Un rapsoda africano narra en 'Génesis' el origen de la vida
Segundo documental de los autores de 'Microcosmos'
Tras mostrar en Microcosmos la frenética actividad que esconde una parcela de césped, los biólogos Claude Nuridsany y Marie Pérennou encaran en su segundo documental, Génesis, un reto gigantesco: explicar el origen del universo y de la vida. De nuevo, convierten a los animales en metáforas del devenir humano. Periquitos enamorados, arañas coquetas, caballitos de mar galantes, sapos caníbales, iguanas marinas que recuerdan el poderío de los extintos dinosaurios y cangrejos iracundos son protagonistas del filme, elaborado pacientemente durante seis años.
Los directores captaron sus peripecias en Islandia, las islas Galápagos, Madagascar y el sur de Francia. De la narración del nacimiento del universo se encarga un trovador africano interpretado por Sotigui Kouyaté, actor de teatro habitual en los montajes de Peter Brook. La divulgación científica se ameniza así con la evocación poética de los mitos. "La idea del narrador ya estaba en los primeros borradores del guión. Aunque en el documental aparezcan muchos animales, el tema esencial parte de una pregunta propia de todos los hombres y épocas: '¿Qué significa estar vivos?", dice Nuridsany. "Este cuentacuentos no se dedica a detallar un mito de África. Por contra, resume los conocimientos actuales que tenemos sobre los orígenes de la vida". Necesariamente, el cronista debía ser africano. "La tradición oral se mantiene viva en África. Además, allí se sitúa el origen de la humanidad".
Como en su otra película, los directores rehúyen utilizar efectos digitales. Para recrear el Big Bang, les basta con las motas de polvo que flotan en el aire. "La materia inanimada tiene una serie de talentos naturales para crear formas armónicas", asegura Nuridsany.
No son pocas las secuencias de Génesis que consiguen sobrecoger al espectador, entre las que destacan la filmación de un feto o el nacimiento de un pollito visto desde el interior del huevo. Todo es resultado de una fascinación por la vida y una curiosidad casi infantil. "Para nosotros, la mirada indagadora de un niño es muy importante. Cuando mostramos cómo una serpiente devora un huevo, lo tratamos como un cuento. Sugiere la figura de los ogros caníbales de los relatos infantiles", asegura Pérennou.
Dos aliños sobresalen en el armazón del documental: el humor y la música, compuesta por Bruno Coulais (Los chicos del coro). El acompañamiento musical adquiere un protagonismo especial en las escenas de apareamiento, auténticas coreografías que recuerdan una comedia romántica. "Intentamos mostrar al espectador las ataduras que tenemos con los animales, incluso con la materia inanimada. Todos pertenecemos a una misma familia", apunta Nuridsany. A pesar de su pasión por la naturaleza, los directores esquivan la militancia ecologista de signo combativo. "Por supuesto, abogamos por la protección de la naturaleza, pero sin ser militantes. Preferimos una perspectiva poética".
Aunque el documental refleja la lucha por la supervivencia -el grande se come sin reparos al pequeño-, los autores ponen énfasis en otros aspectos menos virulentos. "Si bien la violencia existe en el mundo animal, no pensamos que el suyo sea un universo violento, sino sereno. Lo hemos podido comprobar en los años que llevamos dedicándonos a la biología. Por ejemplo, los animales no practican la guerra y la tortura", concluye Pérennou.
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