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Columna
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Cúpulas

Desde el inicio de la transición hasta hace unos pocos años, los principales políticos españoles -tanto los jefes del gobierno de la nación como los presidentes de comunidades autónomas- solían actuar con una razonable moderación. Es cierto que algunas veces lanzaban guiños trepidantes a sus seguidores más entusiastas, pero estos parpadeos no dejaban de ser complacencias mitineras ofrecidas ante un público entregado. Después, en la política de cada día, ganaba la cordura. El saludable propósito de gobernar para la inmensa mayoría. Para los propios votantes, claro, pero también cuidando a los sectores más centristas del rival. En ese proceso se inserta la ejecutoria de Suárez, de Calvo Sotelo, del cada día más valorado Felipe González, o de Aznar en su primera legislatura.

Luego las cosas cambiaron, y el insidioso radicalismo apareció con fuerza en dos palacios políticos. Primero en Ajuria Enea, donde la prudencia pactista de Ardanza fue relevada por el independentismo sin salida de Ibarretxe; y después en la Moncloa, donde Aznar cometió el gran disparate de actuar contra el criterio de la inmensa mayoría de los españoles, asumiendo un protagonismo patológico, y encima irreal, en la malhadada invasión de Irak.

Fueron los puntos de inflexión. A partir de ahí, el extremismo -que la mayoría ciudadana nunca comparte- ha ido conquistando nuevos territorios, y ahora me detengo en la cúpula del socialismo catalán. Un partido apoyado muy principalmente por los habitantes no nacionalistas de aquella tierra se ha juramentado como defensor de una reforma estatutaria disgregadora y premonitoria que, como bien dice Alfonso Guerra, "no hay estado que la resista". Nos hallamos, pues, ante una cúpula que parece olvidar que el socialismo es, fundamentalmente, libertad, universalismo e igualdad, pues para defender los insolidarios proyectos de la identidad ya existen otros partidos. Además, no conviene olvidar que por ahí se va derechito al "drama", como ya anunció Maragall, aunque desde un ángulo antitético. Ojalá todo quede en melodrama.

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