"Nunca tenía prisa al confesar"
Dos amigos de Karol Wojtyla desde que era un sacerdote en Cracovia recuerdan la energía y la cercanía de Juan Pablo II
El pasado 9 de marzo, Henryk Wozniakowski, de 56 años, cruzó nervioso las puertas del policlínico Gemelli, donde Juan Pablo II proseguía su lucha con la muerte. Llevaba bajo el brazo la edición polaca, recién salida del horno, del último libro del Papa, Memoria e identidad, y acudió a Roma para mostrársela al agonizante Pontífice. "Pese a la enfermedad, quedé conmovido por la atmósfera de paz y de liturgia de la sala", explica, aún impresionado, en la sede del histórico semanario de Cracovia Tygodnik Powszechny (Semanario Universal), con el que Karol Wojtyla colaboró durante décadas. "Los polacos estamos huérfanos; ahora nos toca madurar", advierte, estremecido.
Wozniakowski debe de ser uno de los últimos polacos laicos que habló con Juan Pablo II, y no fue por casualidad. Su octogenario padre, Jacek, es uno de los referentes del Tygodnik Powszechny, a través de la cual los círculos católicos animados por Wojtyla articularon su resistencia al régimen totalitario durante cuatro décadas. Henryk Wozniakowski, que preside hoy una de las principales editoriales del país -Znak (Signo)-, forma parte del más cercano grupo de amigos del Papa en su Polonia natal, y se acostumbró desde niño a jugar, primero, y hablar, después, con Wojtyla.
Sus íntimos restan importancia a la conservadora moral sexual de Wojtyla
Las memorias del pontífice ganan en ventas al 'Código da Vinci' en Polonia
"Cuando entré en el Gemelli, Juan Pablo II estaba sentado en la silla de ruedas; me miró y me dijo: 'Henryk, hijo de Jacek'. Le puse el libro enfrente; colocó la mano encima, como hacen los autores satisfechos al ver impreso su nuevo libro, y añadió: 'Ahora, que vaya a la gente". Lo rememora pausadamente, con un muy correcto castellano, que en su juventud dominó hasta el punto de traducir a Unamuno al polaco. El Papa tuvo fuerzas incluso para firmar el ejemplar, y esta reliquia preside ahora los principales actos de presentación del libro en el país.
El deseo del Papa se está cumpliendo, al menos en Polonia, su tierra natal, que lo idolatra como líder religioso, pero sobre todo como su libertador: en apenas tres semanas, el libro ha vendido 500.000 ejemplares, una cifra sin precedentes. En la lista de ventas supera holgadamente al Código da Vinci -paradójicamente, en la lista negra del Vaticano- y a la nueva sensación, Cien Wiatru, la traducción polaca de La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón.
"Era tan cercano que fue como un padre; nos sentíamos protegidos", opina Wozniakowski, quien evoca como uno de sus primeros recuerdos la figura robusta del entonces sacerdote de la parroquia de San Froilán lanzándole juguetón a la cama. "Los polacos seguimos inmaduros en parte por la presencia tan impresionante del Papa; ahora nos toca madurar".
Con similar aflicción vive estos días Karol Tarnowski, de 67 años, filósofo también vinculado a la revista. Fue de joven alumno del Papa y luego seguidor incondicional. Ambos compartieron decenas de excursiones. Wojtyla le casó y bautizó a sus hijos: para él era casi como de la familia, incluso tras ser nombrado Papa: "Siempre fue sencillo y nunca cambió; cada vez que le visité en el Vaticano lo encontré igual: próximo y extremadamente afable", explica.
En su piso de Cracovia, en unas céntricas pero oscuras viviendas construidas durante la ocupación nazi, Tarnowski revive, con las dificultades provocadas por el dolor del momento, los campamentos dirigidos por el enérgico Wojtyla: "Acabábamos el día cantando al lado del fuego y lo empezábamos con una misa muy corta, extremadamente concentrada, de cinco minutos". Recuerda especialmente las confesiones, que se prolongaban durante horas -"Nunca tenía prisa, parecía disponer de todo el tiempo del mundo para dedicártelo a ti"-, y aún se emociona al recordar su primera visita a Polonia como Papa, en 1979, en el prólogo del lento declive del régimen totalitario: "Fue electrizante: por vez primera nos sentimos libres".
Sus íntimos de Cracovia restan importancia a la conservadora y rígida moral sexual de Wojtyla. "Fue uno de los primeros obispos que analizó la moral sexual al publicar Amor y responsabilidad; también en esto fue un adelantado", opina el editor, quien sostiene que lo que define su legado es la libertad. "La moral no es tan importante como su capacidad de escuchar y perdonar; le movió el amor", añade el filósofo.
En Wadowice, 50 kilómetros al suroeste de Cracovia, su casa convertida en museo seguirá custodiada por Magdalena, de la orden Nazaret, quien conoció a Wojtyla hace 45 años. Ella logró traer de Roma los esquís del Papa, que ahora expone con orgullo en el museo junto con una cantimplora que una vez le sació la sed, unos calcetines negros que se colocó y otros objetos personales. "Desde cualquier punto de vista se trata de una persona excepcional y un santo", concluye.
Tregua entre los dos equipos de fútbol de Cracovia
Cracovia, de 750.000 habitantes, tiene dos clubes de fútbol en la élite cuya rivalidad nada tiene que envidiar a la que enfrenta al Real Madrid y el Atlético, en Madrid, o a Boca y River, en Buenos Aires. El Cracovia, de cuyo equipo Karol Wojtyla siempre fue seguidor confeso, y el Wisla, más laureado y vinculado en el pasado a la policía, se soportan más que conviven y sus respectivas aficiones han llevado muchas veces sus disputas fuera del campo de forma violenta. La muerte de Juan Pablo II, sin embargo, ha servido también para declarar una tregua, suscrita incluso por los grupos radicales y difundida ayer por un alto directivo del Vístula.
"Los aficionados han decidido dejar al margen toda rivalidad que exista al margen del deporte", aseguró Andrzej Pawelec, vicepresidente del club, en referencia al luto declarado. En un acto sin precedentes, las peñas del Vístula se concentraron ayer junto a su estadio para ir juntas, caminando y en silencio, al estadio del odiado Cracovia, donde se celebró una misa en recuerdo de su seguidor más popular.
Los aficionados del Cracovia han colocado decenas de banderas rojiblancas y bufandas del equipo frente al palacio del Obispo, junto a las miles de velas que rodean el emblemático edificio desde donde Wojtyla saludaba a sus compatriotas en sus visitas a Polonia. Había también bufandas de otros clubes, aunque a mediodía de ayer ninguna era del FC Barcelona, que durante años alardeó de contar a Juan Pablo II entre sus socios.
Los homenajes se suceden en la ciudad, por cuyas calles circuló el rumor de que el alcalde, el independiente Jacek Majchrowski, había solicitado al Vaticano que el corazón de Wojtyla se entierre en la catedral de Cracovia, junto a las tumbas de los reyes de Polonia. Un portavoz del alcalde aclaró a este periódico que se trata sólo de un deseo: "El alcalde no ha hecho ninguna gestión al respecto ni la va a hacer; correspondería a la Iglesia hacerla", explicó. Y añadió: "Por supuesto, nuestro deseo es que [el traslado del corazón] fuera posible".
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