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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ahora, Uzbekistán

La confusa revuelta de Uzbekistán, donde al menos una decena de personas han muerto a manos del ejército del presidente Islam Karímov, sigue aparentemente el patrón de las protestas populares iniciadas hace dos años en la ex república soviética de Georgia. Los levantamientos, que prendieron el año pasado en la vasta Ucrania, propagan ahora sus ondas, de manera más violenta, a los parajes de Asia central, en cuyos palacios de Gobierno anidan algunos de los más conspicuos déspotas de nuestro tiempo.

Los acontecimientos en Uzbekistán, todavía imprecisos y fragmentarios debido en parte a una eficaz censura, tienen la impronta de una rebelión contra los excesos de la dictadura de Karímov, dueño absoluto desde 1990 de los destinos del enclaustrado país. Y la importancia de producirse en la más poblada de las cinco antiguas repúblicas soviéticas de Asia central, un país musulmán de 26 millones de habitantes, casi del tamaño de España, tan empobrecido como rico en recursos energéticos y de gran importancia estratégica. No por casualidad la ciudad foco de la revuelta es vecina de Kirguizistán, donde violentas protestas populares provocaron hace dos meses la caída del presidente Askar Akáyev.

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Las revueltas que están liquidando encadenadamente algunas de las dictaduras instaladas en los antiguos dominios de la URSS aportan lecciones singulares. Una es la vacuidad de quienes, por diferentes motivos, descartaban que lugares como Georgia, Ucrania o Kirguizistán pudieran ser escenario de insurrecciones ciudadanas triunfantes. Otra, mucho más relevante, el hecho de que estas explosiones populares surgen alimentadas por los más diversos agravios y desembocan en el desplome de regímenes, casi siempre clientes del Kremlin, que parecían inconmovibles. En el caso de Uzbekistán, la chispa de la protesta es la represión sistemática de un islamismo, ocasionalmente militante, que no comulga con la versión única apadrinada por el Estado. Islam Karímov mantiene encarcelados a miles de disidentes políticos y los grupos proderechos humanos denuncian el generalizado uso de la tortura en sus prisiones.

En Kazajistán, Tayikistán, Turkmenistán o Uzbekistán se mantienen en diferentes grados implacables y corrompidas tiranías a cargo de antiguos jerarcas comunistas encaramados al poder tras la disolución de la URSS. Mucho más grave que las simpatías de Putin es que algunos de estos regímenes, caso del de Karímov, gocen de la absoluta benevolencia de Washington -que tiene en Uzbekistán una importante base aérea- en aras del apoyo que prestan, político y logístico, a la cruzada antiterrorista de Bush en el vecino Afganistán.

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