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Reportaje:EL FIN DE UN PAPADO | El legado de Wojtyla

El Papa deja una Iglesia sedienta de diálogo

Los críticos sostienen que la institución tiene la asignatura pendiente de la democratización

Juan Arias

Puertas afuera, es innegable que el fallecido Karol Wojtyla ha dejado a la Iglesia católica con una imponente visibilidad, con más fuerza que antaño, más apreciada por los grandes de la Tierra. Pretendió y programó que la Iglesia "volviera a ser noticia en el mundo". Lo consiguió. Incluso en el momento de su paso de la Tierra a los territorios misteriosos de su fe. Nunca, en efecto, el funeral de un Papa tuvo la apoteosis que se prepara para el de Juan Pablo II. Y hasta el número de fieles católicos se ha duplicado durante el pontificado que acaba.

¿Y puertas adentro de la Iglesia? ¿Qué piensan de estos 26 años de papado superexpuesto en los medios de comunicación con un pontífice que ha recorrido más de un millón de kilómetros y se ha encontrado con líderes de todos los credos? Es una pregunta difícil de responder, porque la Iglesia de puertas adentro, sobre todo la de la periferia del mundo, no ha tenido espacio para expresarse en medio de los gritos de alabanza al Papa, de quien ya se habla de que podría ser santificado por aclamación tanto popular como por los cardenales dentro del cónclave.

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Ayer mismo hubo dos declaraciones significativas y emblemáticas de dos personajes de la Iglesia de esa periferia del mundo que es Brasil, donde tanta fuerza tuvo la Teología de la Liberación y las famosas comunidades cristianas de base, vapuleadas por el pontificado que acaba. La primera, la del ex franciscano y teólogo Leonardo Boff, autor de más de 40 libros traducidos en todo el mundo, a quien el Vaticano prohibió hablar y escribir y que acabó abandonando el sacerdocio, aunque no la Iglesia. Boff dijo ayer que durante este pontificado, en el que fueron condenados 140 teólogos de todo el mundo, "se hizo muy difícil la creatividad y la libertad teológicas". ¿Recuperará el próximo Papa toda esa riqueza creativa desperdiciada dentro de la Iglesia? ¿Restituirá a los teólogos condenados su credibilidad perdida como hizo Juan Pablo II con Galileo?

La otra intervención fue la del famoso cardenal Dom Aloisio Lorscheider, que en el último cónclave había sido uno de los papables y que a pesar de que, al haber cumplido los 80 años, no podrá votar en este cónclave, sigue siendo una de las figuras más escuchadas en la Iglesia del Tercer Mundo, ya que había sido uno de los personajes clave del Concilio Vaticano II, que revolucionó a la Iglesia y cuyas aguas Juan Pablo II intentó reconducir a la ortodoxia tradicional de la Iglesia. Lorscheider, aunque con mucha delicadeza, ha dejado claro que Juan Pablo II deja a una Iglesia que puertas adentro, es decir, en su seno, entre obispos y fieles, se siente huérfana de diálogo y de poder decisorio. Es una queja que han hecho también no pocos obispos de América del Norte, así como de África. Se quejan obispos e instituciones eclesiales de base no sólo de que ciertos problemas de uso interno de la Iglesia, como el acceso de la mujer al sacerdocio, el celibato eclesiástico obligatorio o los temas relacionados con la moral conyugal, se hayan quedado sin resolver, sino de una falta de base de diálogo con el poder central.

Por ello, el cardenal Lorscheider ha enviado un mensaje claro a los cardenales que van a escoger al nuevo Papa, afirmando que, sea quien sea, "deberá democratizar las decisiones de la Iglesia, escuchando más a los obispos". Y ha propuesto que el próximo Papa reúna cuanto antes a todos los obispos del mundo, junto con sacerdotes y seglares, "para redefinir el papel de la Iglesia a la luz de los problemas del mundo moderno que requieren soluciones urgentes". Estas palabras, en boca de un cardenal, son un eco claro de lo que siente la Iglesia de base, incluso los obispos y las conferencias episcopales que se han visto en estos años sofocados por el poder a veces omnímodo de la Curia Romana, cuando cualquier teólogo, hasta el más novato, sabe que en la Iglesia de Cristo, por lo que se refiere al poder, radica en el obispo, que es el representante de los apóstoles, y no en los cardenales, ni en los prefectos de las Congregaciones Romanas. Un día, sin duda, serán los obispos quienes elegirán al Papa, como les correspondía.

En un mundo globalizado y al mismo tiempo celoso de la propia identidad, donde hasta los nacionalismos dan paso a los regionalismos, la Iglesia sigue, según afirman muchos cristianos de base, anclada en la vieja cultura centralista de un Vaticano que es, además, un poder civil monárquico absoluto, donde las decisiones tomadas en Roma, incluso las que nada tienen que ver con la fe, deben ser acatadas hasta por el cristiano o el obispo de un rincón de África, donde no van a entender nada de lo que Roma les exige. Recuerdo a este respecto mi sorpresa cuando en el Concilio Vaticano II fui a entrevistar a un famoso cardenal africano. Le pregunté qué importancia iban a tener en África las decisiones que estaba tomando el Concilio. "¿En qué parte de África?". "¿Bueno, en su país?". "¿En qué diócesis de mi país?". "¿Bueno, en la suya, por ejemplo?". "¿En qué tribu de mi diócesis?". Entendí la ironía. Sonrió y tomándome la mano de joven periodista, me dijo: "Ése es el problema de la Iglesia de Roma, que quiere legislar para todo el mundo cuando los problemas son a veces diferentes hasta para cada comunidad de una misma diócesis".

¿Y quiénes sino los obispos de cada diócesis y las comunidades de base de los cristianos y los teólogos que elaboran la doctrina de la Iglesia para adaptarla a los hombres de cada tiempo son los que pueden y deben tomar ciertas decisiones? La descentralización de la Iglesia, su democratización y un mayor peso a las iglesias periféricas del Tercer Mundo tendrán que ser algunos de los desafíos del nuevo pontificado, so pena de que a la Iglesia católica se la vayan comiendo cada día más tanto las iglesias evangélicas de cuño protestante, como los movimientos carismáticos católicos más alejados del drama real del mundo.

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