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CÁMARA OCULTA
Columna
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A vueltas con 'El Quijote'

El cine no ha perdido la oportunidad de sumarse al centenario del Quijote, aunque sea brevemente. En el mercado de deuvedés han aparecido esta semana tres de las escasas películas que se han hecho sobre tan famoso e ingenioso hidalgo. Una de ellas, remasterizada y con extras, es, en la opinión de muchos, la mejor de cuantas se hayan filmado, la de Rafael Gil en 1947, con Rafael Rivelles y Juan Calvo en los principales personajes, y una buena nómina de aquellos magníficos secundarios entre los que figuran, jovencísimos, Fernando Rey y Sarita Montiel. En su momento, este Don Quijote de la Mancha despertó entusiasmos (Fernández Flórez y Jardiel Poncela se deshicieron en elogios), valorándose el que no pretendiera ser una interpretación del personaje, sino una simple (y buena) reproducción de sus pasajes más conocidos. Han aparecido igualmente Dulcinea, que Vicente Escrivá dirigió en 1962 con Millie Perkins, aquella chica que deslumbró en El diario de Ana Frank; es una adaptación de la obra de Gaston Blay en la que Aldonza es una prostituta de El Toboso a la que Sancho entrega una carta de amor de su amo moribundo y ella vislumbra un cambio en su vida. Finalmente, la peculiar Don Quijote cabalga de nuevo, con un Fernán-Gómez extraordinario como caballero de la triste figura y un inesperado Cantinflas en el papel de Sancho.

Se han hecho tan pocas versiones del Quijote que la Filmoteca Española no ha encontrado 12 largometrajes para ilustrar su bonito calendario del año, y ha recurrido a algún que otro cortometraje. Los historiadores antiguos hablan de un ignoto Quijote filmado en 1908 en Barcelona, perdido para siempre. Los que ahora pueden verse en filmotecas y esporádicas televisiones son la solemne versión del austro-húngaro Georg Wilheim Pabst (1933), la del soviético Grigori Kozintsev en 1957 con el legendario Nikolai Cherkasov, el Iván el Terrible de Eisenstein, una simpática versión de dibujos animados de Cruz Delgado, y el gran serial de Gutiérrez Aragón. Poco más.

Adaptar el Quijote debe de dar miedo. A los directores, por razones obvias, y a los productores porque a estas alturas parece que todos nos sabemos el libro de memoria y poco interés nos despierta ver de nuevo lo de los molinos. Además, algunos intentos se han quedado en el camino provocando cierta leyenda de misión imposible: el más conocido es el de Orson Welles, rodado a salto de mata a lo largo de 30 años; su empeño en adaptar el Quijote a la España de nuestros días sólo vio la luz años después, parcialmente, y a través del punto de vista de Jesús Franco, que ordenó los fragmentos encontrados: fue una pena que no se pudiera contar con aquella secuencia en la que Don Quijote atacaba con su lanza una pantalla de cine, molino de viento de nuestros tiempos. Sin olvidar al pobre Terry Gilliam, al que no hubo desgracia que no le visitara cuando intentaba rodar El hombre que mató a Don Quijote, del que al menos ha quedado una huella excelente en el documental Lost in La Mancha. Y aún hay más casos como el de Eduardo García Maroto en 1960, que sólo llegó a filmar el primer capítulo de una serie. A pesar de tales precedentes, en la República Checa se está rodando ahora mismo una nueva versión, tras la que sus vecinos húngaros hicieron hace ocho años...

Es curioso que el libro más traducido haya inspirado tan escaso interés al negocio del cine grande, siempre tan avispado. ¿Qué tendrá Don Quijote, qué será?

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