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Columna
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Irremediable

Cualquier día, o quizás ya, la naranja que usted, vecino, esté mondando en su casa proceda de las tierras lejanas de Turkmenistán, Zimbabwe o Swazilandia, donde los autóctonos cultivan con esmero y a bajo precio los cítricos, que otrora fueran seña de identidad de los valencianos. Al parecer, y según datos facilitados por los organismos pertinentes, este año hemos multiplicado por más de cuarenta el número de toneladas de cítricos importados, en relación con el año anterior. No pasa nada, porque en el País Valenciano no pasa nada que no sea la reforma del Estatut d'Autonomia, reforma por la que el ciudadano soberano está interesadísimo, como todo el mundo sabe; no pasa nada que no sea el trabajo lexicográfico de una Acadèmia Valenciana de la Llengua, que nos va a permitir dentro de poco la utilización del doblete naturalesa y naturalea, tema que nos llenaba de desazón y perturbaba nuestro sueño. Claro que nuestros agricultores cada día son menos; claro que nuestras tierras de cultivo se destinan a otros usos y claro que hubo y hay problemas de comercialización o minifundismo, como hay bajos salarios en las tierras que riega el Nilo o las que bendice la cordillera del Atlas con sus arroyos en el vecino Marruecos. Tierras de las que proceden no pocas de las naranjas importadas, y donde se invierte dinero de aquí para su cultivo. Globalización de la producción, de las inversiones y del negocio podrían señalarse como las causas que inducen a nuestros agricultores de cítricos a abandonar sus campos. Causas a las que habrían de añadirse la pertinaz sequía y el empecinamiento de catalanes y aragones, vecinos y conciudadanos, en no darnos una gota de agua del Ebro, como nos repite hasta la saciedad el partido de presidente autonómico Camps y de Mariano Rajoy.

Pero como el sol sale por Requena y se pone por donde las islas Columbretes, ha sido, en este Pentecostés seco, un piadoso y señalado afiliado al Partido Popular quien dio luz al embrollo e inspiración a la contrariedad, que les dan vueltas al agua, a los labradores, y al destino de la una y los otros. José Pascual, concejal del equipo de gobierno municipal de la capital de La Plana -y miren ustedes por dónde, también presidente de la Comunidad de Regantes de Castellón y de la Federación de Regantes de la Comunidad Valenciana-, indicaba esta semana el camino o el atajo que ha de tomar el problema: el agua se ha de utilizar en instalaciones lúdicas y cemento turístico, porque ese destino del líquido elemento es más rentable que la agricultura. Al cabo, dice el edil del PP, la desaparición de la agricultura en aras de los negocios turísticos es "irremediable". Y como es irremediable, "la persona que trabaja la tierra irá en vez de ello a hacer la cama de un hotel", pero eso, como apuntaba el concejal es también una fatalidad que "conlleva el progreso". Así pues, y hecha la luz, Vicent y Manolo, Colau y Joan y tantos otros que no se van a beneficiar de la venta especulativa de sus campos, que se vayan preparando estirando sábanas y mantas, y colocando bien las almohadas en sus camas domésticas: en el catre hotelero tienen un futuro, que los naranjos los cultivarán en otros pagos a bajo precio, y el agua es más rentable junto al cemento del desarrollismo insostenible.

Y como el edil José Pascual nos ha descubierto el Mediterráneo, cuyo horizonte bloquea la construcción vertical, otros labradores piden su dimisión, mientras la leal oposición política a la derecha gobernante, contempla la luna entre los rascacielos costeros, y espera votos ciudadanos sentada sobre húmedos campos de golf.

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