'Poeta en Nueva York'
EL PAÍS ofrece mañana, lunes, por 1 euro, el libro de poemas de Federico García Lorca
Éste es, sin duda, uno de los libros más importantes de la poesía moderna española. Quizá el más importante, junto con el Cántico, de Jorge Guillén, y La realidad y el deseo, de Luis Cernuda. Solamente la poesía de Antonio Machado o el Cancionero de Unamuno o algunos poemarios de Juan Ramón Jiménez pueden reclamar honores previos de igual altura. Es un libro que, junto con ese formidable poema que es Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, marca un giro en la poesía de su autor y lo dirige a un territorio donde el genio sale de su condición nacional y se hace universal. El libro hay que compararlo con poemarios del alcance de La tierra baldía, de Eliot; la Anábasis, de Saint-John Perse, o El cementerio marino, de Valéry. Como ellos, no es un libro de fácil lectura, pero ante ellos no cabe otra actitud que la de leer con el espíritu muy abierto y apelando a la imaginación. De la misma manera que no es posible ver un cuadro abstracto con mirada figurativa, no cabe leer el Poeta en Nueva York más que con la misma actitud con que uno se adentra en el misterio; ante todo, no se trata de desvelarlo, pues dejaría de ser un misterio, sino de penetrar en él. Como Arthur Rimbaud, cuando afirma como poeta vidente que ha visto aunque aún no sepa lo que ha visto, el lector se encontrará con que ha leído aunque aún no sepa lo que ha leído. Esa mirada al misterio desde el interior del propio misterio es una experiencia que se convertirá en algo vivo y valioso porque, ante todo, será sugerente: por ahí es por donde la imaginación es fecundada.
Pensará el lector que esto que acabo de decir es una coartada para darse importancia el comentarista, que quizá ha entendido tan poco del poema como el lector, pero yo le diría, en primer lugar, que no es necesario entender un poema en el sentido que damos habitual y vulgarmente a entender, esto es, explicar el poema. De hecho, a todo lo explicable le sucede como al truco del prestidigitador desvelado al público: la magia, la ilusión, desaparecen. Ya no hay misterio, ya no hay asombro, ya no hay éxtasis; la admiración se desvanece.
Pero no es verdad que los poemas de Poeta en Nueva York sean ininteligibles: lo que son es ilógicos con respecto a la lógica de lo que entendemos por normalidad -tradición- de la escritura. No es verdad, por ejemplo, que un loco carezca de lógica, sino que la locura atiende a una lógica distinta de la del común de los mortales; un loco tiene su lógica y puede descubrirse perfectamente; descubrir un sentido a la poesía de Lorca a partir del Llanto es una hermosa aventura llena de compensaciones porque, finalmente, su belleza, su expresión, su intensidad, acaban llenando al lector. El surrealismo, esa corriente ilógica que busca decir las cosas de otra manera según el nuevo tiempo, está presente en los versos de Lorca; es la vía de conexión con la gran literatura mundial; pero, eso así, siempre a su manera.
Para acercarse al Poeta en Nueva York es imprescindible entender la posición del poeta que acude a pasar una temporada como becario durante el curso 1929-1930 en la Columbia University de Nueva York. Él mismo lo define como "una puesta en contacto de mi mundo poético con el mundo poético de Nueva York"; pero antes que eso es el encuentro del joven poeta de la Huerta de San Vicente en Granada con la capital del mundo moderno: un contraste brutal que estalla en su poesía. La imaginería de Lorca, la que se encuentra en el Poema del cante jondo y, de manera culminante, en el Romancero gitano, es una imaginería procedente de la tradición oral del pueblo mezclada con un conocimiento notable del mundo clásico; como le sucede a García Márquez, su imaginario está poblado por los cuentos y sucedidos correspondientes a la mentalidad agrícola, que acaban dando lugar a imágenes visuales tan poderosas como la de la gitana muerta del Romance sonámbulo: "un carámbano de luna / la sostiene sobre el agua". Y es esa imaginería de origen rural y popular la que, de repente, choca con un paisaje y una mentalidad urbanos radicalmente distinta cual es la de la ciudad en la que se refleja el mundo moderno. El niño de la Huerta de San Vicente entra en Nueva York y sus ojos y su poesía son sacudidos de arriba abajo. Las armas con las que se abre paso son las mismas, las suyas, pero el impacto que su imaginación recibe le hace reajustar a toda marcha el uso de esas armas para enfrentarse a lo que acaba de ver, al tremendo impacto que acaba de sufrir.
Pero la mirada formidable del poeta acepta el reto. Finalmente, es su mirada la que ve y así es como encuentra una forma nueva para reflejar su visión. No deja de ser su imaginación, no se traiciona, simplemente evoluciona hacia una concepción del mundo que inscribe en tres temas centrales: el individuo (el poeta, el que cuenta), el amor y la solidaridad. Su instinto encuentra en seguida a las víctimas del monstruo y enseguida, también, a quienes mantienen una llama de vida reconocible para él: los negros. "¡Negros, negros, negros, negros! / La sangre no tiene puertas en vuestra noche boca arriba"; y con ellos, los oprimidos, los perdidos, la multitud sin nombre, una "América (que) se anega de máquinas y llanto".
En 1932, Lorca dio una conferencia-recital de este libro en Barcelona. Antes de comenzar advertía: "No os voy a decir lo que es Nueva York 'por fuera' porque, juntamente con Moscú, son las dos ciudades antagónicas sobre las cuales se vierte ahora un río de libros descriptivos, ni voy a narrar un viaje, pero sí mi reacción lírica con toda sinceridad y sencillez. Sinceridad y sencillez dificilísimas para los intelectuales, pero fáciles al poeta". Así hay que leer este libro, como si el lector fuera un poeta. Entonces las puertas de la imaginación se le abrirán de par en par.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.