Amor y luz
Cuando le preguntamos ayer a Mario Benedetti que nos dijera una palabra que se pareciera a su ideal de las palabras, el poeta uruguayo lo pensó una vez y pronunció la palabra que más habita sus poemas, y su vida: la palabra amor. Con amor lo ha hecho todo, y con luz, con la luz de la vida y con la Luz que es su compañera, a la que siempre dedicó su amor y su esfuerzo, sobre todo cuando de más tinieblas se ha poblado la vida, ha escrito luminosos versos que luego fueron también canciones para amores secretos y para amores públicos; sus versos han sido y siguen siendo como la simiente de una mirada, la canción de los enamorados.
Cuando mira tiene en ese aire azulado de sus ojos la luz de un amor antiguo, pero que siempre está surcado por un horizonte en el que alguna vez hubo una niebla completa. Y esa niebla, la que ha nublado tantas veces la luz de su esperanza, es la que ha otorgado a sus libros una melancolía que sólo se deja entrever cuando también es capaz de sus materiales más nobles: la ironía, el humor, el sentido del tiempo.
Mario Benedetti está ahora en Montevideo; de allí fue arrancado por la dictadura, y vivió y malvivió, siempre con la esperanza de volver algún día en paz, y ahora tiene la recompensa de un país que al fin respira por su lado izquierdo. Aquella espera, que fue también una desesperanza, se tornó luego en la extrañeza del reencuentro con su país chiquito; esa evidencia -la dificultad de volver, la lentitud casi accidental del regreso- le llevó a buscar una palabra que ahora es la palabra en la que habitan él y muchos que se fueron con él. Esa palabra es el desexilio. Mientras habitó en el exilio, y luego, en el desexilio, lo que extrañó siempre en Benedetti es que mantuviera aquellos materiales -el humor, la ironía-, y que además los siguiera alentando con un sentido del amor, y del tiempo, sin el cual no hubiera habido poesía.
Ilusiones
Después de su última operación en Madrid, Benedetti vivió como un ermitaño acostumbrado a hacer del dolor un modo de metáfora de la vida entera, a tomárselo con la filosofía que hay en sus versos más paradójicos. Un día le fue a ver al hospital un amigo suyo con un fajo de periódicos, para que supiera qué ocurría en el mundo, la principal de sus obsesiones civiles. Y cuando el amigo se iba, le dijo al poeta: "Mario, has de afeitarte; así, con barba, pareces más enfermo". Al día siguiente, el amigo regresó con igual mercancía, y Benedetti le recibió impecablemente rasurado. El amigo no dijo nada, y el poeta, con la sonrisa de niño que permanece en sus ojos acuosos, le dijo: "Mirá vos, no te has fijado en que ya no tengo barba". Estaba mejor, estuvieron siempre bien sus ilusiones.
Ahora, como nos recordaba ayer su editor de poesía, Chus Visor, se le echa mucho de menos en la Feria del Libro, donde siempre ha sido uno de los más queridos autores. Cuantos más libros firmaba más se ponía melancólica su mirada. Siempre celebró con versos sus mejores efemérides, y ésta de ayer no sólo le colma a él de la palabra que más quiere, Amor, sino que le llega al alma alimentándola de la luz que tiene. Luz y amor. El premio de Benedetti.
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