¿Federal?
El tripartito catalán puso días pasados sobre la mesa su propuesta de financiación para Cataluña. Dice haberse inspirado en los países federales de vanguardia. Si es así, hay que prosternarse, qué diablos. Aunque el tripartito, guardián de las esencias, pudo haberse preguntado si lo que conviene en un sitio es trasladable a otro. Indulgente que es uno, comprende que a fin de cuentas todo el mundo arrime el ascua a su sardina. Para muchos estadounidenses, Washington es la ciudad donde está la Casa Blanca, por la que sienten reverencia. Otros peregrinan a Filadelfia, allí se conserva con esmero el lugar donde se firmó la independencia. Para unos terceros la capital es todo el país. Para los neoyorquinos, Nueva York. En cambio, para los alemanes, Berlín es el corazón de Europa y allí se trasladó la capital (con un coste astronómico) después del paréntesis impuesto por la guerra. Nadie se tomó en serio la ciudad de Bonn.
Pero si hacemos caso omiso de los hechos diferenciales como al parecer ha hecho el tripartito para pergeñar su proyecto, todavía nos asaltan dudas. ¿Se han inspirado sus técnicos en el federalismo alemán, entre otros? Pues no lo veo claro, porque en Alemania el paso dado por Maragall y sus huestes no sería posible. Cuestiones de tal importancia no las decide unilateralmente un land, sino el conjunto de todos ellos: el pueblo alemán. Ahora bien, si como clama y reclama Artur Mas todo lo que concierne a Cataluña lo decide el Parlament catalán, pues eso es lo que se trataba de demostrar. Pero no se diga federalista Maragall para luego presentarnos propuestas confederales, que de una cosa a otra media un trecho y qué trecho. Hay otro detalle. El federalismo alemán está sumido en tal crisis que ya se habla abiertamente de su fracaso. La lucha es feroz y nadie da su brazo a torcer; hasta el punto de que a este problema se atribuye, en parte, el estancamiento de la economía alemana. Inspirarse en lo ya caduco es, por lo tanto, un dislate.
En cuanto a Suiza, también citada, el Gobierno central gana terreno, según comentó Indro Montanelli poco antes de morir. Me apresuro a decir por enésima vez que detesto el centralismo español, de tan triste recuerdo, pero si ha de ser el federalismo, sea; aunque no quieran darnos gato por liebre, no digan federal a lo que es confederal. Y no nos pongan también como ejemplo a Estados Unidos -lo han hecho-, pues la superpotencia concentra de facto todo el poder en la Casa Blanca. Es lógico. Un país con intereses globales y una fuerza militar global, no puede permitirse el lujo de interferencias internas. Tiene que actuar como un solo hombre y a la voz de mando de su presidente. Si éste desautoriza la pena de muerte, los estados que la practican cederán. En cuanto a los impuestos, la Agencia Tributaria (Internal Revenue Service), es un organismo federal respetado y temible por su enorme eficiencia. La recaudación de impuestos tal como la propone el tripartito (¡quiere recaudarlos todos!), a buen seguro que no se ha inspirado en el ejemplo estadounidense. Allí desencajaría quijadas de pasmo. Como el concepto de solidaridad, que suena a caridad o limosna. Tal fullera cicatería en un partido que es de izquierdas así como mi madre me parió en Siberia. California aporta por sí sola el 20% del gigantesco presupuesto federal y cuando un candidato a gobernador basó su campaña en la reducción de esta cuota, tuvo que abandonar la liza. Una parte aporta más para que el desarrollo de las rezagadas redunde finalmente en beneficio de todos. Es un préstamo a largo plazo. No es solidaridad, sino negocio. Así lo dijo Ernest Lluch, como nos lo recordó Patxo Unzueta aquí en EL PAÍS (Sangría, expolio, saqueo, agravio, 16-10-2003). La cita es un poco larga, pero vale la pena.
"El ex ministro socialista Ernest Lluch, asesinado por ETA en 2000, había llamado la atención sobre esa relación que permitía a Cataluña, a cambio de las rentas que transfería a otras comunidades, venderles sus productos y crear así empleos en su propio territorio. El resultado es claramente favorable, como refleja la balanza comercial. Cataluña es con diferencia la comunidad con un saldo más favorable: de 9.100 millones de euros (1,5 billones de pesetas). El negocio no es tan malo. Hablar de saqueo fiscal, como los croatas en los ochenta y la Liga del Norte (de Italia) en los noventa, es como mínimo una simplificación".
El programa del tripartito incluye una Agencia Tributaria propia. EL PAÍS, reconociendo las imperfecciones del sistema actual, ha expresado más de una vez sus dudas respecto a modelos como el del tripartito y ha dicho con toda claridad lo siguiente: "Un esquema de inspiración federal debería sostenerse sobre una Agencia Tributaria en la que participen las distintas administraciones bajo la fórmula de consorcio y no de la mera coordinación".
Recordemos que CiU rechaza incluso el consorcio y que unos y otros, los partidos de CiU y los del tripartito abogan por un Concierto a la vasca, eso sí, en la propuesta de Maragall, gradualmente, hasta un plazo de 15 años. Si eso es federalismo y encima de izquierdas, yo soy Blas Piñar.
Euskadi, Cataluña, Navarra, País Vasco. Mientras tanto, el filón europeo, tiene fecha de caducidad a medio plazo. Varios estudios, entre ellos el del BBVA, demuestran que bastaría con que Cataluña se sumara al Cupo para que se produjera la bancarrota fiscal del Estado. Eso no es todo, sino que el resto de las autonomías, las gobernadas por el PSOE incluidas, no se iban a resignar con ese trato "federalizante". Hasta ahora, casi nadie se ha atrevido a levantar la voz contra la absurda singularidad vasca y navarra, pero incorpórese Cataluña y se levantará la veda. La propina de la "solidaridad" que el proyecto del tripartito promete -y que no aceptarían ni soñando Euskadi y Navarra-, no bastaría ni remotamente para evitar la ruina del Estado. Pero el partido de Carod tiene la solución: que el Estado adelgace eliminando cien mil funcionarios inútiles que hoy tiene. Que el gobierno catalán no sepa siquiera el número de funcionarios inútiles que tiene, porque el pujolismo se prodigó con afines, eso es una cuestión interna. Pero a qué seguir.
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
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