África: las cifras del horror
Cada vez que un ciudadano de la UE tira de la cadena del váter gasta el agua de la que dispone durante un día una familia etíope de cinco miembros. En África, una bicicleta made in China o un par de zapatos viejos son símbolos que separan a dos clases sociales, la que sobrevive en la pobreza y la que se hunde en la miseria.
En África hay más de 11 millones de huérfanos de padre o madre, o de ambos, a causa de la pandemia del sida. Existen naciones como Botsuana (uno de los destinos favoritos para fotografiar animales) en los que el 45% de la población está infectada por el VIH. La enfermedad se ceba sobre todo en los más jóvenes, la principal fuerza de trabajo. En Kenia, en las orillas del lago Victoria, cerca de la frontera con Uganda, la gente muere de una combinación de sida y malaria, otra grave enfermedad que afecta al Tercer Mundo y para la que el Primero aún no ha desarrollado una vacuna eficaz.
África es rica en pobres, y de alguna manera, desde la desesperación, los exporta en pateras a Europa. En un continente con una esperanza de vida de 45,6 años frente a los 78,9 de la UE, la única salida viable es la emigración ilegal. Pero África también es rica en petróleo. En Angola, un país asolado por guerras coloniales y civiles y en el que hay más minas antipersonas enterradas que habitantes (13,5 millones), el oro negro representa el 50% del PIB, pero su deuda externa supera los 10.000 millones de dólares. África es rica en coltan, esencial para los teléfonos móviles, los ordenadores y las play station. El 80% de las reservas de coltan está en África y el 12% de su comercio internacional procede del este de Congo-Kinshasha, una zona de guerra en la que la extracción garantiza beneficios multimillonarios. África también es rica en todo tipo de minerales estratégicos empleados por las centrales nucleares, las armas más sofisticadas y la tecnología punta de uso civil, pero las ganancias que generan no se quedan en el continente, viajan a cuentas secretas o se pierden en los bolsillos de intermediarios locales y extranjeros. Gobiernos corruptos, a menudo sostenidos desde el exterior, sirven de desagüe para los beneficios de ese comercio, a menudo ilegal o poco transparente.
A Sierra Leona, rica en caucho, se le llamó durante años el país de Firestone. Después cambió los neumáticos por los diamantes y su contrabando lubricó una guerra de 10 años en la que murieron más de 70.000 personas y otras 30.000 perdieron sus brazos, amputados por una guerrilla brutal. Como decía uno de los lemas de los conciertos de rock previos a la cumbre del G-8, África no necesita caridad, lo que 704 millones de africanos necesitan es justicia.
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