento e hizo un pequeñísimo agujero en el ala izquierda al golpearla; ese agujerito acabó resultando fatal durante la reentrada en la atmósfera, cuando el transbordador se somete a temperaturas altísimas. Ahora se ha revisado la forma en que se aplicaba la espuma aislante, para evitar huecos en su interior que la hacen frágil. Es más, en caso de emergencia durante el lanzamiento, el transbordador podrá aterrizar en una pista al sur de Francia, además de en los tradicionales aeródromos españoles de emergencia, en Zaragoza y Morón de la Frontera (Sevilla). Conclusión: se ha hecho un gran esfuerzo por lograr la máxima seguridad.
Si todo va bien, la siguiente cuestión es: ¿se reanudará sin problemas la construcción de la estación? Como ha recordado Krikalev, hay mucha gente ansiosa de que así sea. La ISS es ahora como un piso grande de tres habitaciones, más o menos la mitad de lo previsto. Y en el Kennedy Space Centre de la NASA ya se están acumulando bastantes componentes esperando su turno para ser lanzados. Hacen cola, entre otros, el módulo estadounidense Node 2, el módulo experimental japonés Kibo y lo que será algo así como el mirador de la estación, la Cupola, fabricada en Europa con participación de empresas españolas. Eso sin contar otros segmentos aún no transportados al Kennedy, pero que están casi listos, como el laboratorio Columbus, la principal aportación a la estación de la Agencia Europea del Espacio (ESA). Si todo va bien y el calendario se cumple tal y como está programado en un principio, al Columbus podría tocarle a principios de 2007.
Ahora bien, incluso si eso sucede, hay otro escollo que debe salvar la NASA si quiere que la ISS siga creciendo sin problemas: la renovación de los acuerdos con la agencia espacial rusa. En los acuerdos bilaterales firmados hace una década, Rusia se comprometía a suministrar 11 naves Soyuz, para transportar tripulaciones a bordo y como vehículo de emergencia. La última de esas naves volará en octubre. Para entonces, según los planes iniciales, la NASA debería tener ya su propio vehículo para retornos de emergencia, pero en mayo de 2002 los recortes obligaron a abandonar ese proyecto. A corto plazo, por tanto, sólo las Soyuz pueden funcionar como bote salvavidas.
La solución sería tan simple como renovar los acuerdos bilaterales, pero en la práctica la cosa se complica por la Iran Non Proliferation Act, una ley en vigor desde hace cinco años que pretende evitar la venta a Irán de armas de destrucción masiva -o de tecnologías que sirvan para fabricarlas- por parte de Rusia y otros países.
Saltemos ahora a 2010. ¿Estará terminada la estación? Algunas estimaciones de la NASA indican que subir y ensamblar todo lo que falta exigirá como mínimo una veintena de vuelos de los transbordadores. ¿Dará tiempo de hacerlos antes de la retirada de estas naves? Lo más probable es que el vehículo que deberá reemplazarlas, el que también irá -supuestamente- a la Luna y a Marte, no esté listo hasta 2014, por mucho que Griffin quiera darse prisa. Pero no importa. El mensaje que quiere dar la NASA es que, antes o después, la estación se acabará. "Puede que no seamos capaces de cumplir la fecha de 2010", ha dicho Griffin, "pero la terminaremos. Si no es con los transbordadores, será con otros medios".
En los pasillos del sector, las opiniones se agrupan en dos tendencias. Más de un experto ve en los años de intervalo entre el fin del transbordador y la llegada de la nueva nave -llamada provisionalmente Crew Exploration Vehicle (CEV, vehículos tripulados de exploración)- una peligrosa travesía del desierto para la Estación Espacial Internacional. Pero otros muchos prefieren creer que se ha invertido demasiado tiempo y dinero como para tirarlo todo por la borda. Un experto ruso opina: "Estados Unidos no puede abandonar la estación, eso pondría de relieve sus errores al principio del programa. Además se ha inyectado tanto dinero que ahora es muy difícil salir". También vaticina que la estación será más pequeña de lo previsto.
La Agencia Europea del Espacio, por su parte, quiere transmitir un mensaje positivo. "No hay ninguna duda de que la estación se terminará", afirma Manuel Valls, de la división de vuelos tripulados de la ESA, en conversación telefónica desde ESTEC, el centro de la ESA en Holanda. En su opinión, tras el vuelo del Discovery la agenda de construcción seguirá sin problemas, y el lapso entre la retirada de los transbordadores y la llegada del CEV no supondrá obstáculos insalvables. Valls recuerda que a partir del vuelo siguiente al del Discovery, programado en principio para septiembre, ya habrá otra vez tres astronautas para largas permanencias en la estación, y que uno de ellos será precisamente un europeo, el alemán Thomas Reiter.
Otra prueba de la confianza europea en el futuro de la estación es que la ESA acaba de firmar un primer acuerdo para desarrollar con los rusos la que sería su primera nave tripulada, llamada Clipper. "Estamos en una fase muy preliminar, pero es un primer paso", dice Valls. La ESA aún no dispone de presupuesto, que está a expensas de ser aprobado por los ministros de los 15 países miembros de la agencia -entre ellos, España- el próximo diciembre.
Si saliera adelante, sería el principio de algo que muchos añoran: un programa europeo de exploración espacial más ambicioso. Es lo que quisiera Pedro Duque: "Europa destina a programas espaciales un 10% del presupuesto que dedica EE UU. Creo que hay bastante margen de incremento para hacer planes de exploración coordinados con la NASA, sobre todo si hacemos caso a los anuncios de aumento de inversión en ciencia y tecnología". Para Duque, se trata de verlo "como una cuestión estratégica". "Si no hacemos entre todos algo más ilusionante, va a ser difícil que la gente se crea la idea de Europa como unión que consigue grandes logros".
En un debate hace dos años en el Senado estadounidense, el director de información de la Sociedad Americana de Física, Robert Park, dijo: "La investigación [en la ISS] no es que esté mal, es sólo que no es muy importante. Ningún área de la ciencia se ha visto afectada significativamente por la carísima investigación desarrollada hasta ahora en los transbordadores [que también han sido equipados con laboratorios] o en la Mir. Gran parte de estos trabajos nunca han sido publicados en revistas científicas de prestigio". Otros senadores criticaron que los astronautas se dedicaran a "probar juguetes" y a grabar vídeos educativos en la estación. "¿Vale la pena el coste en dinero y vidas humanas que estamos pagando para esto?", se preguntaron.
El espíritu de esa pregunta ha debido de influir para que la NASA decidiera abandonar los objetivos científicos de la estación. Los astronautas estadounidenses en la ISS se dedicarán sólo a tareas relativas a la exploración espacial a largo plazo, en consonancia con esa nueva visión espacial de Bush.
Más información en la NASA y la ESA: www.nasa.gov/returntoflight/main/index.html y www.esa.int/esaHS/iss.html.
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